Junto con Corea del Sur y Singapur, la República de China en Taiwán es considerada como uno de los milagros económicos, no sólo del Lejano Oriente, sino del mundo. Durante los últimos cinco años el Producto Nacional Bruto ha duplicado sus cifras, en términos reales, al paso que su ingreso per-cápita se sitúa dentro de los más altos de Asia y demás continentes. El Banco Mundial, cuyas calificaciones y ponderaciones sobre los distintos países del orbe ostentan reconocida fama de seriedad, señala a Taiwan como una de las naciones de crecimiento económico más sostenido y más equitativa distribución de la riqueza. Y todo ello a pesar de las permanentes presiones diplomáticas ejercidas contra la isla y su insuficiencia de recursos naturales variados y abundantes.
La República de China en Taiwan ha cimentado su riqueza en el comercio internacional. Como lo señala un reciente estudio, la economía china es una de las pocas donde el comercio excede el volumen del Producto Nacional Bruto. En 1960, el total de exportaciones taiwanesas fue de 164 millones de dólares y en 1982 ascendía a 22 mil millones de dólares. Esta cifra, que a primera vista podría resultar extravagante si se piensa en las exiguas dimensiones físicas y difíciles contornos políticos internacionales del país, es, sin embargo, cierta. Taiwan mantiene excelentes relaciones comerciales con gran número de naciones, pese a no haber sido reconocida diplomáticamente más que por 22 de ellas. El caso taiwanés controvierte flagrantemente la perspectiva contemporánea de la diplomacia internacional. Las relaciones entre países, mientras estén fundadas en una base de tolerancia, según se dice, deben darse fluidamente y a mayor intercambio comercial y cultural, más sólida y segura será la ligazón diplomática. Con Taiwan acontece algo paradójico: a medida que aumenta su intercambio global, crece simultáneamente su aislamiento diplomático.
El rotundo éxito de la República de China se ancla en el incontenible propósito colectivo, iniciado en la década del 50, por dotar a la isla de un eficiente aparato productivo, tanto a nivel agrícola como industrial. Con adecuados estímulos a la industria y al sector agropecuario, la economía floreció progresivamente hasta alcanzar un ritmo de crecimiento compatible con las necesidades internas y de intercambio internacional. Y, en pocos años, la isla se transformó en moderna economía industrial, después de ser, en años anteriores, una rudimentaria y reconcentrada provincia agrícola. Pero el hecho de haber ingresado al exclusivo club de los países industrializados ha traído a Taiwan algunos de los impactos de la recesión mundial. Un número apreciable de compañías del sector manufacturero depende, casi exclusivamente, de las exportaciones y la industria ha hecho especial énfasis en la producción de artículos de consumo suntuario. La demanda internacional ha sido particularmente elástica en relación con el consumo de bienes no necesarios y esta circunstancia ha golpeado con dureza la estructura productiva taiwanesa.
Para el gobierno de Taipei, el hecho de que la tasa anual de crecimiento económico no llegue al ya tradicional 9%, es motivo de recuperación. Analistas económicos preven un volumen ligeramente inferior. El resto del mundo, empero, habituado a niveles de expansión inferiores al 3%, no entiende la angustia gubernamental ni, menos aun, las políticas de austeridad que han sido implementadas con miras a salvaguardar a Taiwan de los embates recesivos mundiales. La República de China se ha acostumbrado, sin embargo, a vivir en función de la continua mejora de sus condiciones materiales de vida. Los superávits no son vistos como excedentes fortuitos, que en la misma forma como se presentan, pueden, en determinado momento, no haberlos, sino como base de la solidez nacional. Se afirma, en círculos monetarios internacionales, que Taiwan es prestataria de los organismos de crédito, no por necesidad ni conveniencia financiera, sino por amabilidad con la comunidad mundial. Y esto es completamente cierto.
La economía taiwanesa ha demostrado, sin necesidad de artilugios ni amañadas versiones, la validez de un capitalismo moderado. 18 millones de chinos viven y trabajan en la isla, dentro de un régimen que no admite los extremos de una excesiva concentración de la riqueza ni una desmedida injerencia estatal en el campo económico. El pueblo chino en Taiwan disfruta de uno de los más altos niveles de vida del Asia, después del Japón. Y lo que es destacable, los frutos del desarrollo económico son equitativamente compartidos por todos los segmentos de la sociedad. Las diferencias radicales entre sectores ricos y pobres, que tan notoriamente signan a los países en vía de desarrollo, no se presentan en Taiwan. La gente se alimenta, viste y vive bien. La dirigencia china ha querido que los beneficios del avance tecnológico lleguen incluso a los grupos de menores ingresos.
La opinión internacional, al querer congraciarse con el sistema comunista de Pekín, ha pretendido desconocer estas realidades. Las cifras, sin embargo, hablan, en este caso, por sí solas. El presidente Reagan ha reconocido, con admiración, el milagro económico taiwanés y en cantidad de ocasiones ha dejado muy en claro que la existencia de relaciones diplomáticas entre Washington y Pekín no significa, en modo alguno, un menosprecio hacia el gobierno de Taipei. El intercambio comercial entre la República de China y los Estados Unidos llegó en 1981 a los 12 mil millones de dólares. La magnitud de las relaciones comerciales prueba la interdependencia económica entre las dos naciones. Una interdependencia que, por más que se trate, no dejará de contenter altas porciones políticas.
Taiwán es ejemplo patente de evolución sin revolución. Ha arribado a una plena justicia distributiva y a un pujante desarrollo, sin acudir a fatales excomuniones ni a juicios sin procedimiento previo. Actualmente busca conquistar y refinar sus técnicas productivas, con el fin de amenguar los efectos de una mano de obra cada vez más cara. En fin, lucha con denuedo, como lo hace toda la comunidad internacional, en aras del bienestar y el progreso.
(El Siglo,Bogotá. 15 de mayo de 1983)