30/04/2024

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La Santa Sede y la "otra" China en Taiwan

16/12/1997

El día 4 de octubre de 1996, dos días antes de que el papa Juan Pablo II ingresara en el Hospital Gamelli en Roma para someterse a una operación quirúrgica, él aceptó mis credenciales como Embajador de la República de China ante la Santa Sede, junto con otros tres Embajadores de Japón, Egipto y los Países Bajos. Después de la presentación de las credenciales, el Papa nos saludó y conversó con cada uno de nosotros. Cuando se acercó a mí, el sonriente Pontífice me dijo: "Taiwan es libre".

"Unamos nuestras manos en hacer libre a China continental", le respondí.

"Nuestro deseo común, nuestro deseo común", dijo el Papa. Luego con un tono enfático, repitió: "es nuestro deseo común".

Estas palabras del Papa, alentadoras e inspiradoras, hoy día suenan en mis oídos y tocan mi corazón.

En el presente, el Vaticano es el único estado soberano de Europa que reconoce a mi Gobierno. Esto nos da esperanzas de que Dios está de nuestra parte y que con el tiempo la libertad prevalecerá en China continental.

Desde 1949, el asunto primordial que bloquea las relaciones normales entre la República Popular China y el Vaticano ha sido el asunto de la libertad religiosa. Pekín quiere una Iglesia Católica totalmente supeditada al gobierno, como lo demuestra "La Iglesia Patriótica de China". La Santa Sede aboga por una "Iglesia Universal" sin lazos ni identificación con cualquier "estado", y libre para propagar su misión de amor y servicio al mundo. Hasta ahora, el ejercicio de esta libertad gozada por la Iglesia Católica está reconocido en 167 naciones, incluyendo mi país, la República de China, mediante el intercambio de representantes diplomáticos entre la Santa Sede y esos países.

Aunque la libertad es capital y preciosa, su ausencia en China continental no es el único obstáculo para una China unificada. Dos sistemas políticos e ideologías diferentes han separado a los dos lados del Estrecho de Taiwan durante casi medio siglo. Actualmente, mientras que Pekín todavía abraza la doctrina marxista-leninista y un gobierno unipartidista (el monopolio del poder político por el Partido Comunista Chino), una sociedad pluralista con democracia multipartidista y una economía de mercado han estado floreciendo en Taiwan.

Al enfocar el "asunto" de Taiwan, Pekín se adhiere al principio de "una China" y proclama "un país, dos sistemas". China continental afirma que es el "único y legítimo" gobierno de China y que el Gobierno de la República de China no es más que un gobierno local bajo la jurisdicción de China continental. Como es natural, esto es absolutamente inaceptable para Taipei. Nuestra misión es ver la restauración de la libertad y la democracia al pueblo chino.

Aunque Taipei se adhiere al principio de "una China" y tiene como objetivo la unificación de China, toma la posición de que una China unificada sea libre y democrática. Mientras tanto, mi Gobierno se opone al modelo de Hong Kong, o sea, "un país, dos sistemas" y lo contrarresta con la fórmula de "un país, dos entidades políticas", la cual dispone un marco de modus vivendi antes de que se materialice la unificación de China.

El Dr. Lee Teng-hui, presidente de la República de China, y el primer presidente electo por voto popular en la historia de China, es un cristiano devoto y un firme creyente en la libertad religiosa y los derechos humanos. El presidente Lee ha hecho repetidas proposiciones al liderazgo de Pekín en el sentido de que los gobiernos de los dos lados del Estrecho de Taiwan deben tratarse como iguales y comenzar un diálogo para explorar los procesos de unificación pacífica. El también envió a su vicepresidente, el Dr. Lien Chan, como enviado especial a entrevistarse con el papa Juan Pablo II a principios de este año para expresarle su fuerte apoyo a la paz mundial, defendida por el Pontífice.

Si China continental fuera libre, no existirían los conflictos y problemas que ahora plagan las relaciones entre Pekín y el Vaticano. Después del XV Congreso del Partido Comunista Chino, el presidente de China continental, Jiang Zemin, parece tener un control firme. La consolidación de su poder da esperanzas de que él se sienta lo suficientemente fuerte como para intentar reformas políticas que complementen las más bien exitosas reformas económicas.

La responsabilidad principal de un diplomático, en mi opinión, es hacer la paz. Así convencido, yo recomiendo sinceramente al nuevo liderazgo en Pekín que haga una apertura completa y deje que el pueblo chino goce de una vida política semejante a la de las democracias occidentales. Esto haría realidad el sueño de una China unificada y la renovación de relaciones amistosas entre China continental y la Santa Sede.

Es bueno recordar que en esta ciudad eterna, Roma, hay dos embajadas chinas: la Embajada de la República de China ante la Santa Sede y la Embajada de la República Popular China ante Italia. Las dos coexisten en la misma forma pacífica en que coexisten el Vaticano e Italia.

A medida que se acerca el siglo XXI, es imperativo que Taiwan y China continental continúen desarrollándose en un ambiente pacífico. Mi más ferviente oración es que el pueblo chino en ambos lados del Estrecho de Taiwan goce de paz y solidaridad, a medida que la humanidad se embarca hacia el tercer milenio.

Este artículo escrito por Raymond Tai, embajador de la República de China ante la Santa Sede, fue publicado en The Washington Times el domingo 2 de noviembre.

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