Estamos nuevamente en el medio del otoño y la luna llena pasea su mirada escrutadora sobre todos los que se encuentran en lugares distantes. Y hablando de los ausentes, este es el 21 otoño desde que salimos juntas de nuestro pueblo y el décimo año desde que partiste hacia una tierra extraña. Pero por grande que sea la distancia que nos separa, nuestros sentimientos ardientes por nuestro lugar nativo son igualmente intensos.
Me escribiste en tu carta que bajo una brillante luna de otoño en un país lejano te sentías singularmente triste y solitaria, y te resultaba imposible suprimir la nostalgia que te hace inclinar la cabeza. Dijiste también que aunque la luna sea llena, tu corazón, como el de un vagabundo, está lacerado y nunca en paz, ante el interrogante perpetuo de cuándo podrás gozar una vez más alegremente de la "reunión de la luna" con los tuyos en tu tierra.
Afirmaste asimismo que, aunque tienes ahora tu hogar en una nueva tierra, con tu esposo muy bien empleado y con tus dos chicos que crecen espléndidos, sigues pensando de tu viejo hogar. Es verdad! Cómo no echar de menos el hogar nativo cuando tantas memorias de tantos detalles del lugar y tantos acontecimientos de la niñez permanecen con frescura tan llena de cariño en tu corazón?
Ciertamente recuerdas la línea de sauces y los dos altos árboles "wutung" al frente de nuestra casa, allá en el continente. Y aquellas bellas noches de luna y estrellas que pasabamos juntas, charlando y cantando. El sur del río Yangtze era tan poético y pintoresco. Los años de la niñez eran realmente preciosos.
Debes de recordar muy claramente lo que hacíamos cada luna de otoño. El Pabellón Yuehyang estaba a pocos minutos de nuestras puertas y siempre subíamos allá para celebrar la luna. El plateado Lago Tungting yacía abajo, suave y tranquilo, y las lucecitas de los pescadores flotaban soñadoras aquí y allá. Comíamos "yuehping" (pasteles de la luna) y picabamos en las granadas como de jade, saboreando su agradable suavidad y refrescante gusto. La tierra estaba envuelta en la apacible luz de la luna, en paz armoniosa y serena. La vida estaba pletórica de vigor y el futuro parecía brillante y enfáticamente ideal.
Pero la más inolvidable fue la noche de la luna que otoño que pasaste en mi casa poco antes de tu partida de Taiwan a Estados Unidos. Estábamos sentadas en el patio y mis tres chicos te acosaban pidiéndote cuentos. Les contaste tus historias y nos reímos tanto, pero en tus ojos ví destellos inocultables de inquietud. Sabiendo que una buena amiga partiría pronto a una tierra lejana, yo tampoco podía evitar la melancolía. Cuando mi esposo llevó a los chicos adentro, me dijiste: "No es que me guste la vida en el extranjero. Pero no me queda alternativa, porque mi esposo tiene trabajo allá y quiere que yo vaya". Después añadiste: "La luna es más maravillosa en la tierra que llamamos nuestra patria. Por lo menos, eso es lo que yo siento".
(Continuará)