Hace cincuenta años, cuando la República de China se transformó en la República de China en Taiwan, nadie podía imaginarse que la pequeña isla se convertiría en uno de los principales fabricantes de complejas computadoras y sofisticados equipos electrónicos del mundo. En aquella época la mayor dificultad de la gente era sobrevivir. Al principio, los recién llegados del continente chino no hicieron más que agravar la difícil situación que ya existía en Taiwan en cuanto a los suministros de alimento, electricidad y agua. La inflación era galopante. Se necesitaban sacos de dinero -literalmente- para comprar un desayuno.
Haciendo frente a una infinidad de obstáculos, el Gobierno emprendió una lucha para resolver el problema más apremiante: la recuperación y el desarrollo de la industria agrícola de la isla. Las reformas agrarias fueron un incentivo para que los agricultores aumentaran la productividad, resultando rápidamente efectivas. Taiwan impulsó su exportación de bananas, azúcar, arroz y té. La producción agrícola generó la mayor parte del PNB del país hasta principios de los sesenta.
El progreso agrícola abrió el camino al desarrollo industrial. A partir de 1962, en que la producción industrial comenzó a reemplazar a la agricultura como principal componente del PNB de Taiwan, y hasta finales de los setenta, se fue acelerando progresivamente el cambio de una economía basada en la agricultura a una basada en la industria. Fue, sin embargo, una transformación dolorosa: el declive del sector agrícola provocó un continuo problema de desempleo en las zonas rurales. A fin de absorber este exceso de mano de obra, el Gobierno puso en marcha iniciativas para desarrollar el comercio exterior mediante el establecimiento de zonas industriales y de procesamiento de exportaciones, capaces de absorber gran cantidad de mano de obra. Al mismo tiempo se flexibilizaron muchas de las restricciones proteccionistas respecto al comercio y la inversión.
Dos programas regeneradores en particular, los “Diez Grandes Proyectos de Construcción” y los “Doce Grandes Proyectos de Construcción”, resultaron muy beneficiosos para la infraestructura de Taiwan. Entre 1963 y 1980 tuvo lugar el más dramático crecimiento en toda la historia del desarrollo económico de Taiwan. A pesar de los efectos negativos de dos crisis energéticas, la isla mantuvo su índice de crecimiento de un 10 por ciento durante ese período de dieciocho años.
La economía continuó desarrollándose durante la década siguiente. Durante esta época se implementaron planes para la liberalización e internacionalización, llevados a cabo paralelamente junto con la privatización de algunas empresas estatales. Se creó el Parque Industrial-Científico de Hsinchu. La industria dio un giro, sustituyendo las exigencias de gran cantidad de mano de obra barata por las de fuertes inversiones de capital. Las reservas de divisas se elevaron a los US$70.000 millones. Y mientras se desarrollaba la economía, el pueblo también comenzó a madurar. Con dinero en los bolsillos, la gente empezó a pensar en cómo enriquecerse cultural y socialmente. Comenzaron a darse cuenta del sinfín de posibilidades que les ofrecían una mejor educación, el arte, la literatura, la moda internacional y la participación en actividades comunitarias a través de diversas organizaciones no gubernamentales.
De los andrajos a la riqueza y ¿feliz por siempre? Desafortunadamente las cosas no resultaron como habían sido planeadas. Un alto excedente comercial ocasionó que las reservas de divisas siguieran un progresivo aumento. El Dólar Nuevo de Taiwan se revalorizó rápidamente. Muchas pequeñas y medianas empresas de mano de obra barata no pudieron soportar la presión y se reubicaron en países donde los costos de producción son más bajos. La falta de una mayor variedad de oportunidades para la inversión de los ahorros dio lugar a un incontrolable crecimiento del mercado bursátil, la prosperidad repentina de los bienes raíces y la proliferación del mercado negro de dinero clandestino. Poca gente se sorprendió cuando en 1990 estalló finalmente la burbuja taiwanesa.
Siguiendo la línea pragmática de costumbre, los planificadores simplemente volvieron a tirar de lápiz y papel o más bien de computadoras, que proliferaban ya en ese entonces y llevaron a cabo ciertos ajustes radicales en la política económica de la isla. A partir de mediados de los noventa, el dinero plástico reemplazó en gran medida al efectivo, floreció el comercio electrónico vía Internet, y se introdujeron muchos otros productos financieros en los mercados de la isla. Los ajustes resultaron efectivos y pareciera que la crisis financiera de Asia que se inició en 1997 ha tenido menos impacto en la economía de Taiwan que en la de muchos otros países de la región.
La estabilidad política se ha convertido desde hace tiempo en uno de los factores importantes del milagro económico de Taiwan. Cuando el Gobierno se trasladó a Taiwan y los comunistas chinos constituían aún una amenaza militar real e inmediata, esa estabilidad se mantuvo mediante la ley marcial, la base legal del poder autoritario consagrada en el llamado Decreto de Emergencia de 1949. La isla tenía un sistema de partido único. La inmigración y los medios de comunicación estaban sujetos a un estricto control. La libertad de expresión aún no existía.
Sin embargo, una vez que la economía y la gente que la impulsó alcanzaron cierto nivel de madurez, comenzaron a tener influencia en la política. La mayor prosperidad inspiró mayores expectativas, centradas inicialmente en las agrupaciones de personalidades de la oposición conocidas como tangwai, o “los de fuera del partido”. Muchos de estos pioneros se convirtieron en mártires, padeciendo la cárcel y hasta la muerte por expresar sus opiniones. Pero en 1986, algunos de ellos anunciaron formalmente la creación del Partido Democrático Progresista. No ocurrió nada y el presidente Chiang Ching-kuo no tomó ninguna represalia contra el primer partido de la oposición de la isla.
Todavía seguía vigente la ley marcial, pero la opinión pública cada día estaba más en su contra. La gente común había comenzado a desmantelar las barricadas desde abajo, y pronto se hizo evidente que nadie en el Gobierno tenía intención de volverlas a levantar. Las elecciones populares, una oposición organizada, la fiera rivalidad política y la libertad de expresión -en suma, toda la parafernalia de una democracia sofisticada- estaban en su etapa de gestación. Pocos años después ya eran un hecho y crecieron hasta su actual madurez.
En el año 1987 ya no había vuelta atrás, con la derogación formal de la ley marcial y la de la prohibición de la creación de nuevos partidos políticos, seguida de la puesta en marcha de toda una serie de reformas. De pronto no quedaba ninguna restricción en cuanto a los medios de comunicación, la gente podía visitar a sus parientes en China continental, y todos los miembros del Legislativo y de la Asamblea Nacional, de quienes siempre se había pensado que disfrutarían de prebendas permanentes, se vieron disputando sus cargos en elecciones sujetas a la voluntad del pueblo.
Pero aún en ese entonces, la reforma política no había llegado al final de su curso. La Conferencia para el Desarrollo Nacional de 1996 culminó con un relativo consenso entre los diferentes partidos políticos sobre el futuro de la Constitución Nacional, las relaciones a través del Estrecho de Taiwan y el desarrollo económico. Algunas de las resoluciones, como la que se refiere a la reforma del Gobierno Provincial de Taiwan, se están aún llevando a cabo; otras son simplemente aspiraciones. Sin embargo, gracias a la confianza y energía de los nuevos taiwaneses, algo es seguro: Taiwan continuará desarrollándose económica, cultural, social y políticamente.
Así que a por los próximos cincuenta años; y feliz aniversario a la República de China en Taiwan.