05/05/2024

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Reportaje: F.Comarazamy, el periodista - Por Orlando Gómez

06/07/1981
Cuando llegó a la redacción "para ver cómo se trabaja en un periódico chino", ninguno de los reporteros estaba preparado para aquella eventualidad. Eso no figuraba en el programa de su visita a Taipei, pero él insistió. Y vino. Lo único, pues, que se me ocurrió preguntarle, así de sopetón, como quien dice, fue por Latinoamérica y qué había de nuevo por allá. "Usted es el que me tiene qué contar a mí cómo andan las cosas por aquí", respondió sonriendo mientras extendía sus manos de gigante, y ese fue el punto de partida de un diálogo que tendremos que reanudar cualquier día en alguna parte. Y es que con Francisco Comarazamy es posible conversar con esa franqueza y pasión que únicamente es concebible entre las gentes del Caribe. Además tiene la ventaja de que analiza las dos caras de todos los problemas. Optimista y con una dignidad un poco a la antigua, tiene una determinación de acero que se esconde detrás de su modestia, su color moreno y sus casi dos metros de estatura. "Está bien, hablemos de literatura", me indicó, y aunque el tema tampoco estaba en ninguna agenda oficial, comenzó a contarme con cierta gracia que lo mejor que le había ocurrido en su trayecto de más de 30 horas desde Santo Domingo a Taipei, fue haberse leído el último libro de Gabriel García Márquez. Entonces inicié el descubrimiento de este Comarazamy: el crítico literario, el observador de la vida cotidiana, pero ante todo el periodista, que se ha pasado la vida entre los teletipos de la AP, la Reuters y la France Press, y como asistente de la dirección del diario Listín, el decano de la prensa dominicana. Comarazamy habla en el lenguaje de las buenas novelas del Caribe. Usando los mismos elementos de que puede echar mano hasta el propio Gabo. Y paso a adivinar por qué este hombre no podría vivir jamás en otra parte. Le gusta el olor, el color y el sabor de su patria, aunque sus raíces comenzaron a dibujarse en la India, de donde llegaron sus abuelos en el siglo pasado, cuando el mundo era menos urgente y cuando el Listín no pasaba de ser eso: una lista pegada a las paredes que servía para dar cuenta del pasar de barcos y marineros, en su camino desde Europa hasta América, historia que -me imagino- le habrá contado quién sabe cuántas veces a sus alumnos de periodismo de la Universidad Central del Este. Pero un hombre con ese temperamento tampoco podía dormir tranquilo si no viajaba de nuevo a la República de China. Y así resumió la opinión de la visita: "En ésta, mi tercera vuelta, he visto realizable una obra grandiosa, a la que calificaría como modelo de progreso de la postguerra. En las tres veces que he venido me he sorprendido siempre de los adelantos. En pocas palabras, parece que estos chinos producen bienestar para la libertad. Y lo único que lamento es que entre nuestros países no se haya fomentado aún más la relación cultural. . . ", y pasa a hablarme de proyectos para que se haga realidad el intercambio entre las dos naciones de profesores y estudiantes, sin que falte el acceso a mayores libros y documentales. "Tenemos que aprender también cultura china", remata. Mas, la literatura sigue esperando y entra de nuevo con Comarazamy: "Ahora bien, como lector, le tengo una enorme admiración a Carpentier. Se murió pero sigue diciendo cosas en sus obras que a veces producen desconcierto" . Mientras Julia Sun Su-ming, mi compañera china en esto de pisarle los talones a los personajes visitantes, conversa con su esposa, Comarazamy (así lo conocen todos, nadie le llama Francisco) sigue explicándose en el mismo estilo que emplea no solo en sus columnas sino que usa y abusa en la vida. Lástima grande que el espacio no sea suficiente para relatar toda la increíble y verdadera historia de este periodista, maestro de muchos colegas latinoamericanos. Al final me dio la sensación de que, a diferencia de otros, la misión que se ha impuesto Comarazamy como periodista -y que le habrá inculcado a tantos- es educar. Y se lo dije. "Ojalá sea así porque entonces estaremos salvados", me contestó simplemente. Y le creí, porque Comarazamy, como el diablo, sabe más por viejo que por diablo. "

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