Taro Hosono, presidente de Shin-Etsu Handotai Taiwan Co., ofrece una sencilla explicación de por qué en 1995 su compañía, con sede en Japón, decidió abrir una planta de semiconductores en el Parque Científico-Industrial de Hsinchu. “Nuestra política es construir fábricas allá donde se encuentre el mercado”, explica. “El mercado taiwanés no había dejado de crecer más y más, hasta un punto en que ya no podíamos seguir ignorándolo”.
Shin-Etsu fabrica microplaquetas pulidas, un producto altamente especializado que exige que la compañía preste gran atención a las exigencias particulares de cada uno de sus clientes otro de los factores que les lleva a establecer sus instalaciones de producción cerca de las principales sedes de sus clientes. “Muchos de nuestros clientes taiwaneses nos pedían que abriéramos fábricas aquí”, dice Hosono. “Nuestro objetivo ha sido siempre colocar directamente nuestros productos en el mercado local, y aquí el mercado no ha hecho sino desarrollarse de año en año”.
Shin-Etsu no es, ni mucho menos, la única empresa con similar filosofía inversora. Según datos proporcionados por la Comisión de Inversiones del Ministerio de Economía (MOEA, siglas en inglés), la cifra total de inversión extranjera en las industrias electrónica y de electrodomésticos de la isla en junio del pasado año alcanzaba los US$8.720 millones convirtiendo al sector en el mayor a este respecto de todo Taiwan. ¿Cuál es, pues, el magnetismo de estas costas para tantos inversores extranjeros?
Paul Zeven es el presidente de Philips Electronics Industries (Taiwan) Co., que fabrica una amplia gama de productos electrónicos en la isla, y un admirador declarado de Taiwan. “En los últimos treinta años Philips Taiwan ha crecido de forma significativa y a la par con la saludable economía nacional, integrándose en gran medida en el ambiente”, dice. “Todo es sencillo, y admiramos la forma en que se hacen aquí los negocios”. El conglomerado con sede en Holanda hizo acto de presencia en Taiwan en 1966, con la apertura de unas instalaciones en la Zona de Procesamiento de Exportaciones de Kaohsiung, en el sur de Taiwan. Philips es hoy, con diferencia, el mayor inversor extranjero en la isla, y ésta alberga los cuarteles generales de semiconductores y componentes del grupo para la zona Asia-Pacífico, así como los de periféricos para PC a nivel mundial. La compañía ha abierto seis fábricas en toda la isla para la manufacturación de diversos productos, tales como semiconductores, monitores y equipo de alumbrado. Su mano de obra la constituyen 10.000 trabajadores y su volumen de facturación crece rápidamente: NT$145.000 millones (US$4.500 millones) en 1998, frente a NT$61.000 millones (US$1.900 millones) en 1994.
¿Qué ha permitido esta alta tasa de crecimiento? Zeven señala que hace unos años el Gobierno de la República de China decidió centrar sus esfuerzos en el campo de la tecnología informática (IT, siglas en inglés) como el área de crecimiento; el resultado de ello es la mejor infraestructura informática con que hoy se cuenta. “El apoyo del Gobierno, una sólida economía constituida principalmente por pequeñas y medianas empresas y unos recursos humanos excelentes son las mejores ventajas inversoras de Taiwan”, insiste Zeven. “El Gobierno escucha y después intenta facilitarnos al máximo las cosas”. Añade que la estable base económica de Taiwan resultó especialmente importante durante la crisis financiera en Asia, que tan gravemente afectó a Hong Kong y Singapur.
¿Es, pues, todo un camino de rosas? Lo cierto es que no por completo. Zeven es consciente, a su pesar, de dónde se halla el talón de Aquiles de la isla. “Durante muchos años Taiwan se ha aplicado a aprovechar al máximo la tecnología disponible”, dice. “Gracias a su eficiencia, muchos productos cuesta menos hacerlos aquí. Pero si Taiwan quiere avanzar, no puede vivir de pasadas glorias”. Dicho de otra forma, llegará el momento en que la investigación y el desarrollo jueguen un papel más significativo que en la actualidad. Taiwan se encuentra en una situación poco ventajosa porque debe desembolsar una gran cantidad de dinero en concepto de derechos de explotación de patentes. “Si Taiwan quiere pasar a la siguiente fase, tendrá que concentrarse más en investigación y desarrollo a fin de fundar su propia base tecnológica”, mantiene Zeven. “Si quiere beneficiarse del intercambio de licencias, tendrá que contar con algo que ofrecer a cambio”.
Una y otra vez, la conversación viene a dar en asuntos de infraestructura básica. Zeven se muestra convencido de que si el Gobierno aspira realmente a fomentar la inversión extranjera deberá, primero, mejorar el suministro de electricidad y sistema de transporte de la isla (una preocupación que comparten muchos), acelerar el desarrollo de la red de telecomunicaciones e infundir más transparencia en el sistema financiero.
No es únicamente dinero lo que Philips trae a Taiwan. Tómese como ejemplo su política de personal. La compañía ha considerado éste desde siempre su más importante capital. “Lo llamamos ‘el modo de hacer’ Philips”, explica Zeven. “Es parte de nuestro empeño por una calidad de nivel mundial”. Al igual que Shin-Etsu, Philips Taiwan pone especial cuidado en la atención al cliente, animando a su personal a entablar una estrecha asociación con los suministradores y a integrarlos en las operaciones de la compañía como parte de su actual campaña orientada a “mejorar las cosas” tanto para los clientes como para los accionistas. El esfuerzo ha merecido la pena: en 1991 le fue concedido a Philips Taiwan el prestigioso Premio Aplicación Deming en reconocimiento a su sobresaliente contribución a la calidad del producto, y a éste siguió en 1997 la Medalla a la Calidad de Japón. La compañía también ha cosechado premios en Taiwan, entre ellos al Mérito Excepcional de Importación y Exportación por sus últimos diez años de actividad.
La economía de Taiwan va bien, y Philips pretende beneficiarse de ello convirtiéndose en un gran proveedor local de productos de consumo tales como aparatos de televisión, radiocassetes, videos y teléfonos móviles. Pero ante las transformaciones del entorno, la compañía reconoce la necesidad de sustituir los métodos tradicionales que requieren gran cantidad de mano de obra por otros que se apoyen más en la tecnología informática.
En aplicación de esa estrategia, Philips se propone transferir la fabricación de productos con escaso margen de beneficio a Malasia, Filipinas y China continental, pues Taiwan está poniéndose demasiado caro. Pero asimismo proyecta dedicar más recursos a investigación y desarrollo en Taiwan, en línea con su renovado énfasis en los productos de alta tecnología.
Motorola Inc., una de las grandes empresas de la electrónica de telecomunicaciones del mundo, cuenta con más de sesenta y cinco fábricas en cuarenta y cinco países, y sus ventas a nivel mundial ascienden a US$30.000 millones. La multinacional dio comienzo a su beneficiosa asociación con Taiwan en 1967, con la apertura de una sucursal cuya capitalización inicial fue de NT$1.000 millones (US$25 millones al cambio de entonces) y la misión de introducir en el mercado de la isla semiconductores fabricados en Estados Unidos. “La economía de Taiwan estaba entonces remontando y su tecnología y talentos creciendo”, dice Richard Tsuei, director de asuntos públicos de Motorola Electronics Taiwan. Era la época en que sucesivos ministros de economía, entre ellos Li Kwoh-ting y Sun Yun-suan, intentaban por todos los medios persuadir a las grandes compañías estadounidenses para invertir en Taiwan. Motorola fue una de las que respondió a la llamada.
Muchas cosas han sucedido desde entonces. Las actividades de la compañía local con capital estadounidense abarcan ahora las comunicaciones sin hilo, servicios de red y productos de telecomunicaciones tales como el localizador personal o “busca”, sistemas de radio y teléfonos móviles. En el curso de su empeño por crecer, Motorola realizó una gran inversión en la isla en 1985, con la creación de dos plantas en el norte de Taiwan para fabricación de semiconductores y componentes de comunicación, empleando en total a unas 3.000 personas.
Con la apertura del mercado de las telecomunicaciones a mediado de los años 90, se dispararon las ventas de “buscas” y teléfonos móviles en el mercado nacional. Motorola se benefició de la tendencia, lo que le llevó a duplicar su inversión en Taiwan. Hace dos años la compañía inyectó un capital adicional de US$15 millones en Taiwan y vio dispararse sus beneficios en toda la isla a una cifra récord de US$1.170 millones, frente a los US$942 de 1997.
Entonces, en verano del año pasado, Motorola vendió repentinamente sus dos fábricas en el norte de Taiwan al Grupo ASE, taiwanés, y a CTS Co., con sede central en EE UU. ¿Se trataba de un signo de retirada inminente por parte de Motorola del mercado nacional? Tsuei afirma que el reajuste es parte del plan de reestructuración a nivel mundial de la firma, cuyo objetivo es elevar su competitividad de conjunto mediante una más efectiva redistribución de su mano de obra.
Pero la medida está destinada a suscitar interrogantes acerca de los costes de fabricación en Taiwan. Motorola se ha dado cuenta de que tiene sentido dejar ésta en manos de proveedores de confianza con los que ha ido entablando una sólida relación a lo largo de los años. La compañía trabaja en estrecha cooperación con varias empresas locales destacadas, entre las que se hallan Taiwan Semiconductor Manufacturing Co. y United Microelectronics Corp. “El establecimiento de estas asociaciones con firmas locales supone reconocer la capacidad tecnológica de Taiwan”, dice Tsuei. “Su significado radica en que, en un próximo futuro, Motorola Electronics Taiwan podrá concentrarse en los aspectos técnicos y de alto margen de beneficio de sus operaciones”.
La relación de Motorola con el Gobierno ilustra muy bien cómo ambas partes pueden resultar beneficiadas. La oferta de exenciones fiscales fue determinante, como la propia Motorola se apresura a reconocer, a la hora de decidir la compañía establecerse en Taiwan pero tampoco tardó en plasmarse de forma concreta su agradecimiento. Tsuei apoya firmemente los esfuerzos del Gobierno por hacer de Taiwan una isla de la alta tecnología y dice que su compañía siempre se ha mostrado dispuesta a colaborar en la consecución de ese objetivo.
En 1993, por ejemplo, la compañía firmó un acuerdo preliminar con el MOEA para iniciar un programa en varias fases de desarrollo y transferencia de tecnología. Al año siguiente Motorola se alió con Pacific Electric Wire & Cable Co., uno de los principales productores de hilo y cable de Taiwan, y algunas otras compañías en diversos países para desarrollar un sistema global de telecomunicaciones por satélite llamado Iridium. Más tarde, en 1996, cedió la explotación de su patente del decodificador FLEX, un dispositivo de transmisión a alta velocidad utilizado en los “buscas”, al Instituto de Investigación de Tecnología Industrial, permitiendo así a las compañías taiwanesas entrar en el mercado del “busca” con la ayuda de tecnología punta.
Los inversores saben tomar, naturalmente, buena nota de dónde deciden concentrar sus recursos los líderes mundiales del mercado y eso fue lo que hicieron cuando Microsoft Corp. dejó claro que Taiwan era un lugar en el que quería estar. El gigante del software para ordenadores abrió una sucursal en la isla a finales de 1989, tras una visita del famoso fundador y presidente de la compañía Bill Gates.
Zoe Cherng, de Microsoft Taiwan Corp., señala como principal factor de atracción para ésta el de la creciente demanda por parte de las empresas más dinámicas de Taiwan de tecnología informática de vanguardia con la que mantener su crecimiento. En cuanto a su parte en el intercambio, no alberga dudas respecto a cuál es: “Nuestra mayor responsabilidad consiste en ayudar a las grandes industrias de la isla a aumentar su productividad y competitividad a nivel mundial mediante la introducción de técnicas y productos informáticos avanzados”, dice. “Además nos gustaría difundir las aplicaciones de la informática entre el público, mostrándole cómo pueden enriquecer su vida diaria”.
Los mismos factores económicos que influyeron en Motorola han dejado sentir también su efecto en Microsoft. Así, el crecimiento económico estable, la buena infraestructura informática y la competición en igualdad de oportunidades para las empresas han contribuido al crecimiento sostenido en las ventas de Microsoft Taiwan durante la última década, que se ha visto además acompañado por la ampliación de su plantilla desde apenas unos pocos empleados hasta la cifra actual de doscientos.
Cherng cree que a la mano de obra local le atrae el código de Microsoft (“trabajo inteligente, trabajo duro, resultados”). La estructura administrativa ha procurado reducirse al mínimo imprescindible, los niveles intermedios son pocos y se concede un grado considerable de autonomía a cada empleado dentro de su área. El ambiente de trabajo, el paquete de beneficios asistenciales y los programas de formación permanente están todos a la altura esperable de un líder del mercado. Los empleados son conscientes de que trabajar para Microsoft los sitúa en primera fila de una corriente mundial y su orgullo a este respecto resulta manifiesto.
Parecería tratarse, pues, de una historia de cuento de hadas y sin embargo incluso en éstos planea siempre alguna sombra. El mundo de las telecomunicaciones de la isla no está abriéndose a la velocidad que Microsoft y muchas otras compañías habían esperado, lo que a su vez ha frenado la investigación y desarrollo informáticos. Cherng cree que Taiwan no debería contentarse con ser un gran centro de producción de hardware informático ‘fabricante de equipo original’ (OEM, siglas en inglés), porque hoy en día las ganancias OEM no son muy sustanciosas. “El desarrollo de una industria de software crearía un mayor valor añadido y crearía mejores oportunidades para hacer negocios”, subraya.
Y aún está el espinoso problema de los derechos de propiedad intelectual y su protección; un gran dolor de cabeza para los productores de software en todo el mundo, lo es también para gobiernos que, como el de Taiwan, intentan impulsar una economía de alta tecnología. Nadie quiere implicarse en la transferencia de tecnología a menos que exista alguna garantía de que lo transferido va a permanecer en secreto. Cherng no niega que el Gobierno ha hecho progresos en su campaña contra el pirateo de productos, especialmente en lo que se refiere a cassettes y discos compactos, pero según una encuesta de 1998 llevada a cabo por la organización mundial Alianza del Negocio del Software, al menos el sesenta por ciento de los productos del sector usados en Taiwan son pirateados. “Se trata de un problema acuciante y supone un duro golpe para el desarrollo de la industria taiwanesa del software”, dice Cherng. “Si Taiwan quiere seguir avanzando, va a tener que plantar cara seriamente al problema y lograr mejoras”. ¿Cómo, por ejemplo? Lo único que Microsoft puede hacer es instar al Gobierno a implementar medidas más estrictas y vigilar de cerca su cumplimiento.
El temor al pirateo, en cualquier caso, no va a ahuyentar a Microsoft. El mes de agosto marcó un hito para Microsoft Taiwan con su lanzamiento de un proyecto de creación de una sociedad conjunta, por valor de NT$100 millones (US$3,1 millones), con Compaq Taiwan y Systex Corp. La nueva compañía se enfocará a la búsqueda de soluciones en el terreno del comercio electrónico entre empresas. “En conjunto aún consideramos Taiwan como un sitio con grandes posibilidades de desarrollo, especialmente en el campo de la informática”, dice Cherng.
¿Por qué Taiwan? Esa es siempre la primera, y más fundamental, pregunta para los altos ejecutivos que quieren invertir y tienen para elegir Asia entera. Hosono, de Shin-Etsu, señala las diferencias entre los factores que en otros tiempos llevaron a su casa matriz a invertir en el extranjero y el carácter de sus operaciones actuales en Taiwan. Hace quince años Shin-Etsu se estableció en Malasia influida por una serie de factores puramente internos: el valor al alza del yen japonés, los altos salarios y escasez de mano de obra en Japón y un gran desequilibrio en la balanza comercial con EE UU. “Pero el objetivo de nuestra inversión en Taiwan es simplemente la venta directa de nuestros productos en el mercado local, que se ha hecho mucho más sofisticado con el paso de los años”, dice. “Y recuerde que a eso hay que añadir el interés de muchos de nuestros clientes taiwaneses por tenernos aquí”.
Supone una ayuda, según Hosono, que los intereses taiwaneses y japoneses tiendan a operar de modo similar. Una diferencia, sin embargo, radica en el apremio que caracteriza a buena parte del crecimiento económico de la isla. “En Taiwan la gente se vuelca en invertir en instalaciones de producción, ampliar capacidad y nueva tecnología”, observa. “Quizá una de las razones de ello sea que la industria de semiconductores es relativamente una recién llegada en este campo y por lo tanto necesita actuar rápidamente”. En cambio, el de Japón fue un empeño a largo plazo y su construcción ha tenido lugar a lo largo de un período de treinta años.
Otra diferencia es que la gente en Taiwan tiende a cambiar de trabajo cada tres o cuatro años, un fenómeno especialmente generalizado en los parques industriales científicos de la isla. En Japón, por el contrario, los empleados lo hacen como media una vez por década. Hosono hace hincapié en que nadie puede realmente llegar a dominar un trabajo relacionado con la tecnología de no estar dispuesto a permanecer en él un mínimo de cinco años. “Mi mayor dolor de cabeza es que mi compañía no es lo suficientemente grande para tener cubiertos todos los puestos base y contar con una reserva”, dice. “Nunca sé cuándo va a venir mi secretaria y me va a decir que quiere marcharse”.
Shin-Etsu emplea en la actualidad a 177 trabajadores, mientras que a Hosono le gustaría disponer de 500 una buena diferencia. Pero no deja de subrayar que se trata en todos los casos de gente con un alto nivel educativo, bien preparada y con facilidad para aprender. “Los taiwaneses están siempre a la caza de oportunidades educativas y de formación en el trabajo. Estoy realmente satisfecho con el rendimiento aquí”. De hecho, Hosono cree que uno de los mejores argumentos para decidirse por Taiwan es que los inversores pueden contratar a personal altamente cualificado y con potencial de crecimiento profesional.
El es un ferviente defensor de la política del Gobierno, en ejecución desde hace ya más de veinte años, de concentrarse en el desarrollo de la alta tecnología. El propio éxito de esa política, sin embargo, encierra en sí misma el germen de ciertas posibles debilidades. Richard Kuo, vicepresidente de Shin-Etsu, se lamenta de la forma en que miembros del Gobierno cantan a los cuatro vientos subidas en los índices económicos nacionales, incluyendo los de importación y exportación, mientras muy a propósito olvidan hacer referencia a asuntos como los de escasez de agua y electricidad. Las industrias de alta tecnología consumen una gran cantidad de energía, dependiendo absolutamente de un suministro fiable de agua, electricidad y transporte. Pero Taiwan todavía anda flojo en este terreno y le queda mucho camino hasta llegar a poder satisfacer la demanda del sector privado. Los cortes en el suministro eléctrico resultan especialmente peligrosos para los fabricantes de semiconductores, y sin embargo el recién construido Parque Científico Industrial de Tainan sufrió varios antes incluso del devastador terremoto de septiembre y tuvo que enfrentarse a la amenaza de ser edificado en una llanura sujeta a inundaciones. Hosono menciona al respecto un gran apagón en toda la isla que tuvo lugar sin previo aviso a final de julio y paralizó la producción durante diecisiete horas, con un coste de dimensiones catastróficas. Y, por otro lado, ahí sigue el aparentemente irresoluble problema del tráfico a las horas de entrada y salida del trabajo.
“Sin un sistema de apoyo amplio y sólido, a las compañías les resulta muy difícil mantener y elevar su competitividad”, advierte Hosono. “El Gobierno tiene que tenerlo en cuenta y mejorar la situación”. Puesto a señalar puntos concretos, sugiere que se construyan mayores presas, una red de distribución de agua más eficaz e incluso una nueva central nuclear. También le gustaría que el Gobierno diseñase medidas encaminadas a incentivar a los empleados a permanecer en un trabajo en lugar de andar saltando de uno a otro.
Hosono admite que la entrada en efecto en 1991 del Estatuto para la Modernización de las Industrias, con generosas exenciones fiscales y subvenciones para los inversores, supuso un estímulo importante para muchas empresas de alta tecnología y la suya se cuenta entre sus beneficiarias. A pesar del frenazo en el mercado mundial de los semiconductores de hace dos años, y de la consiguiente caída de precios, se mantiene optimista. Entoces Shin-Etsu registró unas ventas de alrededor de NT$1.000 millones (US$31,2 millones), mientras que la cifra correspondiente del año pasado se espera que se sitúe entre los NT$2.000 y 2.500 millones (US$62,5/78,1 millones). “Nuestros principales clientes no dejan de hacerse cada vez más fuertes en el mercado mundial”, dice. “Lo único que tenemos que hacer es seguir ofreciéndoles un mejor servicio y productos de la máxima calidad”.
Los muchos adeptos de nuevo cuño con que cuenta la forma de hacer negocios en Taiwan proclaman a voces su apoyo a la isla como centro de operaciones donde las cosas se hacen rápido y bien. Pero un hilo común recorre todas sus historias: Taiwan tiene que mejorar su infraestructura si quiere que la época dorada de la inversión extranjera no llegue a su fin.