29/04/2024

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Taiwán Hoy

Amor sin fronteras

01/11/1999
La Hermana Antonia Maria Guerrieri, a sus noventa años, todavía hace la ronda por la sala de emergencias ofreciendo ánimo y bendiciones a los pacientes.

sta es una historia real que emociona a todo el que la escucha y que repetidas narraciones han terminado inmortalizando. Titulada “Injerto de piel con amor”, comienza en el verano de 1928 con un pobre niño de aldea llamado Chou Chin-yao en estado crítico a causa de una grave infección que se le había extendido desde la pierna hasta la cadera. David Landsborough, un médico misionero de Inglaterra, había vendado con sumo cuidado su herida, pero para que pudiera sanar correctamente había que injertar piel sobre la carne abierta. La esposa de Landsborough, Marjorie, testigo del sufrimiento del frágil niño, propuso una forma de aliviar al menos en parte su dolor. “¿Qué es lo que sugieres?”, le preguntó Landsborough. “Mi piel. Toma algo de mi piel e injértala sobre la pierna del chico”, dijo ella.

Si bien el experimento, sin precedentes en el mundo en ese momento, no dio resultado, fue el punto de partida para una dramática transformación espiritual. Gracias a las atenciones de David y Marjorie Landsborough, la pierna del muchacho terminó por sanar con un trozo de su propia piel. “Desde el punto de vista médico la operación se puede considerar un fracaso, pero en otro sentido fue un éxito. Aunque la piel no consiguió adherirse a mi cuerpo, su amor quedó grabado en mi corazón para siempre”, comentó en cierta ocasión Chou, que más adelante se convertiría en misionero.

Con el fin de conmemorar la generosa labor de los Landsborough y para mantener vivo ese espíritu, el Hospital Cristiano de Changhua, fundado en esta ciudad del centro de Taiwan en 1896 por la Iglesia Presbiteriana Inglesa bajo el liderazgo de David Landsborough, creó a finales de 1992 la “Fundación Injerto de Piel con Amor”. Desde entonces la fundación ha participado activamente en tareas de interés público, educación comunitaria, seminarios médicos y reconocimientos médicos gratuitos. “La abnegada entrega de los misioneros extranjeros al cuidado de los necesitados sin consideraciones de raza, religión, posición social o económica y su solemne respeto por la vida de toda persona son lecciones que deberíamos tener muy presentes”, dice Chen Mei-ling, secretario general de la fundación. “Al traer de Occidente los últimos avances en tecnología médica, conocimientos y equipos han contribuido decisivamente a mejorar la calidad de la medicina en la isla”.

Amor sin fronteras

La Hermana Mary Vincent Haggerty: “Deseamos traer el amor de Dios a la vida mediante la acción y nos sentimos agradecidas por podernos acercar a la vida de la gente”.

De hecho, se tiene a los misioneros extranjeros por quienes abrieron la puerta a la modernización del tratamiento médico en Taiwan. El pionero fue James L. Max-well, enviado por la Iglesia Presbiteriana Inglesa en 1865 para predicar el evangelio en Taiwan mediante la práctica de la medicina. Posteriormente fueron también enviados a Taiwan por sus respectivas iglesias George Leslie Mackay, Gavin Ruessell y David Landsborough. Para hacer frente a las necesidades médicas del momento, y siempre superando numerosas dificultades, crearon clínicas y hospitales por toda la isla y consagraron sus esfuerzos al tratamiento de los pacientes –especialmente de los más pobres, víctimas de la malaria y otras enfermedades contagiosas.

Además de llevar a cabo servicios de consulta externa y operaciones, los primeros misioneros extranjeros llegados a Taiwan invirtieron tiempo en la formación de personal médico local a fin de poder atender a más gente. Su incansable celo sentó las bases del desarrollo médico de Taiwan en técnica y educación. Las estadísticas del Ministerio del Interior muestran que en 1998 se encuadraban en la categoría oficial de misioneros un total de 1.913 extranjeros, y se calcula que ascienden a setenta las clínicas y cincuenta y dos los hospitales fundados por los diversos grupos religiosos –principalmente protestantes y católicos, que representan más del noventa y dos por ciento del colectivo misionero extranjero en Taiwan.

A su llegada, los misioneros extranjeros se han visto obligados a adaptarse a múltiples aspectos del nuevo entorno. Han acudido a las áreas más apartadas, afincándose allí y viviendo entre los pobres. Muchos de ellos han permanecido en la isla durante años y hecho de Taiwan su nuevo hogar. Es bien sabido que han llegado a donar su propia sangre a los pacientes al presentarse una operación de emergencia y a pagar la cuenta por servicios médicos de quienes no podían permitírselo. Detrás de cada misionero hay una historia que nos sirve de inspiración a todos.

oy Randall acababa de entrar en la veintena la primera vez que vino a Taiwan; han pasado veintiocho años desde entonces y continúa trabajando con el mismo espíritu franco y abierto de siempre. Randall está acostumbrada a sonreír, y los pacientes a su cuidado sienten en todo momento su luminoso encanto y la fuerza reanimadora de su risa. “Bueno, mi nombre significa ‘alegría’, así que tengo que responder a él”, comenta jovialmente. “El estudio de la Biblia, la meditación y la oración me ayudan a mantener la alegría, y también ver cómo los pacientes van mejorando y terminan por recuperarse”.

Después de obtener el título universitario en enfermería, en 1969 su congregación, la Iglesia Presbiteriana de Canadá, decidió adscribirla a sus misiones de ultramar como enfermera y la destinó a Taiwan. Nacida en el seno de una familia cristiana defensora de la idea de una vida de sacrificio y servicio a los demás, Randall estaba decidida ya desde la adolescencia a convertirse en misionera y ayudar a la gente necesitada.

Amor sin fronteras

Los misioneros médicos llevan viniendo a Taiwan desde 1865. En la foto aparecen el pionero cirujano David Landsborough y su equipo del Hospital Cristiano de Changhua.

“De pequeña oí hablar de ‘Formosa’ a unos misioneros que habían venido de visita a nuestra iglesia”, recuerda Randall. “Me enteré de la gran necesidad que había allí de difundir el evangelio, así como de ayudar a la gente a mejorar sus condiciones de vida”. Tras su llegada, Randall pasó dos años estudiando taiwanés para poderse comunicar con la gente del lugar y que su tarea resultara más fácil. Posteriormente empezó a trabajar para el Hospital Cristiano de Changhua, y dirige su departamento de enfermería desde 1976. “Como enfermera misionera creo que puedo servir y ayudar a la gente de forma eficaz y hacer llegar a todos el amor de Dios”, manifiesta Randall.

Randall ha estado luchando por integrar sus creencias cristianas con la profesión de enfermera a fin de ayudar a mejorar la calidad de servicios de enfermería, instalaciones médicas y personal del hospital donde desempeña su labor. Espera que todas las enfermeras, sea cual sea su fe, puedan seguir el ejemplo de Jesucristo, que lavó los pies a sus discípulos, y entregarse con amor al cuidado de sus pacientes. Hace años, cuando en Taiwan a veces escaseaban los recursos médicos, Randall abrió su hospital a los últimos conceptos, técnicas y equipos de enfermería del extranjero e introdujo en él un nuevo sistema de gestión. Cada vez que iba a Canadá de vacaciones, se esforzaba por conseguir fondos con que adquirir aparatos médicos que luego traía consigo de vuelta al hospital –un poco como una Santa Claus.

Entretanto, Randall también se afana por encontrar hogares para recién nacidos abandonados con deformidades y enfermedades graves y compra vitaminas para los pacientes más pobres. “Estamos aquí para ayudar, para sembrar las semillas de la asistencia médica y para trabajar junto a las enfermeras locales en la mejora de la calidad del cuidado a los pacientes”, declara. “Debemos tener ojos para ver y oídos para oír las necesidades de quienes se encuentran próximos a nosotros, y buscar la forma de satisfacerlas. Es de esperar que, si otros también piensan que los proyectos que hemos iniciado son importantes, los llevarán a la práctica”. Randall confía en que más personal médico valioso con mayor nivel de educación y una buena formación acuda a trabajar a clínicas y zonas rurales.

A la vez que reconoce que ha visto mejorar considerablemente la calidad del servicio médico y de enfermería a lo largo del tiempo en Taiwan, Randall hace hincapié en que debería prestarse más atención al toque personal y afectivo en la asistencia. “La curación puede ser tanto física como espiritual. La atención física ahora es fácil y adecuada, pero falta la espiritual”, señala Randall. “Debemos tener en cuenta la parte humana en el cuidado a los pacientes de modo que cuando les toque enfrentarse a situaciones difíciles de enfermedad o muerte se encuentren mejor preparados”. En 1994 Randall recibió el Premio Especial de Enfermería del Gobierno Provincial de Taiwan, y en 1997, en reconocimiento a su continuada labor en servicio de la comunidad de Taiwan, el Premio del Ministerio del Interior de la República de China.

Amor sin fronteras

Las estadísticas del Ministerio del Interior indican que cincuenta y dos hospitales y sesenta y nueve clínicas son creación de grupos religiosos, sobre todo protestantes y católicos.

ompartiendo las mismas preocupaciones que Randall, la Hermana Antonia Maria Guerrieri ofrece voluntariamente cuidados espirituales en la sala de emergencias del Hospital Cristiano de Changhua. Va allí a menudo a hablar con los pacientes, bendecirlos y darles ánimos, intentando así aliviar su desasosiego y sus dolores. A sus noventa y dos años se ha convertido en una especie de abuela a los ojos de los pacientes jóvenes del hospital y es querida y respetada por cuantos la conocen. “Los doctores y las enfermeras están demasiado ocupados con el tratamiento físico de los pacientes y les falta tiempo para atender las necesidades psicológicas de estos y de sus familias”, dice la Hermana Antonia. “Lo que yo puedo ofrecer es hacerles sentirse mejor reconfortándolos e interesándome por ellos. Nuestro objetivo final es el mismo: el bienestar de los pacientes”.

Con un doctorado en medicina la Hermana Antonia, ciudadana estadounidense, se ha ganado el sobrenombre de “la Madre Teresa de Taiwan”. Durante los últimos cuarenta y siete años ha estado haciendo lo mismo todos los días: servir a los pobres y a los enfermos de Taiwan. “Ya que soy doctora en medicina, me parece lo más natural usar esa formación y capacidad para ponerlas al servicio de la gente”, dice. “Es de esperar que mi tarea permita a más gente saber que el Padre del Cielo los ama”.

Antes de su traslado a Changhua en 1953, a la edad de 46 años, se había dedicado a tareas de asistencia médica y social en China continental. Animada por sus amigos, fundó en Changhua en 1962 la Clínica Maryknoll con el propósito de ofrecer mejores servicios médicos a la gente enferma. Especializada en el tratamiento de la polio, enfermedades del corazón y mentales, así como medidas educativas y preventivas relacionadas, la clínica de la Hermana Antonia solía verse abarrotada de gente que guardaba largas colas en espera de tratamiento y de alimentos tales como leche y huevos para sus malnutridos hijos.

En aquella época, las condiciones económicas en Taiwan eran bastante precarias y muchos pacientes no podían costearse el tratamiento médico. La monja estadounidense dejaba de cobrar los servicios e incluso daba a los pacientes más pobres el dinero extra del que dispusiera, ofreciendo además reconocimientos médicos gratuitos en las zonas rurales con objeto de promover el concepto de la higiene. A través de sus contactos personales ha ayudado a muchos pacientes con problemas neurológicos a recibir cirugía y rehabilitación en Estados Unidos, y se calcula que ha proporcionado cuidados y ayuda a unos 50.000 niños. “A la Hermana Antonia se la considera no sólo una doctora y animadora espiritual de primera clase sino también un gran ejemplo del amor de Dios”, comenta Randall. “Tanto los servicios médicos como los programas de alimentación y educación que ha puesto en marcha han sido una fuente de inspiración para nosotros a la hora de intentar servir mejor a la gente”.

Después de que su clínica cerrara en 1989, la Hermana Antonia empezó a remitir a muchos de sus pacientes de las montañas necesitados de tratamiento médico y cirugía al Hospital Cristiano de Changhua. Asimismo, ayudó a recoger dinero para los pacientes pobres y a través del departamento de asuntos sociales del hospital se aseguró de que no dejaban de ser atendidos. Una vida sencilla y austera le proporciona el tiempo que dedica a ayudar a los necesitados; con sus ropas remendadas y su gastado bolso a cuestas, todas las mañanas se acerca andando hasta la parada de autobús y realiza el trayecto de una hora al hospital para visitar a los pacientes. Algunos amigos le han sugerido desplazarse en taxi y se han ofrecido a pagarlo, pero ella se niega.

A pesar de su avanzada edad la Hermana Antonia goza de buena salud y dice que piensa seguir ocupándose de los enfermos y necesitados. “Me quedaré en Taiwan mientras pueda trabajar; cuando ya no pueda, me marcharé para no convertirme en una carga para otra gente”, afirma. “Pero si mañana tengo que ir al cielo, muy bien, iré... Será lo que disponga el Señor”.

El año pasado la Universidad Providencia de Taichung, en el centro de Taiwan, concedió a la Hermana Antonia un doctorado honoris causa en reconocimiento a sus múltiples actos de caridad hacia la sociedad y confiando en que su obra sirva de ejemplo a los estudiantes universitarios. “La Hermana Antonia ofrece amor y atención a los pobres y los necesitados. La generosidad de su espíritu ha bañado nuestra sociedad en el calor de su luz, haciendo de ella un lugar más armonioso y habitable”, dice el antiguo rector de la universidad Lee Chia-tung.

l doctor Samuel Noordhoff es una persona que cree firmemente en que “es más dichoso quien da que quien recibe”. A sus setenta y dos años sigue volcado en su trabajo de atención a los pacientes, cirugía, formación de personal, investigación, publicación, programas educativos y actividades religiosas. A veces llega a la oficina a las seis de la mañana: “Nunca me despierto sin ganas de trabajar”, dice Noordhoff. “Me gusta afrontar desafíos, eso hace que la vida me parezca interesante”.

Después de obtener su licenciatura en el Departamento de Medicina de la Universidad de Iowa y terminar su internado en cirugía general, Noordhoff y su esposa Lucy aceptaron el reto de convertirse en misioneros de la Iglesia Reformada de Estados Unidos. En 1958, mientras se planteaba dónde ir a ejercer la medicina, se dio cuenta de que quería que fuera un lugar en que no hubiese muchos cristianos, para así poder realizar una misión evangelizadora. Precisamente entonces le llegó una carta de un amigo diciendo que en el Hospital Conmemorativo Mackay en Taipei necesitaban médicos. “La verdad es que no sabíamos mucho de la isla, pero a mi esposa y a mí nos pareció que podíamos ser útiles aquí”, recuerda Noordhoff. “Vinimos con idea de quedarnos, cualesquiera que fuesen las circunstancias y comoquiera que resultasen las cosas”.

Asumiendo el cargo de superintendente, Noordhoff pasó los primeros cinco años reorganizando el anticuado hospital, entonces en lucha por sobrevivir. Fue durante este período cuando advirtió las carencias existentes en el campo de la cirugía plástica, lo que le espoleó a volver a Estados Unidos en busca de la preparación profesional correspondiente. De regreso en Taiwan en 1966, Noordhoff dirigió sus esfuerzos a la construcción de un nuevo hospital para el Mackay y de una nueva escuela de enfermería, al tiempo que procuraba mejorar la atención a los pacientes.

A lo largo de más de cuarenta años, Noordhoff ha estado dedicando su tiempo y energías al cuidado de los niños con anomalías faciales congénitas, tales como labios o paladares hendidos. Entretanto ha sido el responsable de varios proyectos pioneros entre los que se cuentan la Unidad de Cuidados Intensivos, el Centro de Quemados, el Centro Craneofacial, el Servicio Línea Vida (un programa de asistencia por teléfono para prevención de suicidios) y el Centro de Reconstrucción de Extremidades y de Microcirugía de Taiwan.

En Diciembre de 1989 Noordhoff donó la suma de US$100.000 para crear la Fundación Craneofacial Noordhoff, cuyo propósito es contribuir a que niños y adultos reciban el mejor tratamiento posible en casos de labios y paladares hendidos y otras afecciones craneofaciales. También orienta sus esfuerzos a la educación del público con el fin de recabar apoyo para la investigación en esta área y aceptación social para los afectados.

Además de cumplir con sus deberes administrativos, Noordhoff colabora en los programas de formación de médicos taiwaneses en cirugía plástica, enviándolos a Estados Unidos, Canadá y otros países para seguir estudios superiores. De igual forma, ayuda a que médicos de otros países obtengan becas en cirugía microvascular y craneofacial en los hospitales de la isla. Noordhoff afirma sentirse bastante satisfecho con los resultados de dichos programas. “Varios cirujanos plásticos taiwaneses que en su momento preparé son considerados ahora expertos en este campo a nivel mundial”, dice. “Eso es para mí la mayor alegría y la mejor recompensa”.

El médico misionero estadounidense destaca en el tratamiento de cicatrices y defectos, tanto físicos como psicológicos. Su opinión es que un doctor tiene que escuchar pacientemente a quienes tiene a su cuidado. “Dios quiere que seáis unos padres especiales y por eso os ha dado un hijo especial”, dice a menudo a los padres de sus pacientes jóvenes. Dejando ver la luz al final del túnel para sus hijos a los afligidos padres, los ayuda a recuperar su alegría. “Como misionero-médico, competencia y conocimiento son responsabilidades fundamentales para mí. Lo que haga lo tengo que hacer de la mejor forma posible”, dice. “Sin embargo, siempre me quedo con la sensación de que lo puedo hacer mejor. Pero el caso es que por muy bueno que sea nunca podré alcanzar la perfección. Nunca podrá ser como la creación original de Dios”.

Noordhoff es hoy una autoridad de renombre internacional en el campo de la cirugía plástica y reconstructiva. Distinguido en 1996 con el Premio a la Dedicación Médica del Departamento de Salud, es también superintendente emérito del Hospital Conmemorativo Chang-Gung. A la pregunta de cómo se las arregla para reunir tanta energía y lograr hacer tantas cosas, Noorhoff responde: “La clara conciencia de quién soy, un hijo de Dios, me ha dado una gran confianza a la hora de hacer cosas. Mi paz interior me permite seguir adelante con aquellos nuevos proyectos que creo que merece la pena poner en marcha, sin preocuparme demasiado por cuál vaya a ser el resultado final”.

a mayoría de los misioneros extranjeros en Taiwan se han concentrado en la mejora de los servicios médicos en zonas donde el menor grado de desarrollo lo hacía más necesario. El Hospital de St. Mary, en Taitung, fue fundado en 1961 por dos monjas irlandesas de las Misioneras Médicas de María, para en 1975 hacerse cargo de él la orden de la Hermanas de la Caridad, con sede en París. “El objetivo fundamental de nuestra hermandad es ocuparse de los pobres y de los enfermos”, dice la administradora del hospital Hermana Mary Vincent Haggerty, estadounidense. “Deseamos infundir en la vida el amor de Dios mediante la acción y nos sentimos agradecidas por tener la oportunidad de acercarnos tanto a la vida de la gente”. El hospital hace especial hincapié en una concepción holística de la atención médica, preocupándose por la calidad de vida de los pacientes y una muerte respetuosa con su dignidad de seres humanos.

La Hermana Mary Vincent explica lo agradecidas que se sienten ella y sus compañeras por tener la oportunidad de entrar en la vida de las personas, acompañándolas en su recorrido por momentos tan sagrados y cargados de significado como el nacimiento, la enfermedad y la muerte: “A lo largo de ese proceso también aprendemos a conocernos mejor a nosotras mismas y desde una perspectiva diferente –nuestros puntos fuertes y los débiles”. Dice que se siente afortunada por haber sido invitada a un lugar donde la gente es tan amistosa y atenta, y donde tiene total libertad para practicar su fe y hacer lo que cree necesario.

“En todas partes hay alguna buena tarea que realizar. A nosotras nos destinan a aquellos lugares donde se necesita ayuda”, continúa explicando la Hermana Mary Vincent. Con sesenta y un años, a la pregunta de cómo ha podido pasar diecinueve de ellos en Taiwan responde: “Yo no tengo que ‘fichar’ porque lo que hago no es un trabajo sino una dedicación, un acto de entrega espiritual; así que para mí es como si hubiera llegado aquí el otro día”. Su mayor reto ha sido mantener bajo control el presupuesto del hospital, que por fin empieza a no ser deficitario. Haggerty se encuentra también entre los ganadores del Premio a la Dedicación Médica concedido por el Departamento de Salud.

La monja católica manifiesta que le gustaría que el hospital tuviera forma de acercarse más a las zonas montañosas donde a la gente no le resulta posible recibir atención médica. “Debido a problemas de transporte o por su edad, mucha gente que vive en zonas apartadas no puede disfrutar de los niveles mínimos de calidad médica”, señala la Hermana Mary Vincent con tristeza. “Es un problema que merece mayor atención y medidas concretas por parte de la sociedad”.

Hace catorce años, el Hospital de St. Mary tomó la iniciativa de proporcionar “asistencia en el hogar” a la gente que habita en zonas aisladas, sean cuales sean sus creencias religiosas. La encargada de llevar a cabo esa tarea ha sido la Hermana Andre Aycock. “El servicio de asistencia en el hogar supone una gran ventaja en cuanto que los pacientes pueden volver a casa, donde se sienten más cómodos, y al mismo tiempo se ahorra algo en gastos médicos”, dice la Hermana Andre, llegada de Estados Unidos en 1979.

Aprovisionada con una botella de agua y un huevo cocido para el almuerzo, se levanta por la mañana temprano y conduce durante horas en un recorrido que le lleva hasta determinados hogares en las montañas donde viven dispersos los aborígenes. Además de llevar a los pacientes vitaminas y medicinas y de curarles las heridas, la Hermana Andre les ayuda a veces a tomar un baño, hacer la comida o limpiar la casa. “No vamos a sus casas a rezar, sino a interesarnos por ellos y hacerles saber que Dios los ama, y que toda persona es especial y tiene su valor único”, explica.

La Hermana Andre normalmente no termina con su ronda de visitas hasta entrada ya la noche. “En el camino, tengo la oportunidad de disfrutar del hermoso paisaje a mi alrededor; y además aprendo mucho de los pacientes, que dan pruebas de gran valor en su lucha contra las enfermedades que les afligen”, afirma.

Sus periódicas visitas son esperadas con ansiedad por pacientes a veces sumidos en la desolación. “Le estoy muy agradecida a la Hermana Andre, que viene a ver a mi marido dos veces por semana para procurarle asistencia médica y enseñarle fisioterapia”, dice Wang Tu-chun. “Sin su ayuda, no sabría cómo ocuparme de él yo sola, porque mis hijos están todos lejos de casa”. El marido de Wang ha sufrido varios derrames cerebrales graves y quedó paralítico hace cinco años, hallándose actualmente inmovilizado en el lecho. “Antes, cuando no había asistencia en el hogar, tenía que llevar a mi marido al hospital una vez al mes. Pero pesaba mucho y para mí era un gran problema andar moviéndolo de un lado para otro”, añade Wang. “Y además ahora no tengo que estar haciendo cola para conseguirle los medicamentos. Me ahorra mucho tiempo y muchos problemas”.

Susie Liu, directora de asuntos generales del Hospital de St. Mary cree que la Hermana Andre tiene un generoso corazón porque visita las casas de los enfermos cualquiera que sea su condición. Además de ocuparse de los pacientes prepara enfermeras, en su mayoría aborígenes; y durante su formación incluso se ofrece como sujeto de las prácticas dejándoles que le pongan inyecciones en el brazo. “El gran corazón y trabajo duro de las monjas misioneras es para nosotros un buen ejemplo. A todo el personal médico local del hospital le influye su manera de hacer las cosas y de tratar a los pacientes”, indica Liu.

n 1990 el Departamento de Salud creó el Premio a la Dedicación Médica con el propósito de honrar a personal destacado en su entrega a trabajos de servicio médico y de enfermería, especialmente en zonas apartadas. Hasta el momento el galardón, concedido anualmente, ha distinguido a un total de 111 personas, entre las que se cuentan cuarenta y seis misioneros extranjeros. “El considerable número de misioneros extranjeros que han ganado este premio revela el importante papel que han desempeñado en la sociedad taiwanesa y su significativa aportación a ésta”, señala Lee Mau-hwa, subdirector general del Buró de Asuntos Médicos del departamento. “El trato fraternal que dispensan a los pacientes y su compasión hacia el prójimo son el mejor ejemplo digno de imitar para nuestros médicos jóvenes”. Los misioneros extranjeros, añade Lee, se preocupan principalmente de los servicios médicos en las regiones más aisladas, incluyendo las islas en la periferia de Taiwan, y toman iniciativas concretas para mejorar la situación.

Richard Huang, director de la sección de asuntos religiosos del Ministerio del Interior, cuenta también cómo los misioneros extranjeros fueron en los primeros tiempos la fuerza impulsora de las actividades de asistencia social en Taiwan. “Fue gracias a su incansable dedicación a los sectores pobres y más desamparados de la sociedad por lo que el Gobierno y el sector privado empezaron a prestarle más atención a esos grupos”, hace notar Huang.

En su mayor parte, añade Huang, los misioneros proceden de países avanzados como Estados Unidos o los europeos, donde existe un alto nivel de vida. Y sin embargo están dispuestos a dejar atrás comodidades y escenarios que les son familiares para viajar miles de millas hasta Taiwan, una tierra de la que seguramente no sabían mucho antes de llegar. “Los misioneros extranjeros no sólo ayudan a elevar el nivel de vida de la gente de aquí mejorando sus condiciones materiales, sino que además nos iluminan gracias al contacto con sus propias culturas”, dice Huang.

Para expresar el reconocimiento y gratitud del Gobierno por las significativas contribuciones que a lo largo de tanto tiempo los misioneros han venido realizando a la sociedad taiwanesa, el Ministerio del Interior organizó una ceremonia en 1997 en honor de unos cincuenta de ellos con un historial de más de veinte años de dedicación a servicios de carácter social. “Apoyados en sus sinceras creencias religiosas y gran entusiasmo, y a pesar de no unirles a ella lazos de parentesco, los misioneros extranjeros han echado una mano a la gente necesitada de esta isla”, dice Huang. “Esperamos que el hecho de traer a la luz pública sus generosos actos nos sirva para reflexionar seriamente sobre lo que podemos hacer nosotros mismos para ayudar a nuestros compatriotas”.

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