Taiwán Hoy
El Padre Druetto El Santa Claus de Kinmen
01/11/1985
Con su amable sonrisa y larga barba blanca, este septuagenario sacerdote parece el vivo retrato de Santa Claus.
Si apareciera en víspera de Navidad, los niños seguramente le gritarían "¡Hola, Santa Claus!" que es exactamente como lo llaman los residentes de Kinmen (Quemoy), el bastión de la República de China.
El Padre Bernard Druetto, es un sacerdote católico, patriarca, doctor, buen pastor y un padre de buen corazón para todos los habitantes de este islote. Al igual que el famoso ídolo de los niños a quien se parece, les lleva juguetes y regalos en Navidad.
El padre Druetto está disponible día y noche a todos en Kinmen: espiritual, física y psicológicamente.
"Si desea escuchar la palabra de Dios, ser bautizado, confesarse, si está enfermo o simplemente porque se siente triste, el padre Druetto lo consolará y animará en un sólo momento", atestiguó un feligrés.
"Santa Claus viene una vez al año, en la víspera de Navidad; sin embargo, el nuestro está con nosotros durante todo el año", agregó el coronel T.P. Lee, oficial de alto rango de Kinmen.
Su amor por China y especialmente por Kinmen, es evidente: ha permanecido en China por 53 años, y de ellos, 32 en Kinmen.
"China fue mi primer amor y ha sido el único durante todos estos años", dijo con mucho sentimiento, agregando, "Moriré en esta isla junto con la gente que amo. Lo único que me sacaría de aquí sería la oportunidad de regresar al continente chino; puesto que no puedo hacerlo ahora, me quedaré aquí, solamente a 8 kms. de distancia."
"Cuando hace buen día, puedo ver todo al otro lado del Estrecho y me entristece. Quisiera que Kinmen fuese como un trampolín por medio del cual poder trasladarme hacia allá."
Siendo miembro de la orden franciscana, el padre Druetto llegó a China a la edad de 23 años, emocionado porque sus sueños de la infancia se habían convertido en realidad. Changsha, en la provincia de Hunan, fue el lugar de su primera misión. Allí trabajó infatigablemente, predicando el Evangelio y ayudando a las personas; aproximadamente 4.000 de ellas se convirtieron al cristianismo y construyó un hospital tanto para las personas que profesaban o no el cristianismo. "A través de la experiencia personal, mi amor por China y el pueblo chino fue aumentado cada vez más", recuerda.
En 1949 los comunistas se apoderaron del continente chino. Al recordarlo ahora, comenta con mucha tristeza: "Los comunistas eran asesinos sanguinarios, que por todos lados asesinaban a inocentes personas. En el municipio de Liuyang, donde se encontraba mi misión, de un millón de personas, una de cada siete era asesinada brutalmente."
"Los chinos tienen un dicho, 'La tiranía es peor que un tigre', lo cual resulta muy cierto. Los comunistas eran más feroces que los tigres. Podría pensar que le estoy mintiendo; sin embargo, créame, cada palabra que digo es verdad. Los comunistas les sacaban a las personas los corazones y los cocinaban. Es verdad. Si no lo hubiese visto con mis propios ojos, no lo creería."
"Los demás chinos no son así. ¿Qué impulsaba a los comunistas a comportarse de esa manera? Debió haber sido la falta de Dios en su comunismo, lo cual los hacía ser tan diabólicos. Me temo que estas escenas tan crueles habrán de permanecer en mi mente hasta que me muera."
Bajo ninguna condición quiso abandonar el Continente, sino que continuó con sus labores. Los comunistas confiscaron su misión y su hospital. El 7 de marzo de 1951 fue arrestado, encarcelado y confinado a una pequeña celda por ocho meses. Le daban poca comida y nunca se le permitió salir de allí. Durante ese tiempo, perdió más de 100 libras, pesando cuando salió, únicamente 65. Le daban una taza de agua al día, tanto para beber como para lavarse.
Cuando finalmente salió libre, fue expulsado de inmediato. "Podrán expulsar mi cuerpo, pero no mi corazón. Algún día regresaré", les dijo a sus captores.
"Si vuelve a poner los pies por aquí, en cinco minutos estará muerto," le previno un oficial comunista.
Después de quedarse en Hong Kong por un corto tiempo, el padre Druetto se fue a Vietnam, en donde trabajó con los residentes chinos. Luego en 1953, llegó a la República de China e hizo de Kinmen su hogar. Para entonces, la pequeña isla era un arenoso desierto, pero a través de los esfuerzos de los comandos y residentes, se ha convertido en una tierra fértil y productiva.
El padre Druetto construyó allí dos iglesias y una clínica. Ayudó a incontables enfermos y en particular a los pobres.
Un día en julio de 1983, mientras arreglaba el techo de la iglesia se cayó de la escalera y no pudo levantarse. Con fuertes dolores, empezó a gritar; sin embargo, nadie podía oírle. Empezó a rezar y se le calmaron los dolores, cayendo en un profundo sueño. Al día siguiente, depués de haber permanecido allí por espacio de 15 horas, un residente que llegó en búsqueda de asistencia médica, lo encontró, llevándolo al hospital. Los médicos de Kinmen no quisieron operarlo y lo mandaron al Hospital de la Fuerza Aérea de la República de China en Taipei, en donde lo curaron.
Hijo de padre italiano y madre francesa, nacido en Marsella, el padre Druetto habla los dos idiomas con fluidez. Su madre murió cuando él tenía apenas siete años y su hermano gemelo, 20 días más tarde. El joven Bernardo entró a la orden franciscana a la edad de 15 años, completando luego estudios de filosofía y teología en la Universidad de San Antonio en Roma. En la misma ciudad, recibió adiestramiento médico durante un año, lo que le sirvió de mucho en sus trabajos posteriores.
Hoy en día las instalaciones médicas de Kinmen se encuentran bastante modernizadas; sin embargo, muchos residentes cuando se enferman, aún prefieren acudir al padre Druetto, cuyo afecto por los habitantes de Kinmen es genuinamente paterno.
El 30 de agosto del año pasado fue oficiada una solemne misa para celebrar el quincuagésimo aniversario de sacerdocio del padre Druetto y el quincuagésimo-segundo de su llegada a China. Al escuchar los mensajes de congratulación, incluyendo uno del Papa Juan Pablo II, el padre Druetto parecía ser el patriarca Moisés, de pie sobre el altar, con su penetrante mirada dirigida hacia el Estrecho de Taiwan y su amado continente chino. □