Ya estaba obscuro fuera del vagón de ferrocarril, y mientras el tren traqueteaba en las vías, las fugaces formas de árboles y casas de labradores, momentáneamente iluminadas por nuestras luces, volvían rápidamente a las tinieblas. Dentro, la enfermiza luz caía sobre los rostros de los pasajeros haciéndolos parecer más viejos y más cansados. Dos hombres de edad mediana vestidos como trabajadores, dormitaban en los asientos frente al mío, y sus caras levantadas, con las bocas entreabiertas, acompañaban el movimiento del tren.
Yo volvía a casa en el tren de la noche para "examinar" a un jóven. O tal vez debiera decir, para ser "examinada" por él. Qué cosa más ridícula para una china que se preciaba de moderna! A pesar del trance en que me encontraba, no pude menos que reirme de mi misma.
"Hsiang-chin" (mirar a un familiar posible) -hay alguna expresión más detestable? Dos desconocidos obligados a sentarse juntos en un encuentro formal, ambos incómodos hasta la agonía, porque ambos- porque ambos qué? Porque ambos debían decidir, o uno de ellos debía decidir, en base a este primer encuentro, si se unirían para el resto de sus vidas.
La cara de mi condiscípula Liao Mei-hua, flotó ante mis ojos. "Pero los tiempos han cambiado"- decía. "Debemos aferrarnos a los derechos que nuestras madres y hermanas mayores lucharon tanto por ganar. Cuando elijas a tu esposo, debes hacerlo libremente. Cuando yo me case, ciertamente lo haré conforme a mi elección". Mei-hua era una chica con una voz muy fuerte, pero sus últimas palabras fueron un murmullo tan leve que debimos esforzarnos para oirlo. Mei-hua era una idealista sobre el amor como sobre otras cosas.
"Oh, ya puedes gritar", interrumpió Chen Huei-chun. "Quién te metió en la cabeza que el casamiento es algo que ocurre sin ser concertado? No anhela cada princesa que se pierde en la selva, que algún príncipe en un caballo blanco venga a salvarla? Pero esos cuentos son cuentos y nada más".
"Ahora eres estudiante y debes sumergirte en tus libros" continuó Huei-chun. "Cuando termines tus estudios y te emplees, te sumergirás en tu empleo. Dónde y cuando crees que encontrarás a tu príncipe? Yo creo que las casamenteras son de utilidad. Por lo menos pueden preparar la ocasión para que se encuentren un muchacho y una chica. Muy bien entonces, qué importa si primero debes pasar por ese asunto del "hsiang-chin"? La casamentera no quiere hacer una yunta de una gallina de corral y un ave fénix; y puedes aprovecharte de su reacción para hacerte una idea de lo que los demás piensan de tus atractivos. Esto es muy diferente de la idea antigua de una orden de los padres, una palabra de la casamentera, y debías obedecer o colgarte. Después de todo, ahora, aunque se llame a la casamentera, todavía tienes el derecho de decidir." Se había agitado tanto que frotaba la transpiración en su frente con el pañuelo apretado, al tenninar de hablar.
Ese debate había ocurrido en nuestro dormitorio después de los exámenes finales inmediatamente antes de la ceremonia de egreso, en junio. La conversación había caído sobre el tema de mayor interés para todas las mujeres jóvenes y pronto se había convertido en una disputa. Mei-hua se oponía absolutamente a la idea de "hsiang-chin", porque la forma más moderna de conocerse era por casualidad, sentir una atracción mútua irresistible y enamorarse ciegamente. Huei-chun no se confiaba de esos encuentros casuales, declarando que podrían no ocurrir jamás, y que una chica se podría encontrar marchitándose sin un hombre. Mejor jugar a seguro y encontrar algún jóven de confianza por medio del encuentro concertado.
Yo me había contentado con escuchar, sentada en mi cama, sin decir palabra. El matrimonio me parecía un problema muy lejano que no tenía porqué preocuparme ahora. Yo deseaba intensamente continuar mis estudios en el exterior y no permitiría que el matrimonio me lo impidiera. Sin embargo, mientras escuchaba se me ocurrió qué lóbrega perspectiva sería si lo que Huei-chun decía fuera verdad. Nada de romance, nada de sentimientos, ni siquiera la mirada llena de emoción, la agitada esperanza que toca la cuerda más profunda del corazón! Si yo me hubiera de casar, había de ser como había dicho Mei-hua. No porque fuera algo moderno y a la moda, sino porque de lo contrario no podría ser romántico. Y el romance debería ser por lo menos el comienzo de la vida matrimonial.
"No te estés ahí con la boca cerrada, Hsiu-yi!", me gritó Mei-hua. "A ver, dinos quién es más lógica en este argumento".
"Es la lógica tan importante", sonreí algo sorprendida. "Mei-hua, tú y yo somos más idealistas, pero la lógica está de parte de Huei-chun", respondí vacilante.
"Oh, vete al diablo", Huei-chun gruñó disgustada.
Y ahora ya hacía tres años desde que nos recibimos. En el intervalo, Huei-chun se había casado con un hombre fidedigno, como lo había deseado. Mei-hua y yo todavía eramos solteras.
La mala estrella me había compañado desde el principio. No me había sido posible viajar al exterior para continuar mis estudios, según mi deseo, y francamente, no lo había aceptado de buen talante. Había pasado algún tiempo antes de encontrar empleo como dactilógrafa en un banco, y no era algo que me enorgulleciera. Como estudiante de literatura yo había tenido aspiraciones más altas. Sin embargo, como me dijo Mei-hua, los tiempos eran difíciles, y debía conformarme con lo que tenía. Mei-hua habría adquirido la sabiduría del mundo para aconsejarme de ese modo; o quizás finalmente se estaba haciendo lógica.
Mi trabajo era monótono y el lugar ruidoso. Cada vez que levantaba los ojos de la máquina veía clientes yendo y viniendo. Venían a depositar, retirar o pedir prestado, y eran corpulentos o delgados, de rostros colorados o pálidos, pero tenían algo en común: todos estaban ocupados ganándose la vida. Algunos tenían la suerte de ganar mientras otros luchaban por alejarse del borde de la ruina. El banco representaba una vida de contienda desesperada en un mundo aparentemente dominado por el signo del dinero. Dónde -me preguntaba con frecuencia- encontraré poesía o romance? En el tonto repiqueteo de mi máquina de escribir, o en el sonido de las cuentas del ábaco al subir y bajar? En los manojos de dinero que pertenecían a otros?
Mei-hua me solía preguntar: "Algo nuevo?" Desde luego, quería decir: "Has encontrado tu príncipe"? Yo sacudía la cabeza en silencio. Como no iba más que al banco, de dónde podría salir algo nuevo? Sin embargo, debo confesar que cada vez que me hacía esa pregunta invariable y solícita, varias caras se deslizaban por mi mente. Li, que con frecuencia ponía una nota bajo mi máquina de escribir; decían que era de familia rica y olía a dinero; y Chen, con sus gruesos anteojos, a quien le gustaba estudiar pero daba la impresión de suma torpeza; y Chang, el calavera pagado de si mismo, que parecía creer que el buen aspecto lo era todo. Peng, sombrío y solitario, a quien nunca faltaba una queja en la punta de la lengua, y Teng, el charlatán, que había llegado a creerse importante. Ellos y algunos otros sólo hacían que yo sacudiera mi cabeza con más vigor. Preferiría ser una solterona antes que casarme con alguno de ellos. Y me preguntaba, porqué se casa la gente?
"Y tú", le preguntaba a Mei-hua.
Ella sonreía. "Qué podías esperar de mí?". Quizás aquella noche Huei-chun había tenido razón. Con una vida tan ordinaria y sin oportunidades de conocer a muchachos fuera del círculo propio, todo eso sobre romances existía sólo en nuestras mentes, porque habíamos leído tanto de eso!
"Quieres decir que cualquier día aceptarás un "hsiang-chin"?"
"Absolutamente no; o por lo menos, no ahora. Seguiré esperando y observando".
Pero no decía yo toda la verdad. La verdad era que yo había cedido ante mi madre que me llamaba a casa para un "hsiang-chin", aunque antes la había desobedecido varias veces. Me avergonzaba interiormente y no me atreví a revelar mi secreto ni siquiera a Mei-hua. (Continuará)