La lección parece evidente: no hay que hacerse ilusiones acerca de la lealtad comunista. Occidente ha caído en la trampa más de una vez. China Roja se ha servido de los Estados Unidos para que le saquen las castañas del fuego. Los norteamericanos no vacilaron en sacrificar a la República de China su mejor aliado en el Sudeste Asiático, para complacer a los comunistas chinos. La muralla antirrusa que pretendieron levantar fortaleciendo a China Roja, hoy se derrumba.
"Tigre de papel" llamaron los comunistas chinos a los Estados Unidos. Tras las andanadas de insultos vinieron las de metralla. Vidas norteamericanas fueron segadas en Corea, donde el ejército rojo chino desafió a las fuerzas de las Naciones Unidas. Después vino la diplomacia sonriente, el tenis de mesa, la sonrisa de malicia oculta detrás del abanico.
En el Tercer Mundo, China Roja trata de ejercer el papel de hermano mayor. Suministra diversas formas de "ayuda". Al mismo tiempo arma a la guerrilla y entrena a los guerrilleros. China comunista es uno de los factores principales en el caos político-militar que padecen los países subdesarrollados.
Se requiere habilidad ante la astucia chino-comunista. Pero ante todo es indispensable aplicar una política de principios. Hay que ser consecuentes. Si somos demócratas, luchemos por la libertad, por la paz con justicia, por el pan con dignidad. Y apoyemos a quienes luchan por esos principios, en vez de aliarnos con las fuerzas que los niegan. (La Nación, Costa Rica)