03/05/2024

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Taiwán Hoy

Los guardianes del bosque encuentran un futuro

01/06/2007
La ruta para llegar al Yaya Qparung incluye varios puentes hechos de madera o bambú.

Como especie, el ciprés rojo formosano llegó a Taiwan en la última era de Hielo. El majestuoso árbol crece en altitudes entre los 1.800 y 2.500 metros en las montañas del centro de Taiwan en medio de nubes, temperaturas templadas y humedad. Estos árboles son ciertamente los seres vivientes más antiguos sobre la tierra. La vida de un ciprés puede fácilmente sobrepasar 1.000 años; el más antiguo encontrado en Taiwan hasta ahora con más de 4.000 años. Aunque los cipreses han crecido aquí por milenios, es una lástima que la oportunidad de ver un viejo gigante sea tan rara. Esto no se debe únicamente por el tiempo que necesita para crecer —necesita más de 12 años para alcanzar 1 centímetro de circunferencia — sino también debido a décadas de deforestación desde el período colonial japonés (1895-1945). En consecuencia, solamente algunos bosques, ubicados en áreas inaccesibles han sobrevivido.

Cuánto más raros los grupos de altos cipreses, mayor es el interés de la gente en verlos. Los bosques de cipreses gigantes se han vuelto una atracción turística. Para las aldeas de montaña ubicadas cerca de los bosques de cipreses esto ha traído beneficios económicos, pero también ha ocasionado daños ambientales y sociales. La interrogante es cómo asestar el equilibrio entre la explotación de los árboles como un recurso turístico, mientras se mantiene a raya el desarrollo excesivo y la degradación ambiental que pueda traer el turismo. Una comunidad que ha resuelto este problema es Smangus.

Smangus, una aldea de la tribu Atabal, es quizás una de las comunidades más remotas en Taiwan. Situada en las montañas en el Distrito de Hsinchu, en la región del este, requiere de un viaje de dos horas y media en automóvil a una velocidad de 30 kilómetros por hora de serpenteantes caminos para llegar a Neiwan, el pueblo más cercano. La aldea fue la última en conectarse a la red de suministro eléctrico de Taiwan en 1980, y también la última en tener un camino apto para automóviles en 1995. Antes del descubrimiento de un bosque de cipreses gigantes en 1991, los aldeanos de Smangus llevaban una vida que no había cambiado mucho en siglos. Ellos se dedicaban a cazar y plantar mijo, malanga, ñame y bambú, que eran los principales medios de subsistencia; su principal artículo de comercio eran los hongos secos, el mercadeo de los cuales requería una caminata de 6 horas a la aldea más cercana y otra caminata de regreso de 6 horas más.

Debido a su aislamiento geográfico, las tormentas de la historia de Taiwan pasaron casi desapercibidas por Smangus, aunque durante la era colonial japonesa la comunidad entera fue reubicada. Después del fin del régimen japonés, algunos aldeanos regresaron a su tierra ancestral. “No encontrará gente mayor de ochenta años aquí porque todos se mudaron”, dice Icyeh, el jefe de la aldea de 64 años de edad.

Privaciones del pasado

Hasta hace poco más de una década, una persona tenía que ser increíblemente robusta para vivir en Smangus. “Hace treinta años la vida aquí era tan dura”, dice Icyeh. Cualquier comodidad moderna —un refrigerador, un televisor, una cocina de gas— tenía que llevarse por ocho horas desde el camino más cercano. Las emergencias como los partos eran a veces difíciles de resolver. Un niño, llamado “Puente”, se ganó ese nombre porque nació en el Puente de Smangus, a mitad del camino hacia el hospital.

Hace sólo cuatro años, el Gobierno estableció una escuela primaria en la aldea frente a la iglesia. Antes de eso, recibían instrucción en Hsin kuang, una aldea a la misma altitud de Smangus, pero separadas por el Arroyo Takechin. Esto incluía una caminata de 4 horas con una bajada empinada y luego un ascenso difícil. Los niños caminaban hacia la escuela los lunes, y llegaban generalmente alrededor de la hora de almuerzo, y volvían a casa los sábados, se quedaban en el campus durante la semana en una cabaña hecha de bambú erigida por sus padres y ellos mismos se cocinaban. La escuela secundaria estaba aún más lejos, un día completo a pie.

Si Smangus parece haber quedado olvidada por la sociedad en general, su aislamiento ha ayudado a fomentar una actitud entre sus residentes de que el lugar se encuentra bajo una eximición divina de cierto tipo —Smangus, ellos piensan, es la “aldea de Dios”. Su ubicación remota ha dejado a un lado algunas de las influencias más corruptas del mundo exterior. “En los primeros años, no había epidemias, y no había suficiente dinero para comprar vino de arroz, por eso no hay bebedores de alcohol”, dice Icyeh, aludiendo el alcoholismo que plaga muchas comunidades aborígenes.

Smangus no fue el primer poblado aborigen que explotó el potencial turístico de los cipreses gigantes. Tatkuanshan —conocido anteriormente como Lalashan— en el Distrito de Taoyuan, fue declarado reserva natural en 1986 por sus bosques de cipreses. De hecho, fue parcialmente con el fin de seguir los pasos de Tatkuanshan que Icyeh, hace quince años, comenzó a buscar un bosque de cipreses gigantes cerca de Smangus. El encontró un grupo de cipreses gigantes, pero por desgracia, el más grande se había caído durante un tifón.

Los aldeanos siguieron buscando porque sus sueños contenían repetidamente buenos presagios, por ejemplo ovejas rojas y blancas que lamían las raíces de un árbol gigante. Icyeh recuerda leyendas que contaban que los árboles gigantes ubicados se encontraban cerca de aguas rojas. Indagando basado en este sueño, él halló finalmente Yaya Qparung, como lo llaman los aldeanos, que significa “tan grande como las madres”. Yaya Qparung, actualmente el segundo ciprés más grande en Taiwan, tiene una circunferencia de 20,5 metros, y más de 2.500 años. “El bosque de cipreses se encuentra a 1.630 metros sobre el nivel del mar, por lo que es más accesible que el anteriormente descubierto”, dice Icyeh. Desde entonces, Yaya Qparung ha atraído a un sinfín de visitantes a Smangus.

Más que simples árboles

A menudo, los visitantes llegan con sólo la idea de bosques de cipreses gigantes en mente, pero al llegar el momento de partir, han descubierto que Smangus tiene algo más que ofrecer aparte de Yaya Qparung. Desde el aire que se respira, el agua de manantial que se bebe, una comunidad llena de tallas en madera y viviendas de bambú tradicionales hechas por los atayales, una inmensa gama de flores, la canción de la yuhina formosana o la llamada del águila culebrera Chiila —el área es una fiesta para los cinco sentidos y deja en los visitantes un sentido de placer. Incluso por las noches, un paseo alrededor de la comunidad envuelta en niebla bajo un cielo estrellado y escuchar el ululato del autillo hindú o el llamado de apareamiento de las ranas, es encantador, aunque el clima puede ser un poco frío.

Para ver los bosques de cipreses, los visitantes necesitan comenzar a caminar —preferiblemente en la mañana—desde la aldea y por el camino antiguo que atraviesa dos farallones, seis exuberantes bosques de bambú, varios puentes y los vientos entre las colinas, una travesía fácil pero larga. Todo el recorrido es de alrededor de 5,2 kilómetros y toma de 4 a 6 horas. Los que se registran con antelación a su visita, pueden tener a su disposición un guía nativo, quien les indicará los fascinantes detalles a lo largo del camino. Cuando se tienen a la vista Yaya Qparung y otros ocho cipreses gigantes, los visitantes simplemente se detienen y quedan maravillados ante la enormidad de los árboles. “Yaya Qparung parece una persona que abre sus brazos para darle la bienvenida”, dice Icyeh. El camino está bien mantenido; cercas y pasarelas de madera elevadas han sido colocadas para proteger las raíces y troncos de las pisadas.

Para los visitantes con más tiempo, vale la pena prestarle una visita al cercano Parque Ecológico Koraw. Koraw significa “tierra gorda”. Este parque es pequeño, pero aquí se encuentra un número de especies en peligro de extinción, tales como el faisán de Swinhoe, la ardilla voladora gigante formosana y variedades de orquídeas raras. Las pisadas de los animales se ven fácilmente. Un guía experto puede ayudar a los visitantes a entender cómo los cazadores atayales atrapan animales. Casi cada rasgo del parque tiene su historia.

De hecho, Smangus ha realizado un gran esfuerzo para ubicarse en el lugar donde está hoy. Hace doce años, cuando empezó a recibir turistas, enfrentaron muchos retos. La competencia por el negocio entre los aldeanos era intensa, y conducía a frecuentes conflictos. “En los primeros tres años de la aldea, los aldeanos se preocupaban solamente por sus propios negocios. Era tal la mala relación entre ellos que, siendo todos cristianos, llegaron a parecer extraños entre sí hasta en las reuniones de la iglesia. Pensé que iba a ocurrir un desastre si continuaba la discordia”, dice Icyeh. A él también le preocupaba que la falta de solidaridad entre los aldeanos podía terminar en que personas de afuera compraran sus tierras, algo que ha ocurrido en otras aldeas.

El nacimiento de la comuna

“Traté de revivir el espíritu de nuestros antepasados de compartir para fomentar la cohesión”, dice Icyeh. El tomó la iniciativa de contraponerse al incentivo de conglomerados de fuera. “Si doy prioridad al dinero respecto a los deseos de los antepasados, hubiese ganado mucho”, dice. Paso a paso, los miembros de la aldea comenzaron a reunir sus recursos y administraron los negocios de restaurante y alojamientos de forma colectiva. Un sistema de administración colectivo, tnunan en dialecto atayal, se estableció finalmente en 2004. Tnunan significa un enlace bien estrecho de hilos para hacer un hermoso patrón tejido, el espíritu del cual enfatiza compartir y coordinar. Los participantes en tnunan firmaron todos acuerdos en los que son copropietarios de la tierra, por lo que su venta no está permitida. Se creó una asociación para el desarrollo tribal como órgano para tomar las decisiones sobre los asuntos de la aldea.

Después de tres años, ellos construyeron un restaurante para 200 personas, una cantina, un centro de información turística y varias posadas. Las ganancias de las empresas se dirigen a un fondo comunitario, que ofrece cuidado para los aldeanos desde que nacen hasta su muerte. Además, los aldeanos que trabajan reciben un salario mensual de NT$10.000 (US$320). “Eso es más que suficiente para vivir aquí”, dice Goyong, un joven aldeano que regresó a la comunidad hace poco después de vivir fuera durante 16 años.

Tnunan ha sido practicado en Smangus durante tres años. Casi todos los 25 hogares, entre 80 y 90 personas, que viven en la aldea se han unido a esta propiedad colectiva. “Nuestros antepasados solían decir que compartíamos una mesa de comer, lo que significa que somos una familia. Sólo ponemos en práctica las enseñanzas de los antepasados”, dice Yurow Icyang, un líder de edad mediana.

Cada día cuando aparece el sol por la montaña detrás de la aldea, los hombres se reúnen en una zona de encuentro para la asignación de tareas. Aproximadamente al mismo tiempo, los niños hacen el ahora corto recorrido a la escuela. Después de un corto rezo, asignadas sus tareas, los aldeanos empiezan a trabajar, ya sea hacer la limpieza de la comunidad, trabajos de reparación, interpretación para los visitantes, esculpir, construcción de viviendas o cultivo de melocotones. Las mujeres también trabajan. Ellas limpian las posadas, toman turnos para cocinar, y algunas tejen las vestimentas famosas de las mujeres atayales. Todo se realiza de una manera ordenada a medida que los turistas empiezan a llegar.

El turismo es ahora el sostén principal de la economía de la aldea. “Alrededor del 60 al 70 por ciento de las ganancias son del turismo”, dice Yurow. El resto se gana de la venta de cultivos y frutas. Actualmente, ellos reciben alrededor de 350 turistas al día durante los fines de semana. “En realidad, nuestra meta es reducir el número de visitantes a 250 por día”, dice Yurow. “Queremos menos visitantes, pero mejor calidad”. Actualmente, Smangus coordina junto a la oficina de policía de Hsiuluan, que regula los permisos de montaña que permiten la entrada al área, el control del volumen de visitantes.

Los gurús de la administración

Los visitantes vienen atraídos por el bosque de cipreses, y la administración eficiente de los asuntos comunitarios y la fuerte cohesión entre los aldeanos, han comenzado a traer de vuelta a los jóvenes atayales para establecerse aquí. Esto es un éxito extraordinario porque esta aldea, al igual que muchas otras, solía ver a los jóvenes partir, dejando solamente a los ancianos. “Los chicos de las montañas adquieren malos hábitos cuando viven en las ciudades. Espero que puedan encontrar un lugar aquí”, dice Icyeh, que se esfuerza por promover un estilo de vida más saludable. “Colocamos un letrero que dice ‘comunidad de no fumadores’ en la entrada de la aldea porque queremos animar a nuestra gente a dejar de fumar”, dice Icyeh. “Ahora se pueden ver muchos cambios, y me siento muy orgulloso”. La abstinencia del alcohol se promueve también. “Somos felices si solamente una o dos personas dejan de beber”, dice Icyeh. Su padre, quien también fue el líder de la aldea, murió de cirrosis del hígado a consecuencia del alcoholismo. “Ahora muy poca gente bebe o fuma. La eficiencia del trabajo ha mejorado mucho”, afirma Tgbil Icyang, un joven padre de dos niños. “Esperamos que los visitantes puedan dejar de fumar aquí también, por cuestiones de seguridad”.

Entre todos los cambios a su estilo de vida original, la prohibición de la caza es quizás el más difícil de aceptar. Muchos aldeanos son cazadores expertos, su orgullo se deriva de cuántos osos negros u otras formidables bestias han cazado. La experiencia en la caza ofrecía una importante posición social. Pero los aldeanos se dan cuenta que la esperanza para el futuro depende del ecoturismo. “Dejé de cazar porque hay que conservar los animales salvajes”, dice Gumaih, un viejo cazador que ha tallado un cuchillo en la placa de su puerta para que todos sepan sobre su pasado glorioso.

Hay otros inconvenientes que los aldeanos tienen que soportar —ruido, basura, y algunas veces falta de privacidad. Por ejemplo, los visitantes han armado tiendas de campaña en los patios de las casas de los aldeanos, o se sientan en sus reuniones religiosas. Además, no todos los visitantes pasan la noche en Smangus, algunos vienen por un paseo de medio día hasta el bosque de cipreses. “Cuando se mejoren las medidas de seguridad, consideraremos cambiar las cuotas de los visitantes para cubrir la limpieza”, dice Icyeh. Smangus ha ofrecido todo el mantenimiento necesario de las instalaciones y caminos. “Esperamos que nos permitan gestionar esto”, dice Icyeh.

Sin embargo, quizás el mayor logro de Smangus es haber podido crear un futuro para sí y sus hijos. Tantas otras aldeas remotas están luchando. “Estimulamos a nuestros niños a estudiar mucho y aprender algo relacionado con el desarrollo de la aldea para que puedan hacer más contribuciones”, dice Tgbil. Ahora hay siete estudiantes en la universidad y uno está haciendo el postgrado. Algún día, la sangre nueva volverá junto a sus padres para hacer un futuro tan venerable y vital como Yaya Qparung.

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