La isla de Taiwan se ha convertido en los últimos 30 años en una especie de misterio.
No se sabe cuántos -aparte los estudiantes de Geografía- tenían conciencia de ella antes de 1949. Pero en 1949, cuando la Guerra Civil en China terminó con la victoria militar de los ejércitos comunistas, y el gobierno de Chiang Kai-Shek se estableció en la isla, la isla comenzó a figurar diariamente en las noticias.
Lo que allí se constituyó no fue exactamente un gobierno en el exilio, puesto que la isla es territorio chino, Fue más bien, si se quieren ver las cosas de manera simple, el efecto de una división (como la de Alemania, como la de Corea, como la de Vietnam hasta 1975), de la cual surgieron dos gobiernos chinos. Uno en el continente, y otro en la pequeña isla de 33.000 kilómetros cuadrados; gobiernos que, a diferencia de lo que ha ocurrido en Alemania, no admite ninguno de ellos que un país sostenga relaciones diplomáticas con ambos.
La China Continental y Taiwán. Goliat y David. Una masa de tierra de imponente tamaño, y una islita cuya extensión alcanza apenas a ser dos terceras partes de la de Costa Rica. 700 millones de habitantes por una parte, 1700 pro la otra (que bacen de la nación china la más numerosa de la tierra, y de su idioma el que más seres humanos tienen como lengua natal).
Existe más curiosidad periodística por lo que ocurre en la China enorme que por lo que sucede en la China pequeña, Por razón de tamaño, por razón del tremebundo experimento social que realizan los comunistas en el continente, por razón de que a la China comunista es dificilísimo entrar, y más difícil aún salir de ella mientras que de la China isleña no. Por razón acaso de que la que fue de Mao está rodeada - auto-rodeada - de misterio: que nadie sabe a ciencia cierta lo que en ella ocurre, como se manejan allí las cosas, y de que lo que sucede en Taiwán podríamos enterarnos puntualmente todos los días. Pero lo cierto es que podemos enterarnos de la China de Mao (hoy ex- de Mao) leyendo todos los centenares de libros que querramos; y de la otra, visitándola. Si la comunista estuviera abierta al viajero curioso; se escribirían tantos libros sobre ella? El problema de los libros -ya se sabe, lo sabe quien los lee y lo sabe quien los escribe- es que son intermediarios. Si leo un libro sobre un país cualquiera -no hay necesidad de que sea China- puedo opinar objetivamente sobre el libro, pero no podré opinar objetivamente sobre ese país. porque lo habré visto con los ojos de miamable, erudito, inteligente, perspicaz, atento, lo que ustedes quieran guía, hombre -como yo- con deformaciones y prejuicios. Mi información (ay, es inevitable) estará conformada por esos prejuicios y esas deformaciones, y terminaré -es mi caso- por no atreverme a formular opinión alguna.
El problema de observar a China -en el continente o en la isla de Taiwán- está en estos momentos complicado, como tantos otros del mundo, por un factor distorsionante: la ideología. Según el bando a que se pertenezca o con el cual se simpatice, lo que ocurra de éste o del otro lado será bueno o será malo. Entonces, si el asunto se mira con ojos de adicto a eso que llaman "occidental" (y dudo que exista adjetivo más idiota e impreciso), la China comunista será un hormiguero regimentado; mientras que si los ojos son los de un marxista -así sea pro-soviético- la China insular será una guarida de bandoleros sirvientes abyectos del imperialismo.
(Continuará en el próximo número)