29/04/2024

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Héroes al rescate

01/08/2007
Mi abuelo era el encargado de un ferry. Cuando yo era pequeño, lo veía bucear sin temor en las corrientes veloces para rescatar a los que se caían al agua o quedaban atrapados en las inundaciones. Entonces, pensaba, “En el futuro, si tengo la oportunidad, quiero salvar vidas así como mi abuelo”. Después, estuve a cargo de la administración de un restaurante. Un día, un grupo de voluntarios de la Oficina Central Internacional de Búsqueda y Rescate vino a mi negocio y los escuché conversar sobre la misión que habían terminado. Me interesaba lo que hacían, por eso me alisté al equipo en 1994.

Como resultado de esto, recibí muchos entrenamientos diferentes, incluyendo escalar acantilados, buceo y supervivencia en selvas, y en diferentes lugares tales como montañas, ríos y lugares con nieve, tanto en el país como el exterior. Tenemos que aprender todas estas destrezas y dominar diferentes áreas del conocimiento, por ejemplo, la meteorología y la topografía, para realizar nuestro trabajo con más eficiencia.

Nuestro objetivo es poner en contacto y reunir a los miembros del equipo, y llegar al lugar donde haya ocurrido el accidente en un período de dos horas. Y la meta final es encontrar supervivientes. Aquí, no tenemos héroes, solamente el equipo.

Cuando el Terremoto 9/21 ocurrió en 1999, me encargaron rescatar gente atrapada entre los escombros de edificios colapsados en la ciudad de Hsinchuang en el Distrito de Taipei. En ese momento, como no teníamos sonares ni detectores de imágenes, sólo nos quedaba la opción de entrar y gatear alrededor al azar. Hubo otros sismos menores, uno tras otro. No sabíamos si salir o seguir buscando... Luego, pensábamos que quizás podíamos encontrar a alguien. Poco después, encontré a una pareja con un niño, pero no pude acercarme a ellos con rapidez porque sólo tenía una pala. Todos murieron. Este incidente hizo que me diera cuenta de lo esencial que es tener el equipo apropiado.

Después del devastador terremoto, tanto los sectores público y privado prestaron mayor atención al establecimiento de una completa red de operaciones de rescate a través de la coordinación de varias ramas, y con equipo avanzado disponible. Recibimos varias donaciones para aumentar nuestros equipos.

De las diversas misiones de rescate en las que he participado durante la última década, el Tsunami de Asia 2004 me dejó la mayor impresión. Todavía recuerdo cuando bajamos del avión en la Isla de Phuket en Tailandia, olimos instantáneamente el hedor de la muerte. Ya caía la noche. Nos montamos en un autobús, y nos dirigimos hacia la zona del desastre. Mientras íbamos en la autopista, veíamos algunas luces tenues encendidas con generadores al lado del camino. El guía nos dijo que era un depósito temporal de cadáveres, donde fue colocado el primer grupo de fallecidos, y era tan grande como seis canchas de baloncesto. Estábamos todos atónitos con lo que veíamos y nos quedamos sin habla por un tiempo. Todavía sueño con lo que vi esa noche.

Como no se podían localizar casi supervivientes después del tsunami, nos asignaron el transporte de cadáveres. El número de víctimas estaba simplemente más allá de los cálculos. Pronto usamos todas las bolsas que teníamos y sólo podíamos cubrir los cadáveres con sábanas blancas. Mientras trabajábamos a lo largo de la costa, se escuchó el rumor de otro tsunami, y nos aconsejaron retirarnos. Corrimos lo más rápido posible a un puesto de comando cercano y nos dimos cuenta que los otros equipos extranjeros ya se habían marchado. Nuestro jefe nos dijo que nos mantuviéramos juntos agarrados de la mano si venía el tsunami, y pensó en que nosotros éramos capaces de superar la crisis. Esa fue una experiencia aterradora, aunque el rumor resultó ser una falsa alarma.

El último día de nuestra misión, todavía estábamos ocupados con nuestras tareas. Cuando nos tocó partir, era de noche y había comenzado a llover. Cuando el autobús iba por la carretera, algunos de nosotros vimos a lo largo del camino dos filas de figuras paradas que nos decían adiós con la mano. Yo sé que es difícil de creer y explicar, dado que era una zona controlada donde la gente común no podía entrar. Sin embargo, a mí me gusta pensar que hicimos algo para ayudar a liberarlos de su situación apremiante y que estaban agradecidos con nosotros.

Después de estar involucrado en operaciones de rescate, siento que la vida es más frágil y más preciosa. Cuando era joven, me encantaba ir de pesca y cazar en mi tiempo de ocio. Pero mi vida e ideas cambiaron después. Mi tarea era salvar vidas, no debería matar animales, ni plantas. Comencé a tomar clases de budismo, y aprendí sobre la incertidumbre de la vida; también he buscado asesoría psicológica para que me ayude a superar mi excesiva sensibilidad o trauma; después de todo, en nuestras operaciones, tenemos que presenciar algunas cosas terribles —cuerpos con quemadas severas o cadáveres sin extremidades, entre otras cosas. Ahora, la mayor parte de mi tiempo libre, la dedico a recibir entrenamiento para ayudar en caso de desastres, y con frecuencia llevo a mi familia a nuestro centro de entrenamiento para que sepan lo que estoy haciendo. Ahora tengo 53 años. Espero que pueda enseñar y atraer tanta gente joven talentosa como sea posible para que nuestras misiones puedan continuar.

Soy aborigen, y creo que la mayoría de los aborígenes somos físicamente activos de niños; el ambiente natural donde crecemos nos ofrece muchas oportunidades para el ejercicio. Me gustaba correr y nadar mucho. Debido a mi amor por el deporte, cursé estudios en el Colegio de Educación Física de Taipei. También obtuve licencias de buceo y salvavidas, así como para operar botes salvavidas. En ese entonces, no me imaginaba que esas destrezas iban a convertirse en la base de mi carrera.

Mientras hacía el servicio militar obligatorio en 1993, me asignaron servir bajo lo que era entonces el Comando de Guardacostas del Ministerio de la Defensa Nacional —este fue integrado con otras agencias relevantes y se convirtió en la Administración de Guardacostas en el año 2000. Mi trabajo es desafiante, y aún más, puedo usar las destrezas que aprendí en la escuela para servir al público, por eso decidí que esta sería mi carrera.

Aparte de tomar medidas contra el contrabando y los polizones, nuestros deberes principales incluyen el rescate marino. Nuestra base está en el puerto de Suao en el Distrito de Yilan al noreste de Taiwan. Durante los últimos años, he tenido la oportunidad de salvar a muchas personas a punto de ahogarse. Nuestra tarea es a menudo sumamente urgente porque la gente puede morir en segundos después de caer al agua.

Hace unos meses, cuando estaba en un patrullaje de rutina por la playa, vi a un grupo de gente mirando y gritando hacia el mar, “¡Una madre y un niño se están ahogando!” Debido al fuerte oleaje, nadie se atrevía a ir en su rescate. Al ver esto, me lancé de inmediato al mar, pero las olas me empujaron a la costa varias veces. Después de lograr nadar unos 100 metros, pude alcanzar las víctimas, al sostenerlas me di cuenta que el cuerpo del niño pequeño se había quedado sin fuerzas —probablemente ya había muerto. Entonces pensé en tratar de salvar a la madre primero.

Sin embargo, la madre seguía sosteniendo a su hijo, no aceptaba soltarlo, aún cuando ya estábamos tocando el fondo. Conmovido por la devoción de la madre, decidí hacer todo lo que podía; usé mi mano derecha para sostener a la mujer y la izquierda para agarrar al niño, y nadé con toda mi fuerza para llegar a la costa. Después de luchar contra las olas una y otra vez, llegamos finalmente a la costa. Estaba totalmente exhausto y no pude moverme por un buen rato. La madre sobrevivió, pero el niño falleció.

Cuando decidí hacer el intento de rescatarlos, las personas que miraban me dijeron que no había esperanzas, en vista de las oleadas repentinas y grandes de la marea y la violencia del mar —fue en vísperas de un tifón. Pero yo no pensaba en nada más, sólo en salvarlos. Cuando ya no tenía más fuerzas durante el rescate, sólo pedía a Dios que me echara una mano. Creo que fue gracias a Dios que pude lograr mi misión.

Héroes al rescate

Fan Shou-yi, subcomisionado de la Administración de Guardacostas.

Raras veces le cuento a mi esposa sobre mi trabajo para que no se preocupe todo el tiempo por mi seguridad. Este incidente es un ejemplo. Mis padres se lo contaron luego porque lo leyeron en un reportaje de prensa local. Aunque no discutimos el asunto, creo que estaba contenta de saber que había salvado la vida de alguien.

Además de nuestras rutinas durante el día, necesitamos estar de guardia en diferentes turnos, de 6 p.m. a 10 p.m., de 10 p.m. a 2 a.m., o de 2 a.m. a 6 a.m., y nuestro sueño es interrumpido a menudo porque estamos de guardia las 24 horas del día. Asimismo, el entrenamiento para operaciones de rescate marinas es un reto físico y mental. A pesar de eso, cuando todo el aprendizaje se usa en una acción de rescate verdadera, yo siento una increíble sensación de logro.

Cuando cursaba secundaria superior, empecé a soñar con volar como un pájaro. Desde entonces, siempre me he dirigido hacia esa dirección. Logré entrar en la Academia de la Fuerza Aérea y recibí entrenamiento para pilotear aviones. En 1983, me enviaron a servir en el Grupo de Rescate Aéreo de la Fuerza Aérea, que se llama “Las gaviotas”, y se dedica a la búsqueda y rescate. Después de 10 años de servicio, fui dado de baja del escuadrón.

En mi continua búsqueda de una carrera como piloto, aprobé un examen técnico especial, y me incorporé al entonces Escuadrón Aéreo del Ministerio del Interior, que estaba formado por otras unidades relevantes, y denominado Cuerpo Nacional de Servicio Aéreo en 2005. Hasta ahora, llevo más de 4.081 horas de vuelo, y actualmente piloteo un helicóptero.

En las últimas dos décadas, he participado en numerosos rescates, y muchos son inolvidables. Cuando arremetió el tifón Herb en 1996, volé desde la madrugada hasta el anochecer para llevar tanto personal de rescate y suministros como fueron posibles a las zonas afectadas, y transportar a los heridos al hospital. En principio, se supone que no podemos volar más de 60 horas al mes. Pero en esa misión de una semana, volé alrededor de 50 horas. Todo lo que podía recordar después era despegar, aterrizar y repostar combustible una y otra vez, pero me sentía optimista porque pude sacar a mucha gente que estaba en serios aprietos.

Sin embargo, en los casos del Terremoto 9/21 en 1999 y el accidente del vuelo 611 de China Airlines en el Estrecho de Taiwan en 2002, me sentía bastante triste en el trabajo porque lo que vi fueron en su mayoría cadáveres, estructuras colapsadas y ruinas. Los parientes de las víctimas fallecidas se arrodillaban en el piso para agradecerme la ayuda por transportar los cuerpos, lo que me conmovió mucho.

Nuestro trabajo es bastante desafiante porque los accidentes en las montañas o el mar ocurren generalmente cuando hay mal tiempo y en lugares geográficamente difíciles de llegar. Necesitamos despegar en poco tiempo y a veces con poca visibilidad. Para eso es necesario tener reacciones rápidas y habilidades en términos de conocimientos sobre aviación y procedimientos de emergencia. La confianza que tengo cuando hago mi trabajo se debe a que recibo continuo entrenamiento en el trabajo, y el sentido de logro que uno obtiene cuando se lleva a cabo cada misión. Fuera del trabajo, hago deportes, tanto para fortalecerme físicamente como para aliviar la presión del trabajo.

Después de haber presenciado varias catástrofes, siento la importancia de aprovechar cada día y vivir en armonía con los demás porque nunca se sabe qué va a ocurrir después. Siempre trato de estar calmado y feliz. En particular, cuando tengo éxito en el rescate de personas, me siento eufórico y siento que todas las dificultades valen la pena. La gratitud de los supervivientes reafirma y fortalece mi compromiso. Además, debido a mi compromiso en las operaciones de rescate, me he vuelto más compasivo y no me quejo por tonterías.

Lo único es que lo siento por mi familia. Como nuestro horario de trabajo es irregular y a veces muy largo, mis familiares han aprendido a ser independientes, porque no siempre puedo estar allí cuando están enfermos o tienen problemas. A pesar de todo, me consuelo con saber que mi trabajo ha ayudado a mantener intacta la felicidad de algunas familias. Y yo creo que cuando mi propia familia esté en necesidad de ayuda, otros, también, extenderán su mano amiga.

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