03/05/2024

Taiwan Today

Taiwán Hoy

La Decadencia Y Caída De La Bolsa De Taiwan

01/11/1990
Como una manada de gibones ante un tigre, los inversionistas en bolsa se asustan ante los impuestos por transacciones.

Después de tres años de sensacio­nales subidas, la Bolsa de Taiwan se des­plomó produciendo temblores en la so­ciedad y en sus cimientos económicos. El temblor ha despertado a individuos, familias y compañías de un sueño en el que los valores de las acciones subían continuamente sin fin. El verdadero mundo de la responsabilidad y riesgos fi­nancieros ha aparecido, obligando a do­lorosos ajustes de vida a gentes que habían pasado de la noche a la mañana de poseer enormes fortunas a la nada.

Desde los 12.495 puntos de la Bolsa de Taiwan (Taiex) el día 10 de febrero, hasta los 5.047 del 30 de junio, la caída acumulada representa un 60 porciento. De hecho, más de la mitad de las ac­ciones han caído en un 70 porciento en dicho período. El monto total de valores cayó de los 260 mil millones de dólares norteamericanos a los 107 mil millones, desapareciendo del mercado como humo 153 mil millones (una cantidad que supera en 8 mil millones, el PNB de Taiwan en 1989).

Los observadores consideran este derrumbe como el final del espectacular mercado en alza de Taiwan, y un período que debe ser considerado como un caso de estudio muy valioso para el mundo fi­nanciero. La loca carrera comenzó en 1986, cuando el índice de acciones de Taiex llegó a 1.000 puntos, después de 24 años de funcionamiento con el índice base del año 1962. En sólo dos años y ocho meses, el índice se multiplicó por diez, rompiendo la marca de los 10.000 puntos el 19 de junio de 1989, con 10.013 puntos. En aquel tiempo el índice era el segundo más alto del mundo, sólo des­pués de Japón. En la carrera hacia la cumbre, el alza sólo se pudo contener algunas veces, sobre todo en 1987, durante la caída bursátil internacional, y al final de 1988, cuando el Gobierno anunció su intención de reimponer el impuesto sobre las ganancias en la Bolsa.

Las cantidades de las transacciones diarias también crecieron a velocidad in­creíble. Aunque transacciones del orden de los 100 millones de dólares norteame­ricanos se consideran altas, en mayo de 1989 se llegó a los 3.900 millones, mientras que en Tokio la cantidad era de 6.900 millones y en Nueva York de 5.700 millones. El 16 de marzo de 1990, se llegó a los 8.000 millones, equivalente a una cuarta parte del presupuesto fiscal del Gobierno de la República de China para el año 1991 (que comenzó el 1 de julio de 1990).

El comportamiento de la Bolsa de Taiwan fue extraordinario si se piensa que el PNB del país en 1989 era sólo una veinteava parte del de Japón, y una cua­rentava del de EE.UU. en el mismo año. Además, el número de compañías con acciones en Bolsa en Taiwan sólo era de 188, mientras que en Tokio son más de dos mil y otras tantas en Nueva York.

El gigantesco volumen de transac­ciones provocó un aumento de agencias de corretaje, llegando en 1990 a casi 400 (más de dos por cada firma con acciones en Bolsa), y con unos 60.000 empleados. Suponiendo que cada agencia de corre­taje ocupara un espacio de unos 2300 metros cuadrados, crearon una demanda de espacio de casi un millón de metros cuadrados, influyendo seriamente en la oferta de espacio para oficinas en el área metropolitana de Taipei. Este fue un factor importante en la fuerte subida al doble de los precios de los alquileres para oficinas en 1989.

El agitado mercado bursátil, y su gemelo, el candente mercado de la pro­piedad inmobiliaria, fomentaron el flore­cimiento de las compañías ilegales de in­versión. Estas empresas, cuyo número llegó a las 200 en los días mejores de la Bolsa, absorbieron unos 7.400 millones de dólares estadounidenses de fondos de miles de inversionistas.

El crecimiento de los valores bursá­tiles se atribuyó principalmente a la abundancia de capital inactivo del mer­cado de Taiwan, resultado de un superá­vit crónico de la balanza comercial del país, que generó una fuerte reserva de di­visas (73 mil millones a fines de 1989). Con abundante dinero en las manos y pocos canales de inversión e intereses bancarios bajos, más y más gente se sintió atraída por las promesas de altos beneficios de la Bolsa.

Mientras los valores llegaban a ni­veles cada vez más altos, la mayoría de los inversionistas adoptaron la cos­tumbre de poner su dinero en el mercado y sacarlo rápidamente por temor a una caída. Irónicamente, al ser cada vez mayor el número de personas que parti­cipaban en esta ardiente fiebre especula­tiva, el mercado podía mantenerse y seguir avanzando, aunque cada vez más peligrosamente. Como un activo inver­sionista dijo una vez medio en broma: "En la Bolsa de Taiwan una inversión a largo plazo dura unas tres horas".

Este fenómeno explica las enormes transacciones y el fuerte movimiento del mercado. Por ejemplo, el inventario total de las existencias del mercado cambió de manos seis veces en 1989. En promedio, los inversionistas conserva­ban sus acciones ¡sólo unos diez días!

El mercado alcanzó la cumbre sin la ayuda de condiciones subyacentes favo­rables, como pronósticos favorables de la economía, tendencias deseables para la industria, y una lista de compañías que mostrara buenos beneficios y un cuadro sólido de capital. La llamada proporción P/G (precio/ganancia), medida para eva­luar la racionalidad de los niveles de los valores bursátiles alcanzó cifras de dos dígitos en la mayoría de las acciones y hasta de tres en algunas. A fines de 1989, cuando la Bolsa llegó a los 9.624 puntos, la proporción múltiple P/G de todos los valores fue 55,9, sólo detrás de la de Tokio de 70,6. En comparación, la de Seúl es de 14, y va de 10 a 12 en Londres, Hong Kong y Nueva York. Esta proporción múltiple para las ac­ciones de bancos y seguros de vida en Taipei llegó a más de 200.

Las estrellas en este mercado en alza eran las acciones de compañías con pe­queño capital. Debido a un control fuerte en la aparición de nuevas comnpañías en el mercado, y al número limitado de ac­ciones, los precios de las de pequeña ca­pitalización eran fácilmente manipulados por los grandes inversionistas. No fue raro ver un P/G de más de 500 en estas pequeñas acciones. Pero el fenómeno más extraño lo constituyeron los precios de las acciones de compañías completa­mente en bancarrota. En teoría, estas no tienen ningún valor porque tienen una productividad negativa y ninguna ganan­cia. Algunas de estas compañías hacía años que no operaban. Pero sus bajo va­lores por unidad se usaban para manipu­lar los valores, y sus precios crecieron muchas veces, aún más que las acciones de valores de primera.

En esta candente atmósfera, el mer­cado se desarrolló rápidamente, siendo una importante fuente de abastecimiento de capital para negocios locales a largo plazo. Atraída por los altos precios del mercado, mucha compañías abandona­ron sus antiguos miedos y sacaron sus acciones al mercado, elevando el número de compañías registradas en Taiex a 188 en 1990, 62 más que en 1987. Además de la gran cantidad de fondos que entraba con las nuevas, las compañías ya registradas solicitaron un total de 5.000 mi­llones de dólares del mercado durante 1987-89, o una media anual de 1.700 millones en forma de nuevo capital. Esto permitió a las compañías ampliar sus ope­raciones e instalaciones, intensificar su investigación y desarrollo, y hacer inver­siones en el extranjero. (Hay señales, sin embargo, de que algunas compañías deci­dieron jugar con el mercado, usando sus ganancias para especular y obtener bene­ficios más rápidos).

Los fondos anuales de 1.700 millones representan el 5,4% de la forma­ción de nuevo capital fijo de Taiwan, de unos 30.000 millones en 1989, lo que hace de la Bolsa la tercera fuente más im­portante de capital. El primer puesto lo ocupa la Banca, con sus créditos de más 132.000 millones de dólares a las em­presas privadas, a finales de 1989. La se­gunda fuente la constituyen otras institu­ciones financieras, incluyendo las compa­ñías de crédito, las de seguros y las cajas postales de ahorro, con créditos a las em­presas por valor de 8.300 millones a fines de 1989. El cuarto lugar lo ocupan los bonos corporativos de las empresas pri­vadas, que llegaron en 1989 a 280 mi­llones de dólares.

El mercado bursátil al rojo vivo causó efectos secundarios en la economía y en la vida sociocultural y política. La fiebre de comprar acciones se contagió a todas las clases sociales desde amas de casa, tenderos, trabajadores, funciona­rios públicos, profesores, agricultores y comerciantes. A mediados de 1990 había cuatro millones de personas con cuentas en las casas de corretaje. Aun eliminando las cuentas con nombres prestados, unos tres millones de personas participaban activamente en el mercado bursátil, lo que significa más de un tercio de los 8.300.000 de población activa. En los mo­mentos de auge, casi un millón de personas llenaba las compañías de corretaje todas las mañanas.

Anécdotas corrientes de millonarios en un día produjeron un serio impacto en las actitudes de vida de la gente. Obse­sionados con sueños de riquezas rápidas, muchos perdíeron su autodisciplína ha­ciéndoseles difícil el monótono trabajo diario y los salarios normales. Objetivos materíales inmediatos estaban a la orden del día y este fenómeno creó una seria escasez de mano de obra.

Los que permanecieron en sus puestos vieron cómo la productividad bajaba por culpa de la fiebre de la Bolsa. Está claro que muchos empleados se dis­traían pensando en los cambios de las ac­ciones, y muchos empresarios-grandes y pequeños-tenían reparos en invertir para mejorar sus negocios. Por el contra­rio, ponían su dinero en la Bolsa para ob­tener beneficios rápidos. Hasta cierto grado, la sociedad se transformó por la existencia de un gigantesco casino que influyó en la vida de casi todos.

La mentalidad de hacerse rico rápi­damente estimuló la actividad criminal, apareciendo la violencia como medio de participar en la loca carrera del dinero. El número de crimenes, incluidos asesi­natos, robos, secuestros y chantajes subió de 2.987 en 1987 a 3.836 en 1988 y 5.839 en 1989. La policía dice que más del 60% de esos casos están relacionados con asuntos financieros.

Preocupado con los efectos anor­males de la fiebre bursátil, el Gobierno decidió tomar medidas específicas. El 24 de septiembre de 1988, Shirley Kuo, en­tonces ministra de Hacienda, anunció que a partir del 1° enero de 1989 el Go­bierno restablecería el impuesto sobre las ganacias en transacciones de Bolsa, que había sido abolido hacía doce años. Según la nueva medida, los inversio­nistas tendrían que incluir en su declara­ción de impuesto sobre la renta las gana­cias obtenidas con todas las acciones compradas a partir de enero de 1989, y pagar un impuesto máximo del 50% (en el caso de ganacias por encima de los 128.700 dólares norteamericanos). Para proteger a los pequeños inversionistas, aquellos que vendieran acciones por menos de 110.300 dólares norteameri­canos estaban exentos de impuestos.

Kuo dijo que esta medida era para mantener la justicia social y que reduciría la diferencia entre ricos y pobres. El punto de vista oficial era tratar las ganan­cias de la Bolsa como ingresos normales, y que la exención de impuestos era in­justa para quienes vivían de un salario, ya que constituían el 80% de las entradas del Gobierno en concepto de impuestos sobre la renta.

El anuncio de la nueva medida supuso un fuerte golpe para la Bolsa. Fue un momento delicado, justo cuando había llegado al punto más alto. La res­puesta del mercado fue una continua bajada durante diecinueve días, per­diendo un 36% del valor y cayendo de los 8.789 puntos del 24 de septiembre a los 5,615 del 21 de octubre. Más alar­mante fue la caída del volumen de tran­sacciones del récord de 1.750 millones de dólares, el 24 de septiembre, hasta una cantidad por debajo de los 36,8 mi­llones en octubre. Los inversionistas se opusieron fuertemente a esta vuelta a los impuestos y hubo hasta manifesta­ciones callejeras. Y aun exigieron que la entonces ministra Kuo y el entonces primer ministro Yu Kuo-hua dimitieran. La medida pronto se convirtió en un serio asunto político.

La fuerza política de un gran número de inversionistas fue mayor que la del Gobierno: la cantidad mínima de exención se elevó a los 367.600 dólares por persona, y el impuesto del 0,3% sobre las transacciones se bajó a un 0,15%. Además, como sucedió en la caída internacional de 1987, los bancos estatales, siguiendo órdenes del Ministe­rio de Hacienda, intervinieron en el mer­cado y de nuevo empezaron a comprar largas cantidades de valores bursátiles de primera. Esto provocó un nuevo fuego que fue alimentado por los grandes inversionistas que unieron sus esfuerzos, por fin, Taiex volvió a resucitar. Como en 1987 los bancos estatales compraron unos 260 millones de dólares en acciones para levantar el mercado, provocando duras críticas para el Gobierno, esta vez la acción fue totalmente secreta. Los di­rectores de los bancos hicieron las compras sin publicidad y aún se desco­noce el monto de la operación.

Desgraciadamente, la relajación del estándar para el impuesto creó grandes escapes que virtualmente anularon los efectos del impuesto sobre las ganancias. Los grandes inversionistas escapaban del impuesto dividiendo sus inversiones en cuentas de diferentes nombres, y el volu­men de transacciones continuó su marcha ascendente. Por último, el Go­bierno abolió el nuevo impuesto e impuso otro general del 0,6% a partir del 1° enero de 1990.

A pesar de la carga del nuevo im­puesto con el consiguiente descenso del mercado, la fiebre especulativa no cedió en la primera mitad de 1990. El volumen de transacciones era de una media anual de 550.000 millones de dólares, o un pro­medio diario de 2.600 millones. Este colo­sal volumen produjo 3.000 millones de dólares en ganancias para el Tesoro Na­cional en la primera mitad el año 1990. En el año fiscal de 1990, del 1° de julio de 1989 al 30 de junio de 1990, el Gobierno recaudó 3.900 millones de dólares esta­dounidenses en impuestos a las transac­ciones bursátiles, una octava parte de los 31.000 millones de esa moneda por recaudación total de impuestos.

Pero una creciente desilusión con el mercado, accionario unida a la devalua­ción del Nuevo Dólar de Taiwan y la existencia de oportunidades favorables de inversión en el exteriorz, estimularon una fuerte salida de capital. El flujo de ca­pital neto en los tres primeros meses de 1990 alcanzó los 3.700 millones de dó­lares. Esto se equilibró parcialmente con los 2.000 millones de superávit de la ba­lanza del comercio exterior.

Pero quedó un déficit de 1.900 mi­llones en la balanza de pagos. En los cinco primeros meses de 1990 la salida de capital ya llegaba a los 7.500 millones, y el Banco Central predijo que el conjunto de todo el año 1990 llegaría a los 13 o 15 mil millones. Con un superávit comercial previsto de sólo 8.000 millones, por pri­mera vez en diez años, Taiwan tendrá en 1990 un déficit en su balanza de pagos de unos 5 mil a 7 mil millones de dólares estadounidenses.

Por otro lado, los desanimados in­versionistas están retirando el dinero de sus cuentas corrientes, que antes usaban para las transacciones en Bolsa, y lo están depositando en cuentas fijas de alto interés. En mayo de 1990, la cantidad de dinero de las primeras había descen­dido en 801 millones de dólares durante los últimos doce meses. Este fenómeno y la salida de capital son responsables en gran parte de ese 3,4% de caída en el cre­cimiento del suministro de dinero en mayo, la tercera caída en los últimos meses.

El mercado accionario está ahora vi­siblemente apagado, sobre todo porque muchos inversionistas se han dado cuenta de que la economía de Taiwan está en un estado más de confusión que de encantamiento.

En realidad, la economía ha crecido un 6,7% durante el primer semestre de 1990, pero si eliminamos la dudosa con­tribución de la Bolsa, que ni aumenta bienes ni mejora la calidad total de vida, el crecimiento real ha sido sólo de un 5%. (La contribución del mercado de acciones se basa en las comisiones de los corredores y las recaudaciones de los im­puestos sobre transacciones). La produc­ción industrial ha descendido en un 2,4% en el mismo período, mientras que las exportaciones, medidas en dólares de Taiwan, han caído un 4,5%.

Las consecuencias de la caída de la Bolsa son amplias. Cuando los precios bursátiles comenzaron a bajar, muchos inversionistas compraron aún más, espe­rando vender rápido cuando volvieran a subir. Pero la recuperación no se produjo y se encontraron cada vez en mayores di­ficultades a medida que el índice seguía bajando. Según una encuesta Gallup para una compañía de corretajes de Taiwan hecha a 1.214 inversionistas del área de Taipei a mediados de 1990, un 54% de los encuestados había perdido dinero en el total de sus inversiones en Bolsa.

Como existen más de cuatro mi­llones de cuentas de valores bursátiles, la quiebra de muchas fortunas personales ha causado un efecto profundo en el con­sumo, enfriando negocios como el inmobiliario, la compra-venta de autos y los restaurantes. De hecho, muchos fabricantes de automóviles de Taiwan han tenido que suspender sus operaciones en la mitad de 1990 para reducir sus enomes existencias.

Muchas compañías, que habían lo­grado buenas ganancias en la Bolsa en el pasado, están con problemas económicos al tener su capital atrapado en el mer­cado. Un grupo de compañías con ac­ciones en la Bolsa tiene dificultades para conseguir dinero del mercado y no puede financiar sus proyectos de inver­sión. Además, casi todas las 400 casas de corretaje están sufriendo un período de recesión.

Más preocupante es el impacto en el sistema financiero. Varias cooperativas de crédito están fuertemente involu­cradas en el financiamiento de inver­siones en la Bolsa de compañías y parti­culares, y otras instituciones financieras han dado créditos a acreedores que han puesto este dinero como garantía subsidiaria.

Además, a fines de abril de 1990, dis­tintas instituciones monetarias y finan­cieras de Taiwan habían sacado al mer­cado casi 5.900 millones de dólares nor­teamericanos para comprar acciones. La situación ha llevado a urgentes peticiones de intervención del Gobierno para impe­dir el colapso total de la Bolsa y así evitar una ruptura financiera seria del sistema económico.

En la mitad de 1990, los presidentes de las tres grandes asociaciones de em­presarios -La Asociación Nacional China de Industria y Comercio, la Federación Nacional China de Industrias, y la Cámara General de Comercio de la Re­pública de China- se unieron para pedir al primer ministro Hau Pei-tsun que adoptara medidas efectivas para salvar la Bolsa, incluyendo reducir el máximo permisible de caída diaria de un valor (ahora está en un 7% tanto para la baja como la alza), disminuir las reservas exi­gidas por los bancos, recortar los im­ puestos sobre las transacciones y mante­ ner la estabilidad del cambio del dólar de Taiwan.

Pero el Primer Ministro rechazó la reducción de los impuestos sobre tran­saccciones, argumentando que era una tasa razonable y que ayudaba a las inver­siones a largo plazo. Dijo que el objetivo primario del Gobierno era crear un mer­cado de valores sano, eliminando los ne­gocios internos, ampliando el ámbito del mercado, liberalizando el margen de co­mercio y venta a corto a plazo, y fortale­ciendo la función de la Comisión Regula­dora de Valores y Cambios de la Bolsa de Taiwan. También señaló que era inútil sostener el mercado mientras no tuviera una estructura básica sana.

Wang Chien-shien, el nuevo mi­nistro de Hacienda, también ha reiterado la no intención del Gobierno de reducir los impuestos sobre transacciones, di­ciendo que es un instrumento de ayuda para un mercado ordenado. Señaló que no es bueno que las ganancias de un día de un especulador sean las mismas que las de un empresario serio. Wang dijo que, según las experiencias anteriores, cualquier reducción en los impuestos sólo tiene resultados positivos durante unos pocos días. Y añadió que para crear un mercado sano, el Gobierno permitirá primero que las casas de crédito ya exis­tentes amplíen su ámbito de operaciones y después aprobará el establecimiento de nuevos fondos.

El fin de crear condiciones más favo­rables para el crecimiento de inversio­nistas institucionales es reducir el número de inversores individuales, que ahora constituyen el 90% de todas las transacciones. Wang señaló que los in­versionistas individuales son más vulnerables a los rumores y caen fácilmente en manos de los especuladores, lo que contribuye a la inestabilidad del mer­cado. El ministro favorece una política que permita a las compañías generales de seguro hacer transacciones marginales y ventas a corto plazo, y tiene intención de fortalecer el papel de supervisión de la Comisión Reguladora de la Bolsa.

Siguiendo esta política del ministro, la Comisión permitió el 28 de junio que cuatro de las ya existentes compañías de inversión en Bolsa emitieran nuevos fondos a plazo fijo por valor de 184 mi­llones de dólares cada una. Antes, las cuatro compañías habían emitido varios fondos de crédito (con un valor total de 1.600 millones de dólares) con el fin de solicitar dinero para inversión en Bolsa. El 5 de julio, la Comisión Reguladora anunció que pronto permitirá a compa­ñías extranjeras invertir en la Bolsa de Taiwan. Actualmente, los inversionistas extranjeros sólo pueden entrar en el mer­cado comprando certificados de fondos de crédito de inversiones de ultramar, los cuales están controlados por las cuatro existentes compañías de inversión en Bolsa. Estos fondos alcanzan ahora un valor de 206 millones de dólares.

Además, el Gobierno está pensando la posibilidad de permitir que el fondo de retiro de los trabajadores, por un valor de mil millones de dólares, se invierta en la Bolsa. Los funcionarios también están considerando si el fondo para ga­rantías por posibles debería ser autori­zado en el mercado accionario de Taiwan. Aparentemente, el punto de vista oficial es que la declinación del mer­cado en el primer semestre de 1990 fue una corrección natural ante los exhorbi­tados precios de las acciones en el pasado. Así, la sabiduría convencional indica que la caída puede ayudar a aliviar los serios efectos secundarios que la fiebre de la Bolsa causó en la sociedad y en la economía.

La experiencia pasada ha enseñado a los planificadores oficiales una dura lec­ción: si intervienen en un mercado accio­nario en baja se corre el riesgo de reavi­var el fuego de la especulación; si inter­vienen en un mercado en alza, provocan la fuerte protesta de los inversionistas. Consecuentemente, el papel apropiado del Gobierno en el mercado bursátil parece ser el mantenimiento del orden y de un ambiente sano, mientras guarda una estricta neutralidad sobre el nivel de los precios de las acciones, dejando a las propias fuerzas de oferta y demanda del mercado que determinen tal nivel.

Durante tres años, la Bolsa ha sido el centro de la vida diaria para más de tres millones de personas. Llegó a ser la fuente de su felicidad, sueños, ansie­dades, frustraciones, penas y miedos. Ahora la atmósfera de casino está cam­biando hacia una más racional compren­sión de cómo funciona un mercado bur­sátil moderno. La sacudida financiera continúa todavía, pero la Bolsa pronto tendrá una base más firme y más sana. Cuando esto llegue, el difícil trabajo del desarrollo económico, que ha sido des­cuidado por muchos durante bastante tiempo, podrá volver a su camino.

(Philip Liu es Editor en Jefe de Bu­siness Taiwan, un semanario en inglés pu­blicado en Taiwan). □

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