29/04/2024

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Mateo Ricci: El introductor de la cultura occidental

01/01/1984
En los últimos confines del Asia, existe un antiguo e inmenso país con muchos habitantes, que permaneció oculto durante muchos siglos a la vista curiosa del mundo sabio y de los conquistadores europeos. El Gran Imperio Chino cuenta con la historia más larga del mundo; su cultura e influencia se extendieron al Japón, Corea, Manchuria, Mongolia y Tibet. Pero, con el tiempo, el curso de su civilización se estancó y fue perdiendo el poder sobre los pueblos vecinos. Se negó a admitir ideas extrañas y a recibir la civilización occidental que llegó a ser muy superior a la suya, ya arcaica. La causa fue que el pueblo chino no creía que otra civilización podía compararse con la suya ni podía enseñarle nada nuevo; esto fue debido a la influencia de las doctrinas político­ morales de Confucio que le hicieron considerar que era el pueblo más civilizado del mundo. China, por su elevado número de habitantes de carácter suave y tranquilo, ha sido siempre el objeto de la evangelización de los misioneros. Mucho antes de principios del siglo XVI que los navegantes portugueses visitaran las costas de China, la religión de Jesucristo ya había sido propagada en el misterioso Imperio de China. Tras el descubrimiento por los portugueses de la nueva ruta al Asia, muchos misioneros católicos navegaron hacia esa nueva tierra con el propósito de convertir a los pueblos asiáticos. En 1540, un misionero jesuita, San Francisco Javier, salió de Roma y fue a la India para predicar el evangelio; fue el primer jesuita que llamó a las puertas de China. Intentaba entrar en China para llevar a cabo su sagrada tarea. Sin embargo, nunca le permitieron establecerse allí. En 1552, en una isla pequeña, a poca distancia del Continente, esperó por mucho tiempo algún barco para poder llegar a China, pero su muerte prematura impidió que se realizasen sus deseos. Contempló a China desde la isla, pero no logró entrar en ella. Treinta años después del fallecimiento de San Francisco Javier, sus intenciones fueron finalmente realizadas por otro italiano, el Padre Mateo Ricci, quien reveló el misterio de China y llegó a ser el primer extranjero que exploró verdaderamente la cultura china. En aquel momento, muchos comerciantes extranjeros iban al Oriente en busca de riquezas como especies, seda, plata e incienso; pero el Padre Ricci fue en búsqueda de almas. Quizás sería más indicado que fue allí, a dar más que a recibir. Hace cuatro siglos, el gobierno de la dinastía Ming, reconcentrado detrás de su malla, miraba con desconfianza todas las creencias religiosas y a los extranjeros los maltrataban y no les permitía entrar. No obstante, cuando el Padre Ricci murió, veintiocho años después de haber llegado a China, no sólo había convertido gente importante y extendido ampliamente su misión, sino que también había introducido a la dinastía Ming, el profundo conocimiento científico del Occidente, cambiando la cerrada mentalidad del pueblo chino. Sin lugar a dudas, el Padre Ricci logró una inmensa contribución para China al lograr colocarla a la vanguardia del intercambio cultural sino-occidental. Fue el primero en haber logrado intercambiar el conocimiento y la cultura entre Oriente y Occidente, gracias a su sabiduría sobre la ciencia occidental y al entendimiento profundo del lenguaje chino y su filosofía; sin embargo, todos estos logros serían inútiles sin su excepcional determinación y espíritu. Superó tremendos obstáculos en su tarea, lo cual le hizo merecer una gran admiración posterior. Las contribuciones de Ricci se centraron en cuatro áreas: geografía, matemáticas, astronomía y filosofía. Tuvo un gran conocimiento acerca de geografía y cartografía, los que utilizó para diseñar un mapa grande y detallado del mundo, revolucionando así el conocimiento cartográfico y geográfico de la dinastía Ming. Sus logros escolásticos en los dos mundos le hicieron capaz de traducir al chino las matemáticas clásicas occidentales, así como los elementos de Geometría de Euclides. Colaboró también con otras personas para producir un tratado sobre medidas comparativas. El Padre Ricci fue, además, no sólo un experto fabricante de instrumentos astronómicos sino también un experto en cálculos cronográficos y del calendario. Construyó su propio reloj y telescopio y publicó numerosas monografías en idioma chino sobre temas astronómicos. Sus obras recibieron la consideración de los intelectuales chinos. La obra maestra de Ricci en el campo de la filosofía religiosa fue su libro "La verdadera idea de Dios". Comparando y combinando la esencia del pensamiento del confucianismo y del catolicismo, pretendía distinguir lo material de lo espiritual por medio de razones tanto inductivas como deductivas. El conocimiento occidental introducido a China por los misioneros católicos influyó también profundamente en las artes y en las ciencias. Nacido en Italia, en octubre de 1552, Mateo Ricci fue el mayor de una familia compuesta de catorce hijos. Su padre, un físico, quería que estudiara leyes en Roma para que pudiera llegar a ser político. No obstante, cuando tenía 19 años, Mateo se convirtió en un admirador de la vida y la misión de los jesuitas y entró en la Sociedad de Jesús. Estudió filosofía, teología, matemáticas, astronomía y geografía en Roma mientras se preparaba para el sacerdocio. En l582, Mateo se encontraba en Macao, que en aquel entonces, pertenecía a Portugal, preparándose seriamente para una dura tarea: o sea realizar un completo estudio del idioma chino, tanto escrito como hablado, para poder ir a China, junto con el Padre Michele Ruggieri. En aquella época, gobernaba la dinastía Han que no dejaba entrar a predicar a ningún misionero extranjero en China. En la de septiembre de 1583, Ricci llegó a Chaoching en la provincia de Kwantung, donde se presentó junto con su compañero, el padre Ruggieri, en trajes que les identificaron como monjes budistas; ellos no trataban de esconder su religión, sino que trataban únicamente de expresar su misión de una forma culturalmente más aceptable. El efecto, sin embargo, fue muy limitado; la razón principal fue que los monjes en China no eran tan respetados como en Japón, donde los jesuitas tuvieron más éxito. Como China estaba muy influenciada por el confucianismo, los intelectuales confucionistas fueron altamente respetados en la sociedad china. Ricci empezó, desde 1592, a llevar tanto la barba como el pelo largos y a vestirse con trajes confucianistas, escogiendo deliberadamente la erudición china para facilitar la entrada del Evangelio Cristiano a la sociedad china. El confucianismo fue para Ricci la "puerta" para llegar al corazón de China, por lo que se convirtió en un destacado erudito con­ fucianista. En 1584, después de que Ricci y Ruggieri construyeron una iglesia en Chaoching, Wang Pan, el magistrado de la prefectura, les mandó dos inscripciones inscritas en madera, una en la que se lee Hsinhua Ssu (el Monasterio de la flor mágica) para el travesaño de la entrada y la otra, Hsi Lai Ching Tu (Tierra pura del Occidente), para la puerta del salón. Ricci había llevado de Europa, muchos objetos consigo: prismas, encajes, etc., pero un mapa mundial erigido en la sala principal del monasterio atrajo la atención y el interés de los visitantes intelectuales, pues era completamente diferente de las versiones chinas: en el mapa de Ricci, China no estaba en el centro del mundo. Pero lo que más sorprendió a los eruditos chinos fue, que fuera del imperio chino, existían muchos otros imperios y grandes países. Ricci escribió en el libro que trataba sobre China: "El mapa mundial fue pintado y esculpido por los mismos chinos y mostraba a China con quince provincias. Aparte de China, había mares y algunas pequeñas islas. El área total de estas naciones isleñas no era mayor que una de las provincias de China." En Shaochou, después que Ricci había perdido la imagen de sacerdote procedente del Occidente y adoptado la imagen de los confucianistas, empezó también a estudiar los clásicos chinos y a practicar caligrafía. En 1594, escribió a un amigo suyo en Italia, "Desde hace ocho años, he estado recargado de trabajo, pero a partir de este año, he podido aprender de un maestro chino, a escribir chino y he empezado a escribir un libro..." El libro se tituló La verdadera idea de Dios, algunas veces se tradujo como La verdadera noción de Dios; fue completado en 1596 cuando Ricci vivía en Nanking, en la provincia de Kiangsi y publicado en 1603. En el mismo año, Ricci terminó el trabajo de cuatro años, traduciendo al latín Los Cuatro Libros de Confucio, uno de los libros más estudiados en China. Luego de estar quince años en China, Ricci nunca había podido ir a Pekín, capital y sede de la dinastía Ming; en 1598, decidió visitar la Ciudad Prohibida y pedir el permiso oficial del Emperador para predicar el Evangelio en China. En aquel entonces, conseguir una audiencia con el Emperador era algo tan difícil como subir al cielo, de ahí que Ricci regresó, sin lograr su objetivo. El 24 de enero de 1601, Ricci logró su deseo de quedarse en Pekín. Fue a la capital para ofrecer regalos al Emperador; entre ellos, imágenes de Jesús y de la Virgen María, dos relojes, un instrumento musical europeo, una trompeta, algunas botellas de cristal, ropa, ..etc. Al Emperador le gustaron mucho los dos relojes, considerándolos como los artículos más novedosos del mundo. Ocho días después, al pararse repentinamente los relojes, el Emperador mandó a un eunuco a preguntarle a Ricci la forma de repararlos. Ricci se lo dijo y unos días más tarde, el Emperador envió a cuatro eunucos para estudiar la astronomía y aprender el "secreto" de estos impresionantes relojes. Los dos relojes funcionaban muy bien y el Emperador estaba muy contento. De nuevo mandó a un eunuco, esta vez, para averiguar las costumbres del Occidente, incluso ordenó, hacerle un retrato a Ricci. Desde ese entonces cada vez que los relojes dejaban de funcionar, el Emperador mandaba a llamar a Ricci para que los arreglase y más tarde, le pidió a Ricci que visitara el palacio cada tres meses; Ricci nunca consiguió ver al Emperador en persona, pero consiguió su objetivo de establecerse en Pekín. Durante los diez años que permaneció an Pekín, Ricci se hizo amigo de muchos funcionarios y eruditos de alta categoría, llegando a cultivar con algunos de ellos una gran amistad, entre ellos, sobresalió Hsu Kuang-chi. Cuando Ricci se encontró con Hsu en Pekín, tuvo la sensación de encontrarse con un raro tesoro. En 1607, los dos empezaron a trabajar juntos en las traducciones; Ricci le enseñó a Hsu las ciencias occidentales y Hsu tomó notas. La primera traducción que terminó Hsu fue Los Elementos de Geometría de Euclides. En el mismo año, o sea en 1601, Ricci colaboró con Hsi para escribir su Tratado sobre las medidas. En 1601, Ricci escribió una memoria, manifestando su deseo de entrar en Pekín y trabajar junto con organizaciones relacionadas con la astronomía. Procuraba rectificar el sistema del calendario chino, el cual ya no podía sostener los cálculos de los días de eclipses de sol y de luna. Sin embargo, hasta noviembre de 1610, año del fallecimiento de Ricci -cuando los sistemas del calendario chino no lograron calcular un eclipse de sol- entonces, el Emperador aceptó finalmente las sugerencias de revisar el calendario chino. Luego de 28 años de consagrarse a la misión china, el 11 de mayo de 1610, cuando Ricci estaba a punto de morir, sólo pudo decir a sus compañeros: "Les dejo una puerta ya abierta a grandes méritos, pero no sin muchas penas y peligros." Ricci falleció pacíficamente como si no tuviera que hacer ninguna transición entre vivir y morir. Este año, se conmemoró el cuarto centenario de la llegada de Mateo Ricci. Expertos de todo el mundo y altos miembros de la Iglesia Católica organizaron un Simposio Sino-Occidental de Intercambio Cultural. En homenaje a este evento, el Presidente de la República de China, Chiang Ching-kuo, envió un mensaje de felicitación, exhortando a los miembros del mismo a "elaborar un anteproyecto perfecto para el brillante futuro del intercambio cultural sino-occidental." Más de 90 intelectuales chinos y extranjeros participaron en dicho simposio que duró seis días, del 11 al 16 de septiembre e incluyó discusiones de los diferentes puntos de vista y problemas de intercambio cultural entre la República de China y los países occidentales. Junto con la celebración, el Museo de Palacio exhibió artículos culturales católicos- romanos. El Papa Juan Pablo II notificó al Arzobispo Estanislao Lo Kuang, rector de la Universidad de Fu Jen en Taipei, que expandiera las actividades conmemorativas en reconocimiento a las extraordinarias contribuciones del Rev. Ricci tanto en su trabajo misionero como en la promoción de intercambio cultural. Y al mismo tiempo, la Dirección General de Correos emitió también un juego de dos estampillas para celebrar el cuarto centenario de su llegada a China. □

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