04/05/2024

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Taiwán Hoy

De culíes a héroes anónimos

01/11/1997
Sellos postales que ha emitido el Gobierno cubano para conmemorar los 150 años de la presencia china en Cuba.

Como cualquier otro barco que llega a un puerto, el bergatín de bandera española «Oquendo» atracó en el Puerto de La Habana el 3 de julio de 1947 y procedió a los trámites correspondientes de su llegada. Tal vez la única diferencia que tenía esta embarcación era su cargamento. La nave española traía consigo un cargamento de 206 chinos consignados a la Real Junta de Fomento.

Así se produjo el primero de muchos desembarques de chinos que fueron destinados a las faenas más duras del campo en la Cuba colonial. Nueve días después de la llegada del bergatín «Oquendo», entraba en aguas cubanas la fragata inglesa «Duke of Argile» con un cargamento de 365 chinos. Muchas embarcaciones siguieron llegando procedentes del Lejano Oriente con una carga humana similar que se fue acumulando en la isla caribeña para alcanzar un estimado de 150.000 chinos a fines del siglo pasado.

La emigración china a Cuba se caracterizó por ser casi exclusivamente de solteros, sin acompañamiento de familiares. El interés de los amos cubanos sólo era remediar la falta de mano de obra en las faenas del campo. Si bien hubo legislaciones pertinentes que disponían que se debía introducir mujeres «en una cuarta parte de los hombres», sin embargo, los hacendados consideraban que las mujeres eran menos productivas no solamente en los trabajos de campo, sino incluso en los quehaceres domésticos, donde se preferían a varones robustos entre 18 y 40 años.

Los hacendados cubanos resaltaban la condición de varón «robusto» y la definían en el estado de soltero. En un censo realizado en 1861, de los 30.959 chinos empadronados, más del 99% eran solteros, habiendo solamente 120 casados y 13 viudos.

Esos trabajadores chinos fueron reclutados de diferentes profesiones, habiendo entre ellos cargadores de leña, pescadores, barberos, sastres, pintores, zapateros, peones y gente de otros oficios. Lo extraño de todo es que casi no habían campesinos, que supuestamente eran las personas que más se necesitaban para las labores de campo en Cuba.

En su casi totalidad, los inmigrantes chinos provenían de la Provincia de Kwangtung (Guangdong) y eran «contratados» principalmente en las ciudades de Cantón, Hong Kong, Macao, Swatow y Whampoa. Hong Kong era entonces una colonia británica, mientras que Macao sigue todavía siendo colonia portuguesa.

Los trabajadores chinos destinados a Cuba eran reclutados en las ciudades antes mencionadas mediante un «enganche», que era llevado a cabo por compatriotas inescrupulosos que eran llamados chutsaitou o chi chay tau en cantonés, término despectivo que significaba «capataz o cabeza de cerdo».

Al principio, se procuró contratar a jóvenes campesinos no mayores de 34 años de edad, que fuesen corpulentos y varoniles. Estos campesinos estaban habituados a las rudas faenas del campo. Sin embargo, al dificultarse su reclutamiento, se procedió a abordar a gente dedicada a los oficios menores en la ciudad.

Los chutsaitou eran tipos muy hábiles que usaban el engaño para «enganchar» a sus víctimas. Muchos de ellos hablaban algo de inglés y se ufanaban de tener muchas conexiones en el extranjero. Cargaban consigo siempre una bolsa repleta de plata, que decían haber ganado fácilmente en Tay Loy Sun (literalmente significaba «Gran Luzón», que por extensión se refería al Gran Imperio Español).

La víctima incauta era generalmente invitada a una casa de té, donde se le invitaba a probar dulces y pasteles exquisitos. En la conversación, el chutsaitou le prometía un contrato de ocho años en Tay Loy Sun, un país de mucho oro y plata, y de donde regresaría bien rico.

Si la víctima aceptaba, el agente le entregaba ocho pesos mexicanos, como primer adelanto. Al aceptar dicho adelanto, el futuro culí era conducido al puerto de embarque, donde se le internaba en una barraca. Allí, el internado se sentía confortable escuchando música y recibía algún dinero suelto para que pudiera entretenerse en juegos de azar.

Mientras tanto, el chutsaitou le explicaba que tuviese paciencia en esas inmundas barracas, ya que le esperaba mucha felicidad y bienestar en la tierra española, a cambio de un moderado trabajo en las faenas de campo.

Los chutsaitou entregaban a los culíes a los comisionados de los negociantes cubanos, y recibían de 5 a 6 pesos por cada chino que lograban subir al buque.

Engañados e ilusionados con grandes riquezas, los primeros inmigrantes chinos a Cuba se embarcaron contentos y llenos de esperanzas. Muy pronto, sus sueños se despedazarían.

Mucha gente de mala calaña en China, al ver el lucrativo negocio de la trata de humanos, decidió meterse en esa nefasta profesión. Con el aumento de la competencia, se fueron elevando las pagas del «enganche», llegando a alcanzar hasta 20 pesos por cada culí.

Eventualmente, la situación se fue tornando cada vez más violenta. Los chutsaitou comenzaron a ser más atrevidos en sus engaños y llegaron a proponer trabajo en una isla vecina y con un alto salario. Los pobres chinos que aceptaban la oferta eran embarcados y enviados a Cuba y otras islas de las Indias Occidentales.

El resultado de este vil engaño a que recurrieron los agentes fue el constante sublevamiento y los motines a bordo de las naves que conducían a los desdichados al Hemisferio Occidental.

Entre 1857 y 1860 se reportaron muchos incidentes de esta naturaleza. Uno de ellos ocurrió en agosto de 1860, cuando se sublevó la carga humana de la embarcación española «Encarnación». Después de más de una hora de cruenta lucha, 92 de los 324 chinos a bordo murieron o se tiraron al mar, desconociéndose su suerte posterior. Dos miembros de la tripulación de 32 hombres también perdieron sus vidas.

Pocos fueron los chinos así reclutados a Cuba que lograron retornar a la tierra de sus antepasados. La mayoría de ellos, después de cumplir el contrato, quedaba con poco dinero en mano y no tenía medios para retornar. Bajo esta situación y al desconocerse la suerte de los enganchados, comenzaron a circular los rumores más absurdos en China.

Entre las versiones más horripilantes que se rumoraban en esa época había una que decía que los españoles se llevaban a los chinos para comérselos. Otra versión anotaba que los desdichados eran llevados a una isla inhóspita, donde eran sacrificados para extraerles cierta sustancia de sus cuerpos. Incluso hubo una que decía que los chinos eran vendidos a tribus antropófagas en Oceanía.

Estas anormalías llegaron al conocimiento de las autoridades españolas, e incluso el Cónsul General de España en Macao informó en un despacho del 7 de mayo de 1859:

«...con motivo de la escasez de colonos que por circunstancias particulares del país ha habido este año, han tenido los empresarios de emigración que aumentar en grande escala el precio o premio que se da por cada hombre que presentan los corredores chinos. Impelidos éstos por la codicia, parece que han abusado en algunas ocasiones de la buena fe de ciertos infelices chinos, conduciéndolos engañados a Macao y a bordo de ciertos buques que se hallaban en el río de Cantón...»

El Ministro Plenipotenciario de Estados Unidos en China, Charles Reed, en un informe remitido a su Gobierno, también se refiere al nefasto negocio de los chinos embarcados hacia Cuba. Al respecto, Reed informa:

«Los colonos no se embarcan para las Antillas en virtud decontratos voluntarios, sino que son víctimas de la astucia, de la doblez, y de la barbarie, pues son arrancados de su patria sin saber por qué y sin decirles siquiera dónde se les conduce».

Con los rumores de horripilantes destinos para los embarcados, comenzaron a escasear las personas interesadas en viajar. Los inescrupulosos agentes empezaron a usar medios cada vez más violentos para obtener a sus víctimas. Con engaño y violencia, virtualmente se empujaba a cualquiera que mostrara un mínimo interés en la oferta de trabajo.

El desdichado que cayera en la trampa era conducido a la barraca, donde quedaba bajo la custodia de unos guardias. A pesar que el sujeto estaba allí supuestamente por propia voluntad, sin embargo, si intentaba escaparse, era fuertemente azotado. En la barraca, se le obligaba a firmar el contrato.

El futuro culí no podía arrepentirse, ya que el contrato había sido firmado y era «leonino, forzoso, obligatorio y tenía que cumplirse». No le quedaba otra alternativa que esperar la salida del buque que lo llevaría al continente americano.

En el contrato, el culí se comprometía a embarcarse para Cuba, trabajar a las órdenes de los señores que ofrecían el contrato o de cualquier otra persona a quien le traspasasen dicho contrato. En virtud al contrato, el culí estaba obligado a trabajar durante ocho años consecutivos en cualquier tipo de faena, por un salario de cuatro pesos mensuales.

Según las cláusulas del contrato, el culí debía trabajar un mínimo de doce horas diarias en labores de campo, y más horas si era en el servicio doméstico.

El patrono se comprometía a suministrar «ocho onzas de carne salada, así como dos y media libras de boniato u otras viandas sanas y alimenticias» diariamente a cada chino contratado. También debía proporcionarles asistencia médica, medicinas y otros auxilios en caso de enfermedad; además le asignaría dos mudas de ropa, una camisa de lana y una frazada anualmente.

Una vez embarcados, la penosa travesía duraba regularmente de cuatro a cinco meses. En algunas ocasiones, se prolongaba hasta siete meses en alta mar. En la mayoría de los casos, se procuraba llenar el buque hasta su tope con la carga humana, y los desdichados trabajadores chinos eran embarcados «como sardinas». Una vez fuera del puerto, al culí se le trataba más como un esclavo que como hombre libre.

Debido a las pésimas condiciones a bordo y el largo viaje, la travesía de los buques cargados con chinos contratados corría grandes peligros. Con frecuencia ocurrían motines y sublevaciones, que la tripulación trataba de aplacar sin contemplaciones algunas.

También por las pésimas condiciones higiénicas, muchas veces ocurrían brotes epidémicos en los buques. Estos brotes sembraban muerte entre los pobres chinos que venían apiñados en las bodegas de las embarcaciones. Entre 1847 y 1873, se registraron un total de 15.662 muertes de trabajadores chinos en el transcurso de la travesía por el mar. La cifra representa más del 10% de la cantidad total de chinos embarcados.

Aparte de las condiciones deplorables del barco, los chinos contratados también soportaban con frecuencia sangrientas represalias por parte de la tripulación por cualquier descuido menor que incurriesen.

Los colonos chinos llegaban por lo general a La Habana en estado delicado de salud, debido a la larga travesía. El clima caluroso de la isla producía en la mayoría de ellos diversas afecciones cutáneas que muchas veces les imposibilitaban para trabajar. En consecuencia, era de esperarse que no recibieran mejor trato, ni alimento más sano y abundante en los primeros meses.

Después del desembarco, los inmigrantes chinos eran recluidos en forma apiñada en los sucios barracones del Depósito de Cimarrones, que administraba la Real Junta de Fomento. Dicha instalación se encontraba en el poblado de Regla, cerca de La Habana. Aquellos que llegaban en buen estado de salud eran entregados inmediatamente a las personas que los tenían contratados. Los enfermos eran atendidos con el fin de que se reestablecieran lo más pronto posible para enviarlos a trabajar.

Por las estipulaciones del contrato, el colono chino quedaba reducido prácticamente a la categoría de los esclavos negros. Si bien no estaba clasificado como esclavo e incluso en el contrato se mencionaba que estaba en mejor condición que los jornaleros libres y esclavos, de hecho, el pacto unilateral que se le imponía al infeliz culí lo convertía en un semi-esclavo.

Dada su condición de semi-esclavitud, el chino se encontró en una posición de fácil asimilación por los dos grupos sociales que le rodeaban. Hacia arriba, el patrón ibérico que sentía cierta afinidad por la claridad de la piel; y hacia abajo, el negro que sentía simpatía en torno de alguien de su misma condición. Esta relación humana afectivo-emocional queda patéticamente reflejada en una guajira que encontramos en la Antología de Fernando de Villalón:

Canta a la negra perjura
que te engañó con el chino,
la que al borde del camino
te ofrendaba su negrura.
Llorarás tu desamargura
al verte así despreciado
y sacando tu machete
al chino hubieras matado
si en el monte no se mete.

A pesar de su condición de semi-esclavitud, al chino se le consideraba socialmente alguien intermedio entre amo y esclavo. En una Real Orden dictada por la Reina Isabel II en 1847, se recomienda «buen trato que la religión y la humanidad exigen», así como se aconseja mantener la separación entre «esta gente» y «la de color».

Como no conocían el idioma español, los chinos contratados no podían ser de provecho inmediato en los primeros meses. Desconociendo los detalles del trabajo asignado y sujetos a frecuentes maltratos, era de esperarse que los inmigrantes chinos no dieran el rendimiento que la mayoría de los hacendados esperaban. Se consideraba en términos generales que era necesario alrededor de dos años para que un chino estuviese listo para desempeñar cualquier trabajo que le encomendaran.

Las condiciones infrahumanas a que eran sometidos estos primeros inmigrantes chinos causó la fuga de algunos, así como el suicidio de muchos. En 1849, se tuvo que dictar un Reglamento para el manejo y el trato de los colonos asiáticos e indios. El reglamento, en vez de buscar solución al problema, lo agravó al imponer severas penas contra la desobediencia de los colonos chinos. En sus artículos se autorizaba la aplicación de cuerazos, así como el uso de grilletes y el cepo.

La inmigración china en Cuba, al igual que en otros países del continente americano, fue debido a varias causas. En primer lugar, al deseo de huir de la opresión política y religiosa que vivían en su país de origen a fines del siglo pasado.

En segundo lugar, por una motivación económica. La gran mayoría de ellos fueron engañados con promesas de riqueza y dinero fácil en fabulosas tierras de oro y plata. Pasaron todo tipo de penurias y al avistar costa cubana, creyeron que terminarían sus tormentos y comenzarían una nueva vida. Muy pronto sus ilusiones y sueños se convertían en desencanto.

La condición circunstancial se presentó cuando se hizo perentoria la necesidad de cubrir la disminución de mano de obra para faenas de campo. Los negros esclavos comenzaron a disminuir a causa de los controles británicos en Africa y la zafra requería cada vez más trabajadores. Con los fracasos de la inmigración de gallegos e indios de Yucatán, el tráfico de los culíes surgió como la solución acertada del momento. Finalmente, el interés económico se impuso sobre las consideraciones morales y humanas.

Después de muchas discusiones y defensas de ambos bandos, los interesados en la mano de obra barata y los preocupados por el peligro de una gran población china, el Consejo Real dictaminó el 30 de diciembre de 1857 colocar un tope a la cantidad máxima de chinos que debían introducirse en Cuba. A raíz de eso, se volvió cada vez más difícil introducir colonos chinos en la isla.

Sin embargo, esto no significó de ninguna manera el fin de este tráfico inhumano. No fue sino hasta en 1860, y bajo las presiones de las potencias extranjeras en China, que España tuvo que ceder y prohibir el tráfico ilícito de colonos chinos hacia el continente americano.

A pesar de la acción española, continuaron durante casi veinte años los esfuerzos por resucitar ese viejo tráfico de seres humanos. Incluso en 1877, todavía hubo un propietario cubano que solicitó la renovación de la trata amarilla.

Los colonos chinos fueron destinados a típicas faenas de campo, tales como la tumba de montes, siembra de la caña, trabajos en el ingenio de azúcar, así como abrir zanjas de desagüe y hacer terraplenes para el ferrocarril.

Aquellos que terminaban su contrato, se quedaban por lo general trabajando como jornaleros. Poco a poco, otros se dedicaron a la carpintería, zapatería, herrería, cigarrería y minería.

Con el vencimiento de los primeros contratos, comenzaron a aparecer chinos vendedores ambulantes en Cuba. En 1858 se establece una pequeña tienda de comidas chinas en La Habana, en la Calle de Zanja, esquina a Rayo, de propiedad de Chung Leng, bautizado como Luis Pérez.

Entre 1862 y 1866 se van estableciendo los chinos en toda la isla. Van adquiriendo importancia ciertos de ellos, como el caso de Chu Meng (Pastor Mauri) en Pinar del Río; José Marfia Wong en Julián de Güines; y Shiu Man (José Arman) en Guanajay.

La nueva situación civil, las amargas realidades que tuvieron que vivir en el pasado y las añoranzas de la tierra natal impulsaron y fortalecieron la solidaridad entre los miembros de la colonia. En 1867, varios miembros de la comunidad china fundaron la primera sociedad china, denominada Kit Yi Tong. Un año después, otro grupo de chinos constituyó la sociedad Hen Yi Tong, situada en la Calle Estrella, entre Campanario y Manrique.

Durante la Guerra de 1895, algunos comerciantes chinos hicieron su aporte económico en forma generosa a la causa libertadora. Posteriormente, muchos se integrarían al Ejército Mambí. Resignados a su nueva suerte, los chinos aceptaron su nueva patria de adopción, pero sin olvidar su condición y cultura orientales.

Habiendo sido en su mayoría varones, los primeros inmigrantes chinos tenían dificultades para casarse con gente de su misma nacionalidad. También les resultaba difícil casarse con una buena mujer local debido a la tremenda discriminación social de que eran víctimas. A finales de cuenta, muchos quedaron solteros hasta la muerte. Otros se casaron con mujeres blancas pobres o con negras de condición libre. También eran frecuentes los casos de relaciones sexuales entre chinos y negras, especialmente en los ingenios.

En la actualidad, la colonia china en Cuba no es grande en número comparada con aquéllas de otros países latinoamericanos. Sin embargo, su presencia en la isla se ha insertado plenamente en la fibra social del pueblo cubano, haciendo excelentes aportaciones en las artes, la música, la literatura y otros campos de la actividad humana. Con digno orgullo y amplio sentimiento humano celebran ahora su siglo y medio de integración en esa sociedad isleña.

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