20/05/2024

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Así nos ven: La Timba China - Por Archibald Dax

06/05/1984
"El País ", Montevideo, Uruguay, Nov. 1º de 1982.

El manejo de las relaciones internacionales es comparado frecuentemente por comentaristas en apuros, con un juego de naipes. Cada país que se precia de ser una potencia trata de "jugar" talo cual "carta" o, a veces, de tenerla guardada como un sorpresivo "triunfo". Pero la política no es un juego; no se conoce el número de naipes y estos se entreveran en cualquier momento. De nada sirve tener un as en la manga: finalmente, la única salida es la guerra. Así pasó en los prolegómenos de las guerras de 1914, de 1939 y muchas otras. Los "juegos" a la larga se complican mucho más allá de la voluntad de los "jugadores" y estos pierden el control sobre su curso. De manera que no resuelven nada, sirven únicamente para evitar el ocio y aliviar el tedio de los diplomáticos y políticos, que se entretienen confundiendo a todos.

Desde hace años se habla, con inmarchitable insistencia, de la "carta china", que se supone daría una ventaja a los Estados Unidos que la Unión Soviética no podría superar. Consiste en que Wáshington se una con los comunistas de Pekín en una alianza contra Moscú. El precio total que habría que pagar por esta "jugada" no se conoce; sólo se sabe cuál es la primera entrega: China nacionalista.

Los buenos jugadores -en juegos como el ajedrez donde interviene el razonamiento- se distinguen de los demás, como todo el mundo sabe, por su capacidad de prever las alternativas de desarrollo del juego, con mucha antipación. Es evidente que si los Estados Unidos prescindieran de la República de China (Taiwan), perderían un valiosísimo aliado y como lo que es pérdida para Wáshington, para Moscú significa ganancia, el perjuicio sería doble. Es verdad, un buen jugador a veces acepta ciertas pérdidas si cree poder resarcirse con creces más adelante. Pero ¿qúé garantías existen de que los Estados Unidos, al abandonar a los chinos nacionalistas consigan una eficaz alianza anti-soviética? ¿Cuánto duró la alianza Hitler-Stalin? ¿ Cuánto el pacto entre Occidente y la URSS? Un tratado entre dos potencias -y ciertos sacrificios (de ambos lados, no de uno solo) para lograrlo- tendrían sentido únicamente si el objetivo perseguido por las partes contratantes fuera común y alcanzable en un futuro previsible. Entregar a Taiwan, sin embargo, significaría una pérdida irrecuperable para el Occidente, en aras de una alianza completamente hipotética. Todo pacto con Pekín implica un máximo de riesgos, mientras que el precio que por él deberá pagar el Occidente es bien concreto y -en el muy probable caso de incumplimiento de parte de Pekín- irrevocable. En otras palabras, jugar la "carta china" es como jugar a la más vulgar timba con los intereses propios y los de los aliados.

Se puede tener la seguridad de que China comunista por su naturaleza intrínseca, jamás será un aliado confiable que merezca concesiones en serio. En la estructuración de su dirección política, no se proveen los elementos necesarios para que un gobierno se haga responsable del cumplimiento de los compromisos contraídos por sus antecesores. No existe el concepto de continuidad política en los gobiernos comunistas, lo que se traduce en su inimputabilidad: compromisos firmados hoy, mañana, bajo otro gobierno, ya no tienen validez. Mao, su viuda y la "Banda de los Cuatro", para citar un ejemplo, pertenecen al pasado, a pesar de haber gravitado en la política de su país durante decenios. Y ¿quién se atrevería ahora a invocar un acuerdo firmado con esos 'criminales' y exigir el cumplimiento por parte de sus sucesores? Así será siempre, mientras los comunistas estén en el poder en China Continental; para ellos, cambiar de actitud equivaldría a negarse a sí mismos.

Además: Toda concesión que se haga a China comunista para reforzarla y convertirla en un aliado a Occidente no le serviría de nada. Cuanto más fuerte esté Pekín, tanto más exigente se volverá frente a Moscú y frente a Wáshington. ¿De qué le sirve a los Estados Unidos un socio, fortalecido a costa de sus propios aliados, que podría cambiar de bando en cualquier momento?

Las diferencias entre Moscú y Pekín son geopolíticas; entre Pekín y Wáshington, ideológicas. Basta que llegue al poder en China un elenco comunista con conceptos doctrinarios distintos, para que se altere totalmente la política. ¿Qué seguridad puede tener Wáshington de que esto no sucederá? Ninguna. Desconfiar profundamente de China comunista no es cuestión tanto de fé democrática como de elemental sentido común.

Con estas reflexiones no se quiere sugerir que Wáshington debe hostigar a China Roja; simplemente se quiere dejar sentado que China Roja, como cualquier otro país comunista, por la esencia misma del régimen, es incapaz de ser un aliado del Occidente y que sería fatal sacrificar en persecución de una quimera, a un aliado probado como China nacionalista, el bastión del mundo libre.

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