Tiró su cartera al suelo, tomó su muñeca y rompió a llorar. Pensó entonces que se avergonzaría si alguien la viera llorando. Su papá dormía. Podría despertarlo. Contuvo el aliento procurando dominar sus sollozos. Llevó la muñeca a un rincón y murmuró: "La maestra se irá, sabías? Lo mismo que mamá... se va como mamá... Nadie... "
A la luz vespertina, afuera se agitaban sombras. Del cielo venía una luz muy débil. Ching fue a la ventana y llamó hacia el cielo que se obscurecía: "Mamá, vuelve. No te quedes lejos de Ching".
La noche obscura pesaba sobre Ching en su sueño. De vez en cuando un grito "Mamá", salía de su sueño. Su vacío interior nunca se llenaría. Y no sabía cómo expresar su soledad... sólo el grito breve, doloroso... Mamá!
Por la mañana Ching pensó mucho en su mamá y también volvió sus pensamientos sobre sí. Se encontraba más tranquila después de la noche. Recordó lo que la maestra le había dicho: "no debes ser egoísta". Su espíritu se elevó. No, nunca volvería a ser egoísta. Sólo pensaría en cómo ser atenta y amable con los demás.
Desde ese momento tuvo una obsesión. Ahorraba el dinero que su papá le daba para el almuerzo. Se sentía casi tan animada como antes de que mamá... Poseía una determinación nueva, hasta una nueva expresión en sus labios.
La señorita Hsia se iría el día siguiente. Había dicho que tomaría el tren. Ching apenas pudo comer. Sentía como un gran peso que la aplastaba.
"Qué te pasa, Ching?" preguntó su papá. "No te sientes bien? ". Extendió la mano para sentirle la frente.
Ching esquivó la mano y se rió. "No, no, estoy muy bien". Dijo que quería ir a una práctica del coro en la escuela. Y comerían allí. Podía ir? Su papá dijo que sí.
Ching fue a una juguetería, pensando en qué comprar. Su cabeza llegaba apenas al mostrador. Poco podía ver de las cosas allí, y no se decidía. Después de un momento sacó un puñado de monedas de su bolsillo. Era una buena cantidad para una chica. La había ahorrado desde que la maestra dijo que se iría. Ching empujó las monedas sobre el mostrador.
La vendedora vió el dinero y después a Chingo "Qué quieres, niñita?"
Ching se puso en puntas de pie y miró hacia arriba. "Quiero eso".
La muchacha le trajo un oso. "No", dijo Ching; "quiero aquello".
La vendedora le mostró una pelota de goma de colores brillantes. "No, no. Quiero esa cosa que se sopla" .
Lo había pensado antes. Ting Ting necesitaba algo con qué entretenerse, con qué ser feliz. Pero Ting Ting no podía ver y no sabría que la pelota era tan linda. La maestra había dicho que a los ciegos les gustaba la música. Ching había elegido una armónica, pensando que a Ting Ting le gustaría.
Con la armónica en la mano, Ching corrió a la escuela.
Pasó por los patios vacíos y por las clases donde las mesas y sillas parecían mirarla extrañadas. Subió por la escalera al piso superior donde vivían las maestras. A la puerta de la señorita Hsia golpeó suavemente, llamando en voz baja: "Señorita Hsia!". no hubo respuesta. La puerta estaba entreabierta y Ching la empujó. Entró y puso la armónica sobre una mesa. Encontró un pedazo de papel y escribió "Para Ting Ting". Muy aliviada, salió y bajó corriendo.
La señorita Hsia volvió después de una tarde de despedidas. Se sentía cansada. Subió lentamente las escaleras y entró a su cuarto. Al prender la luz vió el pequeño paquete.
La nota decía "Para Ting Ting", pero no indicaba de quién. Debe de ser uno de los chicos, pensó. Son tan afectuosos! Puso el paquete aparte sin pensar más. Sus pensamientos se volvían a Ting Ting y a la despedida de mañana. El paquetito fue a su valija.
El sol brillaba cuando Ching se despertó, el día siguiente. Era el día de la partida de la maestra. Se levantó rápidamente. Quería ver a la maestra antes de ir a la escuela. Tomó su cartera y salió corriendo.
La brisa era fuerte y el aire de la mañana frío. Ching tiritó ligeramente en su camino. Pensó en su mamá, en su muerte, en su maestra tan buena, en los ojos de Ting Ting... De prontó recordó que no sabía cómo ir a la estación. Nunca había ido. Las lágrimas brotaron de sus ojos. Entonces recordó que en sus paseos con su papá habían visto el tren desde un puente elevado. Corrió en esa dirección. El viento silbaba en sus oídos. Las aves gorjeaban y los árboles hacían sus ruidos, pero ella no lo notó. Ching se detuvo en el sitio elevado, mirando a los rieles, abajo. No sabía en qué tren iría la maestra. Vió un tren que se acercaba. Agitó la mano en despedida diciendo: "Adios, maestra!" Su voz, apenas perceptible, fue ahogada por el ruido del tren y el toque de su bocina.
Ching soltó el llanto. Toda su pena, toda su desesperación, toda su vida, estaban en esas lágrimas. Le parecía ver a la pobre Ting Ting en brazos de su madre, y después tocando la armónica. Las lágrimas seguían corriendo. Creyó oir una voz a su lado: "Llora, niña, llora. Pero no pierdas la esperanza. Tu mamá ya no está en este mundo, pero está siempre a tu lado, cuidándote, queriéndote".
El tren pasó a gran velocidad, un vagón después del otro. La figura solitaria de una niña pequeña seguía saludando con la mano. Por fin, el tren desapareció a lo lejos.