03/05/2024

Taiwan Today

Taiwán Hoy

Los bellos escenarios de Ta-an

01/09/1984
"Esta corriente es la fuente de la cascada Hsin-liang, llamada así para conmemorar al profesor Chiu Hsin-liang, quien encontró allí una trágica muerte al resbalarse y caer dentro de las aguas. Quemamos dinero de papel ritual para alivio y descanso de su solitario espíritu." Ta-an li, en el pueblo de Chushan, municipio de Nantou, que en otros tiempos no era más que una pequeña e insignificante aldea de la isla, es hoy en día un centro de atraccíón turística. Con sus pintorescos cañones, bellas cascadas, cálidas fuentes termales y serenos estanques constituye el nuevo "Desfiladero de Taroko del Occidente." Situado en el suroriente de Chushan, entre bosques de bambú men tsung y a una altura entre 480 y 1.840 metros sobre el nivel del mar, sus habitantes básicamente se ganan la vida, cortando madera y retoños de bambú. Llegamos a Shui-hsiao a bordo de un autobús; de ahí en adelante, continuamos nuestro recorrido a pie y descendimos por un camino rodeado por bosques de bambú. Sólo dos minutos después de haber descendido por la ladera, escuchamos el sonido producido por el agua al caer. Llegamos al manantial de "la Espada de Shuan-wen", que en lugar de ser el salto de agua que esperábamos, resultó ser una reluciente y blanca cascada que brillaba al reflejo de los rayos del sol, al desprenderse del acantilado. Se dice que en 1787, durante el reinado del emperador Chien-lung en la dinastía Ching, Lin Shuan-wen, se alzó en contra de la corte Manchú, pero al ser derrotado, regresó a Ta-an y lanzó sus espadas y gongs en una fuente cercana. La fuente fue sellada por la erosión de la montaña y actualmente se encuentra marcada por las cataratas de 15 metros que descienden hacia el río. El señor Tsai, nuestro guía, señaló que la calidad del agua del manantial siempre es clara, aún en los días de lluvia, cuando los ríos se llenan de lodo. Por eso, los que disfrutan del sabor del té de la isla siempre han dicho: "Si quieren tomar un té fino, vayan a Tung Ting, pero si quieren agua de calidad, diríjanse al manantial de 'la Espada de Shuan-wen.'" Nos dirigimos hacia abajo, siguiendo el camino a lo largo del río Shui-hsiao, hasta llegar a los estanques gemelos, ocultos entre los árboles y la hierba. Para entonces, no recordábamos por cuántas gradas de piedra habíamos bajado ni cuántos puentes de bambú habíamos atravesado. La pendiente se fue convirtiendo cada vez más empinada y el musgo, color verde obscuro, cubría las gradas de piedra, haciéndolas sumamente resbaladizas. El sonido producido por el agua al caer llegó a ser atronador cuando logramos alcanzar la orilla del río Ti-tze; un puente en forma de arco, hecho de bambú, atravesaba el río; al caminar por sobre él, nos mojamos los pies debido a las fuertes corrientes de agua. Muy cerca de allí, se encuentra una cueva dedicada al dios y a la diosa de la tierra que fue excavada de una roca natural. El señor Tsai nos explicó también que debido a que el camino es bastante escabroso, tanto los turistas como los pobladores, suelen detenerse allí para orar pidiendo por su seguridad. Nosotros también quemamos varillas de incienso para pedir la protección de los dioses. No fue sino hasta después de meternos entre el agua que llegamos realmente a comprender por qué la gente necesita la protección de los cielos. Nuestra siguiente parada fue el recodo del río en Ching-lung (el dragón verde), en donde se encuentran otras hermosas cataratas. Tuvimos que asirnos de los juncos de rota que crecían al lado derecho y saltar de piedra en piedra, cual si fuéramos ranas. Pero todos estos esfuerzos se vieron recompensados cuando llegamos a las cataratas que cuyo sonido al estrellarse en la poza de la parte baja, daba la impresión de ser el galope de mil caballos. Era un espectáculo tan poderoso que parecía ser la compuerta de una presa. Algunos de nuestros compañeros más atrevidos, decidieron acercarse más para apreciar mejor la caída de agua, teniendo que ser muy cuidadosos a cada paso que daban, porque las piedras estaban densamente cubiertas de un musgo muy resbaladizo. Al llegar a este punto, las ramas de un pasaje a la derecha conducían por la parte baja hacia otro punto escénico, el valle del infierno. Bajando por un puente de acero, caminamos hasta cruzar una cueva en un acantilado que se supone sirvió de punto de reunión a los murciélagos. Por el hecho de que para entonces, los murciélagos aparentemente se habían trasladado a otro sitio, este lugar había llegado a convertirse en un lugar de descanso para los viajeros, para librarse de las lluvias o del calor del sol. A cuatro minutos de esa cueva, llegamos a través de la orilla del río, a un prado de 200 pings (7.200 pies cuadrados) que ofrecía un sitio ideal para un día de campo. Esta área es conocida con el nombre de Terraza de los 10.000 pings. A través de la enorme pared de la montaña, caía una fina corriente de agua, mil metros hacia abajo. Algunos pobladores la llmana la pantalla de la caída de agua. Sobre la terraza se encuentra una roca tan grande como del tamaño de una casa, apuntando oblícuamente hacia el cauce del río. Por la posición en que está localizada, recibe el nombre de Piedra Inmóbil. Próxima a ella se encuentra otra roca con agujeros y protuberancias, parecida a los ojos y narices de los seres humanos y son llamados los ojos del dragón y del fénix. Al día siguiente, emprendimos de nuevo nuestro viaje, a las ocho de la mañana. Conforme íbamos descendiendo, el cammino empezaba a tornarse cada vez más obscuro. Debido a la inclinación tan precipitosa, a la proliferación de hierbas y piedras desprendidas, así como al agua que cubría dicho camino, el señor Tsai les había pedido a su padre y a otro vecino que viajara con nosotros, llevando unos machetes para cortar las ramas quebradas de los árboles y las enormes hierbas silvestres. Al ir nuestros guías abriéndonos camino, los seguíamos discretamente aspirando el fresco aroma de la hierba, para ayudar a mantener alegres nuestros espíritus. Precisamente cuando nos encontrábamos más contentos, escuchamos repentinamente el estruendo producido por las corrientes, y nos apresuramos a ascender por unas escaleras de madera, para llegar a nuestro destino. Allí, pudimos contemplar un enorme salto de agua, de 50 metros de alto, llamado cascada las cien vueltas. Estando parados por abajo de ella, pudimos observar los plateados y blancos hilos de agua surgir desde el verde follaje y precipitarse hacia abajo, formando una letra "M". Descendimos hasta un puente de bambú, muy cerca de allí, para poder apreciarla mejor. Proseguimos nuestro viaje. El camino continuaba en descenso y en 15 minutos, llegamos a la orilla del río, teniendo que atravesarlo caminando, puesto que no había ningún puente. Esta corriente es la fuente principal de las cataratas Hsin-liang, llamadas así, en honor al profesor Chiu Hsin-liang, quien allí encontró una trágica muerte, al resbalar y caerse precisamente en dicho lugar. Quemamos algunos papeles rituales de dinero para alivio de su solitario espíritu. Seguimos hacia adelante caminando, acompañados por el monótono sonido de los machetes. Viajando a lo largo del río Chien-wu-tze, llegamos a una elevada terraza, en donde decidimos parar, para almorzar. Era todavía la estación lluviosa y las aguas corrían tan fuerte y rápidamente que las corrientes normalmente de color verde, se habían tornado color celeste. Lamentábamos no haber podido completar el viaje hasta llegar al famoso cañón de Taichi. El cañón es una original formación de piedra, con su propia caída de agua cayendo hacia abajo en forma oblicua, formando una "S". Los matices naturales de las piedras, en su mayoría, color café, forman un fuerte contraste con el agua cristalina color azul que se desprende desde las alturas. La blanca espuma producida por el agua al caer, se extendía cual si fuese una capa de hilos de telaraña. Estuvimos tentados a regresar. Al principio, ni siquiera podíamos saltar sobre las rocas; tuvimos que descalzarnos y caminar a través del agua. No sabíamos en qué punto ésta podría cubrirnos hasta las rodillas. Todos y cada uno nos apoyábamos sobre las rocas, cuidando de no dar un paso en falso para no caer dentro del agua. Luego de caminar diez metros, subimos a través de las hendeduras de las rocas, pero no podíamos mantener secos los pies, debido a que por entre ellas corrían pequeños arroyuelos de agua. Este no fue el final de nuestra experiencia. El agua nos llegaba hasta la cintura, por lo que no sabíamos qué hacer. Afortunadamente, los compañeros que nos acompañaban fueron tan caballerosos que voluntariamente se ofrecieron a llevarnos sobre sus espaldas hasta que logramos salir de un pasaje tan peligroso. Cuando dejamos finalmente atrás las frías aguas y pudimos pisar tierra firme sobre el terreno arenoso, sentimos como si estuviéramos flotando en el aire. Las piedras de la orilla empezaron a mostrarse repentinamente cada vez más pendientes; habíamos llegado a una zona reservada de formaciones de piedra. Esta zona se levantaba aproximadamente a 80 metros. Para poder pasar a través de los acantilados, teníamos que asirnos fuertemente de las piedras, mientras que afirmábamos los pies en las hendeduras. Nuestro guía nos dijo para complementar su teoría: "Muevan solamente un punto y conserven todavía tres puntos." Al ir creciendo la altitud, nuestra empresa llegó realmente a ser intolerable. Nos encontrábamos sin aliento. Afortunadamente justo a tiempo, encontramos un lazo que usamos como pasa­ manos. El señor Tsai nos dijo que en el pasado se utilizaba una balsa de bambú como vehículo de transporte. Uno tras otro, se presentaban nuevos desafíos. En la última etapa de nuestro viaje, las grietas eran tan pequeñas que seguimos ascendiendo apoyándonos en la punta de los pies y manteniendo el resto del cuerpo, suspendido en el aire. Después de la zona reservada, se encontraban las cataratas del Arcoiris, de aproximadamente 100 metros de ancho. Las fuertes corrientes de agua al caer, hacían muy difícil pasar por debajo de ellas. Algunos de nuestros compañeros consideraron que dicha empresa era demasiado peligrosa, por lo que decidieron regresar. Pero nada era imposible para los "valientes" como nosotros y en efecto, fuimos recompensados por dos maravillosos espectáculos: las cataratas de las mil capas y las cataratas del huracán. En agudo contraste con el estruendoso y rápido "huracán", se encontraba a la izquierda, el Lago Tranquilo. A pesar de que era la estación lluviosa, el lago se encontraba pacífico, semejando un espejo. Al encontrarnos sentados sobre una elevada plataforma, fuimos testigos de una maravillosa sinfonía de la naturaleza, con las cataratas tocando trompetas, las cuevas de los murciélagos, violines y el lago, una delicada flauta. Para poder atravesar el lago, subimos por una escalera de bambú de 8 pies y con la ayuda de un lazo, alcanzamos el estanque de la luna llena. Desde aquí, pudimos contemplar un mejor panorama de las cascadas Taichi. El curso de las mismas, en forma de "S", recuerda los ocho diagramas místicos, tal como están especificados en el antiguo "Libro chino de los cambios". Solamente cuatro de los quince excursionistas pudimos realizar el viaje completo; el señor Tsai nos dijo que nosotros éramos el único grupo que se había atrevido a curiosear en la estación lluviosa en las áreas del cañón. El sol ya se había ocultado cuando emprendimos el viaje de regreso; debido a la humedad, llevábamos la ropa pegada a nuestra piel; pero a pesar de ello, estábamos felices por haber hecho la exploración de este espectacular cañón en Taiwan, que ostenta una variedad de cascadas, estanques y espectaculares formaciones pétreas. Aún cuando dentro del autobús nos encontrábamos ya seguros, listos para regresar a Taipei, sentimos todavía la sensación de que nuestros pies pudieran resbalarse por entre las piedras y pudiésemos repentinamente, caer dentro de las frías aguas. □

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