30/04/2024

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La lentitud de Pekin en dar trato reciproco

26/03/1991

Ha causado una gran desilusión la respuesta inicial del régimen de Pekín a las directrices para la unificación nacional propuestas por el Gobierno de la República de China. Es cierto que el régimen comunista que impera en China continental condescendió, según sus portavoces, a dejar entrever que constituye "un esfuerzo positivo" este último acto de las autoridades de Taipei, llevado a cabo para crear unas condiciones que sean favorables a las conversaciones sobre la unificación. Por desgracia, e incluso sin solución de continuidad, los comunistas pequineses anularon el pequeño elogio que estaban emitiendo; sin tapujos, reiteraron su obstinada postura de siempre en el sentido de que la unificación nacional se puede llevar a cabo sólo bajo las condiciones dictadas por ellos mismos.


Las directrices para realizar la unificación de China señalan tres etapas en las cuales se pueden tomar las medidas necesarias, desde los dos lados del Estrecho de Taiwan, con el objeto de poner en marcha el proceso de unificar la nación china, por fin, en un solo país libre y democrático en el que la población goce de posibilidades ilimitadas.


La fase primera alienta la creación de una confianza mutua y una relación pacífica entre las dos clases de sociedad y de jefatura política que se dan en los lados opuestos del Estrecho de Taiwan. La fase segunda tantea la posibilidad de que se produzca un diálogo oficial entre ambos lados del Estrecho cuando las condiciones se juzguen oportunas. La fase tercera abriría la puerta a un esfuerzo de cooperación con vistas a llegar a la unificación de acuerdo con la voluntad común tanto a la población de Taiwan como de China continental, con ambas partes cooperando en la creación de una sociedad democrática unida, en la cual la paz, la armonía, la seguridad y la prosperidad florecerían para todos.


Los gobernantes de la República de China han resistido todas las tentaciones de añadir un calendario específico a este plan de llevar a cabo la ansiada unificación. Tienen escasas esperanzas de que Pekín deje de lado, de súbito, sus intentos de coaccionar al Gobierno de la República de China para que éste se pliegue a los deseos comunistas de tener el poder absoluto sobre el destino de China. Pero, de todas formas, nuestros gobernantes saben que éste puede ser momento propicio para tomar alguna clase de iniciativa, si es que logran algún comienzo de reacción positiva por parte de Pekín.


Los jefes del comunismo chino pueden titubear ante la necesidad de responder directamente a las soluciones prácticas y razonables que les han sido presentadas por la República de China. Pueden temer que una respuesta negativa no caería bien ni a la población de China continental ni a países extranjeros testigos de los que está sucediendo. A la vez, pueden temer que una respuesta positiva daría una preponderancia excesiva al Gobierno en Taipei, que pasaría, de esa forma, a tener la iniciativa en los asuntos de toda la nación china.


Por tanto, parecemos hallarnos en un punto muerto, en el que Pekín continúa con su tradicional táctica de la zanahoria y el palo para tratar de zanjar uno de los asuntos más graves de la extensa historia de China. Dijo alguien que el poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente. En el caso de Pekín, el poder absoluto obviamente no sólo corrompe sino que entumece el cerebro. Escuchar el mismo disco rayado una vez y otra, respecto a que Pekín use la fuerza para unificar la nación, así como la disparatada idea de "Un País, Dos Sistemas", se está volviendo ya aburridísimo.

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