04/05/2024

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El examen

26/09/1993
Ese día, el abuelo del marido de mi hermana mayor, llamado Sung Tao, que era bachiller, estaba descansando para recuperarse de unas molestias de salud. De pronto, un mensajero oficial le trajo la notificación de que debía pre­sentarse inmediatamente al examen de doctorado. Sung explicó que faltaba para la fecha, así que no era necesario tanto apuro. Sin embargo, el mensajero insistía de tal manera que Sung decidió subirse a la grupa e ir con él. El camino se veía extraño y con­ducía a una ciudad que parecía la capital de un principado. Llegaron a la prefectura donde se dan los exámene . En el lugar se encontraban unos diez funcionarios de gobierno, entre los que Sung sólo reconoció a Kuan Kong, el que lla­man dios de la guerra. Había dos pupitres con materiales para escribir y en uno de ellos estaba otra persona. Sung se sentó y comenzaron. Después de revisar los resultados, las deidades asistentes seleccionaron a Sung. Le anunciaron: "En la provincia de Honan se necesita un ángel guardián. Tú te harás cargo del lugar". Apenas oyó esto, Sung se tomó la cabeza con las dos manos y entre sollo­zos dijo: "Me siento muy honrado con esta misión. Pero, mi madre es ya sep­tuagenaria y no hay quien pueda cuidarla. Les rogaría que esperaran hasta que ella cumpla con su destino para ponerme en ese puesto". Entonces, una deidad ordenó al encargado del Libro de los Destinos que averiguara cuándo caducaban los días de la madre en este mundo. Nueve años de vida le quedaban, fue la respuesta. Deliberaron un rato y el dios de la guerra dijo: "Muy bien, enviaremos primero al otro bachiller, el señor Chang, por nueve años". Luego, di­rigiéndose a Sung, agregó: "Tú deberías hacerte cargo de ese trabajo inmediata­mente, pero en vistas de tu gran amor filial, se te autoriza una prórroga de nueve años. Al término de ese período recibirás otra convocatoria". Terminado esto, ambos hombres se despidieron con respetuosas reveren­cias. Mientras caminaban, Chang co­mentó que vivía en el pueblo de Changshan. Al llegar a la puerta de la ciudad, se despidieron y se alejaron cada uno por su lado. Sung llegó a su casa mucho tiempo después. Le parecía que estaba desper­tando de un profundo sueño, cuando de pronto se dio cuenta que llevaba muerto tres días. Su madre oyó quejidos dentro del ataúd, corrió hacia él y le ayudó a salir. Sung se demoró cierto tiempo antes de poder hablar y, en cuanto pudo, pre­guntó por el pueblo de su compañero de examen. Así supo que Chang expiró el mismo día que él despertó. Nueve años más tarde, la madre de­jaba este mundo. En cuanto las pompas fúnebres terminaron, Sung falleció en su habitación. Los familiares de su esposa, que viven en el sector oeste de la ciudad, vieron a Sung entrar de repente al an­tepatio de la casa, acompañado de nu­merosos carruajes adornados con talla­dos y caballos con crespones rojos, hacer una reverencia e irse. A sus suegros y cuñados, que no sabían lo que pasaba, les pareció muy extraño. Salieron corriendo a preguntar y se enteraron de que lo que habían visto era el fantasma de un muerto. (Texto adaptado de Strange Stories from a Chinese Studio).

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