07/05/2024

Taiwan Today

Taiwán Hoy

Nota de redacción

01/09/1999

la 1:47 de la madrugada del 21 de septiembre un terremoto de 7,3 grados en la escala de Richter despertó a los residentes de la isla y en un breve espacio de tiempo desató una ola de destrucción cuyo saldo provisional se eleva a más de dos mil cien muertos y millares de heridos y personas sin hogar. Con singular capacidad de reacción y tratando de sobreponerse al desconcierto y el dolor iniciales, el pueblo y el Gobierno se lanzaron inmediatamente a un esfuerzo solidario que también ha contado con una significativa aportación internacional.

El sismo, cuyo epicentro se situó a sólo un kilómetro de profundidad y en el centro de la isla, afectó principalmente a los distritos de Nantou y Taichung. Sin embargo, la devastación llegó al mismo Taipei, con el desplome de dos edificios en la capital y en la vecina Hsinchuan.

A las labores de rescate de fallecidos y personas atrapadas se sumaron equipos de expertos internacionales procedentes de hasta una veintena de países, en una tenaz lucha contrarreloj que no dejó de dar sus frutos. La acción decidida y pronta del Gobierno, movilizando el máximo posible de recursos humanos y materiales, se ha complementado con la promulgación de un decreto de emergencia por el presidente Lee y la aprobación de un paquete de medidas por el Yuan Ejecutivo para facilitar las tareas de asistencia y reconstrucción.

En el capítulo de lecciones a extraer de la catástrofe, y pese a que dada la magnitud del sismo los daños podrían haber sido mucho mayores, se ha comenzado a intentar precisar qué fallos humanos han podido contribuir al derrumbe de tantas edificaciones: ¿códigos de construcción no lo bastante estrictos o incumplimiento de éstos en la práctica?

ese a lo indiscutible de los logros económicos alcanzados por la República de China, y que la siguen haciendo objeto de alabanzas desde el exterior, uno de los efectos secundarios derivados del anhelo de los isleños por alcanzar la prosperidad material durante las últimas décadas ha sido la devaluación de algunos aspectos intangibles de la vida diaria --como queda reflejado en la insatisfacción hacia la calidad de sus vidas manifestada en recientes encuestas por un significativo número de residentes.

En busca de inspiración, los creadores de políticas se han vuelto hacia las musas y tratan de mejorar las cosas bajo la bandera de una nueva denominación para Taiwan: «isla de arte». La propuesta ha de llevarse a la práctica a través de una campaña para educar a las masas sobre el lado estético de la vida, con la ayuda de escuelas públicas, museos, festivales de arte y educación extensiva. Se espera que estos esfuerzos afiancen la noción de que hay cosas en la vida que el dinero, sencillamente, no puede comprar --por ejemplo, la habilidad de crear y/o apreciar una obra de arte.

Pero incluso algo tan aparentemente neutral como el arte o la educación artística está cargado de significación ideológica. En primer lugar, el término mismo de «bellas artes» implica la división de las artes en dos niveles, uno «alto» y otro «bajo» --una noción que muchos críticos contemporáneos verían con cierta sospecha. Desde esta perspectiva la apreciación del arte puede, en manos de agentes inapropiados, convertirse en una herramienta muy efectiva para introducir en los niños ideas antidemocráticas basadas en la división de clases --de forma similar a como funciona la manipulación de referentes culturales en la propaganda comercial, por ejemplo. Otra dimensión ideológica interesante del actual empeño por estetizar Taiwan puede advertirse en la forma de decidir sobre lo que se debe enseñar o resaltar en los cursos de arte en toda la isla. Esas decisiones (cuando no se toman de manera arbitraria, por ejemplo por parte de administradores de museo carentes, en ocasiones, de formación artística) responden a «gustos» particulares y representan predilecciones ideológicas producto de un determinado contexto social, con lo que puede resultar que escapen a los criterios objetivos en principio favorecidos por los creadores de políticas y, en la medida que falten la discusión y el consenso, se limiten a reproducir la definición de «arte» de un cierto grupo.

Por otro lado, los esfuerzos guberna-mentales de transformar Taiwan en una «isla de arte» encierran una segunda intención. Un vistazo a las obras y a los artistas que sobresalen en el énfasis del momento en pintura y escultura revela que los educadores y promotores de las bellas artes no centran su atención de forma primordial en los cinco mil años de grandiosa y gloriosa civilización china: se muestra, más bien, la obra de artistas de renombre mundial junto a la de pintores y escultores locales, queriendo hacer llegar el mensaje al público de otras naciones de que la gente de Taiwan tiene su propia identidad única, su propia patria, su propio espacio creativo. Así, el arte cumple una función pragmática como discurso (o colección de discursos) dentro del marco ideológico más amplio de qué es Taiwan y quién es la gente de Taiwan. De este modo, el arte participa en la construcción de la identidad del pueblo de Taiwan. La educación artística en Taiwan tiene que comenzar en algún punto. Si el ciudadano medio carece del criterio básico para comprender el valor estético, la transformación de Taiwan en una «isla de arte» no podrá ocurrir de la noche a la mañana. Sin embargo, ya se están dando los primeros pasos hacia ese objetivo, y así como en la pintura, un cuadro de miles de colores comienza con una sola pincelada.

aliendo de un prolongado letargo, Hualien y la parte este de la isla en general intentan dejar atrás el abandono en que han sido tenidas por el gobierno central. Además de diversificar el potencial turístico que le otorga su belleza natural, se pretende complementar éste con progresos en otros frentes: en tal sentido, la reciente creación de la Universidad Nacional de Dong Hwa alienta las esperanzas de elección de la ciudad como sede del tercer parque científico de la isla --una importante apuesta de futuro.

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