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Dichos Populares: TZU SHIH O KUO: Comerse Sus Frutos
26/12/1977
Poeta distinguido, conocido por su gran refinamiento y cultura, Ch'iu Ling no desdeñaba algún momento de esparcimiento, y era aficionado al juego de damas.
Conversando en cierta ocasión con un grupo de amigos, Ch'iu se enteró que en un templo budista, a no mucha distancia de su lugar, había un monje que se había hecho fama de gran jugador de damas. Según se decía, muy pocos podían competir con él en ese juego y muchos menos eran los que podían aspirar a ganarle una partida.
Ch'iu Ling oyó la noticia con sumo interés. El también se consideraba buen jugador y dijo que no le disgustaría tener ocasión de enfrentarse con el famoso monje.
Sus amigos le sugirieron que se preparara bien para la ocasión, porque el monje tenía gran dominio del juego y cuando menos lo esperaba su contrincante, salía con jugadas que le daban la victoria aún cuando se encontrara en situación desventajosa.
El poeta recibió el consejo y con otros amigos aficionados a las damas examinó todas las jugadas posibles, pasando a veces las noches enteras en el juego.
Cuando se sintió dispuesto, emprendió el camino hacia el monasterio.
Aunque no era pobre, el poeta vestía con suma sencillez, y nada en su indumentaria indicaba que fuera hombre de fortuna.
Al llegar al monasterio inquirió por el monje jugador y fue invitado a pasar a una sala de espera.
Allí esperó por un buen rato; por fin, muy a la larga, apareció el monje.
Con una fría mirada murmuró algunas palabras que su visitante no llegó a oir con claridad, mientras indicaba la silla de que este se había levantado.
Sin ofrecerlo ni una taza de té, se sentó el monje a su lado, sin mostrar mucha disposición a entrar en conversación.
En ese momento llegó otro visitante, también en busca del monje jugador de damas. Era un hombre jóven y de muy buen aspecto, con ricas vestiduras y muchas joyas, acompañado por dos servidores.
El monje que hasta ese momento se había mostrado muy apático, pareció llenarse de vida.
Con la más amable de las sonrisas invitó al jóven a sentarse en otra parte de la sala y mandó traer semillas de sandía, platos de maní tostado y hervido, dátiles y el té más fragante que Ch'iu Ling había aspirado en toda su vida.
El jóven puso un atado cubierto con rica seda sobre la mesa, evidentemente un obsequio para el monje, y dijo que había oído mucho de la hospitalidad y sabiduría de su interlocutor y venía a hacerle algunas consultas.
El monje instaba a su visitante a tomar algo más de esto o de aquello y a saborear el té antes que se enfriara, mientras respondía con prontitud a las preguntas del jóven y añadía otros muchos comentarios.
Ch'iu Ling, sentado en su rincón, contemplaba la escena con enojo creciente.
En dos ocasiones el visitante indicó que ya había concluido sus consultas y que era ya hora de partir, pero en ambas el monje lo persuadió a permanecer un momento más. Por fin, en medio de las profusas reverencias del monje ante las expresiones de gratitud del jóven, este se despidió y salió.
Comprendiendo que nada le quedaba allí por hacer, Ch'iu Ling tomó su bastón y se dispuso a hacer lo mismo.
"Yo vine porque había oído que usted era buen jugador de damas. Pensé que siendo monje sería también hombre culto y sabio", dijo al salir. Creí que podríamos tener una tarde agradable jugando y conversando. Por qué fue tan rudo conmigo mientras rebosaba amabilidad y atenciones con ese jóven?"
"Se equivocaba, mi amigo", respondió el monje echando una mirada maliciosa a la raída bata de Ch'iu Ling.
"Como letrado que es, sabrá bien que las apariencias engañan. No es oro todo lo que reluce ni es estiércol todo lo que apesta."
Ch'iu Ling oyó al monje con calma aparente; pero en su interior se sentía cada vez más disgustado y ofendido.
Su interlocutor continuó: "No es de extrañar que siendo la primera vez que nos encontramos, no me conozca usted suficientemente."
El poeta intentó interponer una observación apropiada, pero el otro continuó:
"Si me conociera mejor sabría usted que no por mostrarme cortés y amable con una persona, tengo esos sentimientos en mi corazón. Y al contrario, no por dejar de proceder con atención hacia alguna persona significa eso que no la respeto y aprecio en mi corazón".
La ira de Ch'iu Ling amenazaba exteriorizarse, pero el fino poeta todavía consiguió reprimirla.
Conduciéndose aún con toda correción, dijo: "Creo que lo entiendo. Sin embargo siendo usted monje es posible que la profundidad de su sabiduría escape a un hombre mundano como yo, no habituado a penetrar en los arcanos de los dioses. Tendría usted la bondad y condescendencia de permitirme buscar alguna forma concreta de dar cuerpo a sus ideas de forma que al retirarme de su venerada presencia me lleve conmigo algún destello de su sabiduría?"
Sin comprender muy bien la intención del poeta, el monje se sintió halagado con expresiones tan respetuosas y elogiosas.
Cayendo en la trampa que le tendía el otro, respondió: "Desde luego, mi buen amigo; veamos cómo lo hace. Con gusto le explicaré si la forma encontrada por usted ilustra bien lo que le he dicho".
Sin esperar más, el poeta levantó su bastón y asestó varios rápidos y fuertes golpes a la cabeza rapada del monje. Azorado este, procuraba cubrirse contra la lluvia de golpes.
Sin cesar en su tarea, Ch'iu Ling explicó: "Para mostrarle cuánto lo aprecio en mi corazón le debo dar de golpes, no es así? Ahora comprenderá usted cuán grande es mi aprecio y respeto".
Concluyendo esas palabras, dió un golpe final que retumbó por los corredores del monasterio. El monje escapó a toda velocidad dejando solo a su visitante.
Este rió a gusto con la lección dada al monje, recogió algunos dátiles de los ofrecidos al otro visitante, que habían quedado sobre la mesa, y emprendió su regreso.
TZU SHIH O KUO: COMERSE SUS FRUTOS NOCIVOS es un dicho usado en muchas situaciones para indicar que una persona recibe el castigo o sufre las consecuencias de sus malas acciones.