medida que Taiwan se fue transformando de una sociedad agrícola a una predominantemente comercial e industrial, su paisaje también fue cambiando. El número de edificios altos y modernos que crece rápidamente es evidencia del desarrollo económico de la isla, y también sirve para ocultar un capítulo poco conocido y fascinante de la historia de Taiwan. En alguna zona de cualquier ciudad importante hay, por lo menos, un área conocida como una barriada de militares.
Algunas de ellas son una especie de pueblos fantasmas, convenientes sitios para arrojar desperdicios para algunos vecinos. En otras, los edificios y la gente están envejeciendo al mismo ritmo. Durante el día, los ancianos se reúnen al aire libre en el centro de la barriada, donde juegan mahjong o simplemente conversan. El idioma es mandarín, pero es hablado en una inmensa variedad de acentos, dependiendo de si el hablante es de Sichuan, Shandong, o Taiwan. Entre los temas de conversación están la política, los viajes a China continental, los planes de reconstrucción de la barriada, o los hijos y nietos. Parece que estas personas no pertenecen al mundo urbano adyacente, y el mundo tampoco les presta mucha atención.
Allá por 1982, la Liga Anticomunista de Mujeres Chinas, fundada por Madame Chiang Kai-shek y que ayudó a recaudar dinero para construir muchas de estas comunidades, realizó una encuesta. Habían 879, muchas ubicadas en zonas urbanas. Más de doscientas, por ejemplo, estaban en la ciudad y el distrito de Taipei, y en el área de Kaohsiung habían más de cien. En conjunto, el proyecto de comunidades para militares proporcionaba vivienda a aproximadamente 100.000 soldados y sus familiares.
El origen de estas barriadas se remonta a finales de los años 1940, cuando alrededor de 600.000 tropas nacionalistas y sus familiares vinieron a Taiwan desde China continental. En esa época, el personal militar no tenía permitido contraer matrimonio, a excepción de los comandantes de batallón, los oficiales de alto rango, y los hombres enlistados mayores de veintiocho años, aunque por supuesto, algunos soldados ya se habían casado antes de incorporarse al ejército. Actualmente no existen datos sobre el número de familiares de militares que vinieron a Taiwan en esa época.
Taiwan ya había recibido olas de inmigrantes anteriormente, pero estos soldados junto a sus familiares eran muy diferentes de sus antecesores. Pan Kuo-cheng, un periodista que ha realizado una extensiva investigación sobre la historia y herencia cultural del área de Hsinchu, indica que los inmigrantes anteriores, fukieneses y hakka, estaban frecuentemente emparentados los unos con los otros, o por lo menos compartían un pueblo natal en común, por lo que tenían sólidos lazos familiares o locales. En cambio, el ejército nacionalista estaba integrado por oficiales y soldados procedentes de diferentes provincias y culturas. “Fueron reunidos por la guerra, y sus relaciones fueron labradas en los campos de batalla, donde un hombre debía confiar su vida a sus camaradas”, dice Pan. “Cuidarse el uno al otro era la única manera de sobrevivir —en o fuera del campo de batalla”. Además, estos inmigrantes eran extremadamente leales al régimen que les había dirigido durante la guerra y traído a Taiwan en cuerpo entero.
Las comunidades para militares tendían a ser autosuficientes. Lo que no proporcionaba el ejército, podía cultivarse o criarse.
Cuando las tropas llegaron, se alojaron en bases militares que estaban ubicadas, o que luego se convirtieron en áreas urbanas, y sus familias tuvieron que buscar algún lugar cercano para instalarse. Los japoneses habían construido algunos dormitorios para sus propias tropas, pero éstos fueron sólo suficientes para alojar a los dependientes de una parte de los oficiales de mayor jerarquía. Los otros tuvieron que conformarse con lo que fuera y donde les fuera posible: tiendas de campaña, tranquilas esquinas de los patios de templos, o almacenes abandonados. Esto era obviamente insatisfactorio, y poco después el ejército comenzó a construir barriadas para sus familiares.
Cada unidad era responsable de construir su propia barriada de acuerdo a sus necesidades, por lo tanto, el tamaño de cada una podía variar. Las unidades individuales en aldeas diferentes eran bastante estándares, sin embargo, variaban generalmente entre los cuatro y diez pings (13,6 y 33,4 metros cuadrados) y los oficiales de más alto rango ocupaban las unidades más grandes. Los vecinos tenían que compartir cocinas, baños y suministros de agua.
El Generalísimo Chiang Kai-shek dijo a sus hombres: “Debemos pasar el primer año preparándonos, el segundo devolviendo el golpe, el tercero barriendo al enemigo, y el éxito vendrá en cinco años”. Pocos de los residentes de las barriadas para militares pensaron entonces que “el primer año” iba a durar hasta ahora, por ello la mayoría recurrió al bambú y la paja como materiales de construcción convenientes y baratos para sus albergues “temporales”.
oco después las paredes de bambú y las cercas de estacas comenzaron a combarse, y los techos de paja a filtrarse. Más soldados llegaron a la edad de casarse, y a tener hijos. La necesidad de unidades de vivienda más grandes y en mayor número se hizo patente. Aproximadamente a principios de los años 1960, los ladrillos y las baldosas comenzaron a reemplazar al bambú y la paja como materiales de construcción. Las nuevas barriadas todavía consistían exclusivamente en unidades de un solo piso, pero de entre veinte y treinta pings, o 66 y 100 metros cuadrados, eran considerablemente más grandes que las antiguas. La mayoría de ellas tenía paredes hechas de ladrillos y madera, con techos de tejas.
Los residentes de la primera generación expandieron rápidamente sus casas, construyendo patios delanteros y traseros bajo el pretexto de “renovación”, y los callejones entre las unidades se volvieron más estrechos. A pesar de que las paredes de ladrillo reemplazaron las antiguas cercas de estacas. “Las cercas de bambú” siguieron siendo en la mente de la gente un símbolo de esas comunidades de militares.
El nombre de la barriada puede revelar algo de su historia. “Primera Comunidad Gloria del Ejército” indica la ausencia de personal de la marina o las fuerzas aéreas. “Segunda Aldea de Comercio” sugiere que los fondos para construirla fueron recaudados por comerciantes, y “Nueva Aldea Pueblo Dorado” o “Tercera Aldea Matsu” son para aquellas familias cuyos esposos estaban estacionados en Kinmen (“La puerta dorada”) o en Matsu, respectivamente. Cada barriada tenía —y todavía tiene— un comité administrativo presidido por uno de los residentes retirados y del cual todas las familias eran miembros. El presidente del comité no recibe pago, excepto la gratificación de tener la oportunidad de servir a su propia vecindad. En la elección del presidente del comité, cada hogar tiene sólo un voto, y solamente el hombre de mayor edad de la familia puede votar. No hay que dejar de mencionar que en la mayoría de las barriadas de militares son los hombres los que tomaban todas las decisiones.
Era difícil penetrar en un mundo donde el mandarín que se hablaba tenía una inmensa variedad de acentos, dependiendo de qué parte de China continental o Taiwan procedía el hablante.
Los que tomaban las decisiones, en realidad, pasaban poco tiempo en casa, pero sus esposas —quizás por sus experiencias comunes en tiempos de guerra— se cuidaban mutuamente, así como lo habían hecho sus esposos en los campos de batalla. Al principio, cuando los comunistas aún trataban de tomar por la fuerza la isla cercana de Kinmen, ellas lo compartían todo, incluyendo las faenas diarias. Típicamente, habían tres grupos. Uno era responsable de preparar la comida, otro de cuidar a los niños, y el tercero de escuchar la radio con la esperanza de saber algo sobre la situación en Kinmen. Los niños iban a la escuela cercana, donde la mayoría de los otros estudiantes eran de su barriada, y después de clase jugaban en la plaza de la comunidad. Cuando anochecía y llegaban los autobuses de los militares, corrían a ver si sus padres venían en ellos y competían entre sí para ver quién abrazaba primero a su papá.
Estas barriadas terminaron pareciendo campos satélites anexados a una base militar, independientes en gran medida del mundo exterior. Cada mes, las autoridades militares enviaban suministros de arroz, harina, aceite, y sal, y la mayoría de otros utensilios también procedían del ejército. El único contacto real que estas barriadas tuvieron con los forasteros ocurrió a finales de los años 1960 cuando las mujeres taiwanesas casadas con soldados continentales aprovecharon sus contactos para obtener simples trabajos de procesamiento, tales como ensamblar luces de navidad. Aparte de eso, las barriadas de militares se mantuvieron esencialmente cerradas al mundo.
La primera generación de residentes pensó que iba a recuperar el territorio continental en poco tiempo, por consiguiente tuvieron pocos inconvenientes con este estilo de vida simple e independiente. Pero la segunda generación de inmigrantes se halló en una situación difícil cuando trataron de integrarse a la sociedad. Eran rechazados frecuentemente al solicitar trabajos que tenían como requisito el idioma taiwanés o buenas conexiones. Muchos terminaron como funcionarios, maestros u oficiales de las fuerzas armadas, al igual que sus padres. Los niños poco talentosos, junto con los que no estaban interesados en la escuela, se dedicaron a ser taxistas o a otras actividades.
El ejército continuó construyendo comunidades nuevas hasta finales de los años 1980, cuando la gente comenzó a cuestionar si era justo usar el dinero de los contribuyentes para brindar alojamiento gratuito al personal militar. El diseño de las unidades cambió un poco —por ejemplo, se construyeron algunas casas de dos pisos a principios de los años 1970, como resultado de la influencia norteamericana— pero las comunidades siguieron en gran medida aisladas de la sociedad de Taiwan.
Desde el punto de vista de los urbanizadores, estas comunidades de viviendas de uno y dos pisos eran una manera muy ineficiente de utilizar los costosos terrenos urbanos. En consecuencia, en 1996, el Ministerio de la Defensa Nacional decidió no seguir construyendo más barriadas, y que todas las existentes construidas antes de 1980 tenían que ser demolidas, y el terreno sería usado para vivienda pública. A los residentes se les daría la opción de recibir compensación financiera o comprar una unidad en los edificios nuevos. Al año siguiente se estableció una comisión formada por varios ministerios bajo la dirección del ministro de defensa para resolver los problemas pertinentes y acelerar el proceso de reconstrucción.
n la actualidad, unas trescientas barriadas han sido reconstruidas o señaladas para reconstrucción. Muchos de los habitantes están a favor. Tsai Hsiao-chun, un residente de la segunda generación de una comunidad de militares en el distrito Chungho en Taipei, explica que el asunto de la propiedad de las unidades en las barriadas es un dolor de cabeza. Aunque los residentes pueden vivir allí sin pagar alquiler aún después de jubilarse, y sus hijos pueden heredar el derecho a ocupar las viviendas, los edificios y el terreno aún pertenecen al Gobierno y no pueden ser vendidos. Si el Gobierno necesita la tierra para otro fin, los residentes deben mudarse.
Los residentes pueden ahora optar por comprar un apartamento construido en el sitio de su antiguo hogar a un precio reducido especial. “El derecho a un refugio temporal no significa nada, pero ser propietario de su propia vivienda es otra cosa”, dice Tsai. “La primera generación de residentes ha comenzado a ponerse de acuerdo en que éste es su hogar, y que vivir en una casa de donde le pueden pedir que se salgan no es lo que quieren”.
Claramente, no hay nada malo con que esos militares retirados y sus familias esperen ser dueños de su propio hogar. Pero la demolición de las barriadas significa poner fin a un capítulo único de la historia de Taiwan, junto con una subcultura definida. El periodista e investigador Pan Ko-cheng indica que la estructura horizontal de bajo nivel de estas barriadas, junto con los callejones angostos, conduce inevitablemente a estrechos lazos entre las familias, lo que puede destruirse fácilmente cuando la estructura sea convertida en una vertical. “Estaba acostumbrado a estar a sólo unos pasos del vecino cuando quería conversar o pedir prestada un poco de sal, pero ahora el vecino está a diez pisos”, dice. “En poco tiempo, la relación original entre los residentes de la comunidad se convertirá en lo que se ve en cualquier otro edificio de apartamentos, donde la gente no sale de sus unidades y nunca se conoce entre sí”.
No es sorpresa entonces, encontrar que algunos residentes han vuelto sus espaldas a los nuevos proyectos de vivienda pública y deseen mantener las cosas como siempre han sido. “La gente dice que las barriadas de militares son prescindibles, y desde la perspectiva de los urbanizadores eso es cierto”, dice Tsai. “Pero desde el punto de vista histórico y cultural, no puedo permitir que el lugar donde viví toda mi vida desaparezca”. Estas no son sólo palabras vacías: Tsai ha fundado el Taller Cerca de Bambú y ha compilado la historia oral de la comunidad donde creció.
Esta es una misión única. Se ha llevado a cabo cierta investigación sobre las barriadas de militares, pero gran parte se hizo con el objetivo de hacerlo un tema político o étnico, o pensando en la planificación urbana. “La preservación tiene poca prioridad en comparación con el desarrollo económico o político, y a las barriadas de militares se les ha dado poca prioridad en comparación con otros sitios históricos o culturales”, dice Pan Kuo-cheng. “Pero cuando éstas sean realmente destruidas, y los primeros residentes que vivieron allí terminen por desaparecer, perderemos para siempre la oportunidad”.
Pan y sus asistentes pasaron un año, de 1996 a 1997, entrevistando a unos doscientos residentes para completar su investigación sobre cuarenta y seis barriadas de militares en Hsinchu. El informe, que fue el primer estudio regional de Taiwan sobre estas comunidades desde el punto de vista histórico y cultural, fue publicado seguidamente por el Gobierno de la Ciudad de Hsinchu, con el título de “Primavera más allá de la cerca de bambú”.
Al realizar las entrevistas, el mayor problema para Pan fue que muchos de los residentes de la primera generación no querían hablar con un extraño. “Es como que si todavía pensaban que los espías comunistas estuvieran al acecho por doquier”, dice. “Entonces no querían decir ésto porque era un asunto de seguridad nacional, o no querían hablar sobre aquéllo porque tendrían que matarme”. Por fortuna, el problema se resolvió con la ayuda del Ministerio de Defensa Nacional, que envió personal encargado de presentarles a Pan a los entrevistados. Después de eso, no se mencionó más la seguridad nacional.
Tsai Hsiao-chun encontró el mismo problema cuando estaba compilando su historia oral, incluso cuando conversaba con tíos que la conocían por décadas. “Los padres nunca hablan sobre el trabajo, y las madres nunca preguntan”, dice. “Supongo que así son las cosas en una familia militar, y es parte de la cultura en las comunidades militares”. Tsai resolvió su problema preguntando a las madres y a la segunda generación de residentes sobre sus vidas.
Algunos gobiernos locales también han notado que este capítulo de la historia está en peligro de extinción y han comenzado a hacer algo sobre ello. La ciudad de Hsinchu va a establecer un museo de barriadas de militares. La idea es preservar algunos de los edificios antiguos en una comunidad específica y usarlos para exhibir utensilios, fotografías y otros objetos antiguos relacionados con la vida en la comunidad. En la ciudad de Taipei se espera hacer lo mismo con la Comunidad Sur Ssussu (“Cuatro-cuatro”), en el distrito financiero de Hsinyi.
Unas cuantas investigaciones e historias orales, un puñado de museos y edificios antiguos —éstos sólo pueden preservar una diminuta parte de la cultura de las comunidades de militares. Los estilos de vida y las relaciones humanas que también son parte de esta historia desaparecerán pronto —así como la primera generación de soldados viejos, y las cercas de bambú que solían aislarlos del resto de Taiwan.