04/05/2024

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Taiwán Hoy

Raíces chinas en las culturas indígenas de América

01/11/1987

Perdidos en medio de la inmensidad del tiempo se encuentran rastros que indican la posibilidad de un común ancestro entre las culturas indígenas de América y la milenaria cultura china. Sus sorprendentes similitudes no dejan de asombrar a los investigadores y antropólogos; a la vez que estimulan a posteriores estudios para tratar de comprender más esos valores históricos y culturales.

Es frecuente decir en español que es un “cuento chino” cuando algo descrito raya en lo inverosímil o suena como obra de la fantasía. Sin embargo, muchos cuentos chinos resultan ser reales a pesar de lo inverosímil que pueda parecer su contenido. El intentar hacer un recuento de las raíces chinas en las antiguas culturas indígenas de América puede llegar en ciertos momentos a parecer fantástico o increíble, pero no es de ninguna manera otro “cuento chino” más. Por el contrario, debe ser una pieza de valor histórico-antropológico que deben atesorar nuestros pueblos.

Desde hace mucho tiempo, los intelectuales han reconocido las múltiples similitudes que existen entre los rasgos fisonómicos y culturales de los indios americanos y los pueblos del Lejano Oriente. Entre la diversas hipótesis que existen acerca del origen del hombre americano, casi toda concluyen que tuvo un origen asiático.

La clásica hipótesis de las migraciones prehistóricas del hombre por el Estrecho de Bering y su eventual asentamiento en el Hemisferio Occidental se ve ahora reforzada y contendida a la vez por nueva hipótesis con igual o mayor volumen de argumentación.

Dentro de este escenario de intensos debates académicos, las trayectorias histórico-culturales del pueblo chino nos presentan sorprendentes revelaciones que aparte de maravillarnos, nos proporcionan nuevas posibles claves para entender mejor el enigma del origen del hombre americano.

El enigma del hombre americano, a pesar de no haber sido suficientemente aclarado hasta ahora, sin embargo nos revela ciertos aspectos que prácticamente son indiscutibles. La teoría del origen autóctono del hombre americano ha probado ser simplemente producto de un impulso emocional nacionalista. Muchas otras teorías también están similarmente motivadas. Por ejemplo, el norteamericano Osman Hill intenta demostrar con una sencilla autopsia hecha a un cherokee que los indios norteamericanos no poseen rasgos anatómicos propios de “amarillos o negros”. Todas estas teorías no fueron capaces de resistir la crítica y oportunamente fueron descartadas por insostenibles.

La tesis propuesta por el antropólogo norteamericano Ales Herdlicka sobre el paso de grupos raciales de origen mongoloide a través del Estrecho de Bering es uno de los esfuerzos explicativos en torno al origen del hombre americano que ha resistido los procesos de refutación en su contra.

Se ha querido descartar dicha tesis argumentando ciertas aparentes diferencias antropológicas entre el hombre americano y sus antecesores asiáticos. Aquellos que han presentado tales polémicas parecen desconocer el hecho que existe una gran diversidad étnica en los pueblos que habitan el extremo oriental de la masa continental euro-asiática.

Tomando el caso de China, observamos que dentro de su complejidad étnica hay variaciones desde mongoloide tipo “achocolatado” hasta caucasoide de taz blanca. Incluso en Japón encontramos variaciones étnicas tan diferentes como la de los Aínus, considerado antropológicamente de raza arcaica.

Los aínus, de cuerpo fornido, muy velludo, con cabellera enmarañada y barba larga, constituyen un pueblo que poseen características muy similares a las de los indios americanos. En su religión, los aínus creen en el Gran Espíritu, al que consagran una fiesta en que se sacrifica un oso. Su idioma tiene rasgos muy similares con ciertas lenguas americanas indígenas, siendo de tipo aglutinante.

Esta diversidad étnica del hombre asiático ayuda a comprobar y sustentar la validez de la tesis de Herdlicka. Se ha de suponer que hubieron sucesivas corrientes migratorias hacia el continente americano que llevaron diferentes rasgos genéticos y grupos sanguíneos que con el tiempo se entremezclaron y dieron lugar también a la heterogeneidad física del hombre americano.

Es obvio que el Estrecho de Bering no fue el único “puente geológico” utilizado para poblar el continente americano en tiempos inmemoriales.

El etnólogo francés Paul Rivet hizo novedosas aportaciones en torno al origen del hombre americano. Rivet sostuvo que la posibilidad de migraciones cruzando el Pacífico, específicamente el transpacífico sur y la Antártida. Según él, elementos de raza “oceánico-australoide” habrían llegado al continente americano navegando a través de sus frágiles piraguas.

La tesis de Rivet no está carente de sustentación. Recientes estudios conducidos por antropólogos han revelado una correlación entre las enormes estatuas de piedra en la Isla de Pascua, cercana a la costa chilena, con similares estatuas de piedra en otras islas de la Polinesia y Micronesia.

La posibilidad de corrientes migratorias a través de la vía del Pacífico va sustentada por relatos chinos antiguos que describen embarcaciones pesqueras que salieron en dirección hacia oriente que nunca retornaron.

Las migraciones por estas dos principales vías de acceso seguramente poblaron la vastedad del continente americano, y dejaron huellas claras que confirman su patrimonio oriental. China, siendo el único pueblo en el mundo que ha conservado virtualmente intacta su milenaria tradición cultural, está en posición de dar luces a este interesante enigma.

A pesar de la vastedad geográfica que impone el inmenso Pacífico, han existido desde tiempos remotos ciertas tradiciones en China que parecieran indicar que los chinos ya conocían de la existencia del continente al extremo oriental de este océano, mucho antes que Cristobal Colón lo “descubriera” formalmente. Por ejemplo, hay un antiguo poema chino de autor anónimo que dice:

Cuando el sol sale
en la tierra de Fu Sang,
Allí está mi hogar.
En busca de fama y riquezas,
he llegado a la tierra
de las flores eternas.

Al referirse a Fu Sang, el autor debió acordarse de un viaje a ese lugar o a una extraña historia que encontramos en los Anales de la dinastía Liang

Los historiadores de la corte de los emperadores de la dinastía Liang (período histórico de gran conmoción en China conocido como período de las Dinastías Norte y Sur, que dura del año 420 a 618 de la era cristiana. La dinastía Liang tuvo una corta duración.) fueron encargados por el Emperador a una titánica misión: compilar toda la historia conocida hasta aquel entonces, tanto nacional como “extranjera”. La empresa, que duró del año 502 al 556 D.C., culminó con una enorme colección de 230 volúmenes, denominándosele Anales de la dinastía Liang (Liang Shu). En el tomo 54 de dicha obra, en lo que se refiere a la historia de los pueblos extranjeros, encontramos la interesante descripción de un viaje a las legendarias tierras de Fusang.

Describe el relato que para el año 499 llega a Ching chou un joven monje de nombre Hui Shen, quien informa haber retornado de un largo viaje al Reino de Fusang, situado a 20.000 lis (unas 7.000 millas) al este de Tahan, es decir al este de China.

Dicen los Anales que durante el año 458, cuarto año del reinado Tai-an del emperador Wen Cheng de la dinastía Wei, Hui Shen, monje budista de 24 años de edad, emprendió un viaje en companía de otros cinco monjes del Estado de Chiping (hoy conocida como la Cachemira). Tras llegar a la costa septentrional de China, se embarcaron en una nave que siguió la corriente ecuatorial cálida del Pacífico norte, pasando por el Japón, las islas Kuriles y las Islas Aleutianas hasta llegar a las cálidas costas de Fusang.

Lo que Hui Shen denominó como Estado de Fusang corresponde mentalmente a lo que sería hoy la costa de Cali­fornia y México. Viajando siempre en dirección este, guiado por ese invento que ya conocían los chinos: la brújula; se llega precisamente a la costa occidental de Norteamérica. Debe tenerse en mente que las Kuriles y las Aleutianas ya eran conocidos en aquel entonces por los pescadores chinos.

Hui Shen y sus compañeros de viaje denominaron aquel paraje como el Estado de Fusang, debido a que allí abundaba una planta denominada precisamente fusang La descripción de dicha planta por los chinos corresponde a los siguientes términos: “árbol mitológico cuyas hojas se parecen a las de la Aleurites cordata, con frutos semejantes a las peras pero de color rojo, y los retoños, a los brotes de bambú”. Esta descripción corresponde bastante bien a la del henequén, planta muy común en las costas de California y regiones desérticas.

Los viajeros hicieron una larga travesía, sufriendo toda clase de peligros y dificultades. En los registros históricos se detallan que Hui Shen y sus compañeros se dedicaron en parte a predicar la religión y por otro lado hicieron investigaciones en torno a la geografía, costumbres y otras características de los lugares visitados.

Al respecto, Hui Shen nos describe al pueblo que habitaba aquella tierra extraña como un pueblo bastante humano y civilizado, “considerando que no eran chinos”. En otras palabras, no había llegado a un reino bárbaro, como solían describir los chinos de antaño a los pueblos que tenían costumbres muy distintas a las chinas.

Sobre sus características, el monje chino dice que “no tienen armas, ni armadura, ya que son pacíficos”. “No tienen tropas, ni hacen guerra, edifican casas de madera y las ciudades no están amuralladas”. Obviamente, Hui Shen estaba pensando en la realidad china de esos entonces. Por eso, al describir a los habitantes de Fusang, los notaba sumamente pacíficos en disposición.

También nos describe el monje que “tenían un modo de escritura y hacían papel de la corteza del fusang”, también “confeccionaban ropas y habían domesticado una variedad de ganado con enorme y ramificada cornamenta”. En estos dos aspectos, tal vez Hui Shen estaba refiriéndose a los famosos códices que dejaron los mayas. Y el ganado extraño, tal vez eran venados.

Otras características que notó Hui Shen de ese pueblo que había descubierto eran: “No tienen hierro, pero si oro y plata, los que no valoran mucho”, “no se cobran impuestos ni se confiscan haberes”, y “después de casarse, el matrimonio se establece en la casa de la esposa... ”. Todas estas características concuerdan con aquellas muchas sociedades indígenas de la América precolombina. No olvidemos que debido a su desinterés por el oro, se despertó la codicia por el oro entre los primeros conquistadores españoles. El matriarcado fue común en ciertas épocas y aun persiste en ciertas tribus amazónicas.

Hui Shen retornó después de haber pasado considerable tiempo en esas tierras extrañas para él, y que con todo seguridad eran tierras americanas. Es posible que con él hayan venido a China algunos indígenas de aquel entonces, ya que durante el reinado Pu Tung del emperador Wu-ti de la dinastía Liang se afirmaba que “de allá (Fusang) llegaron hombres virtuosos”.

Este interesante relato pasó desapercibido entre los círculos intelectuales de occidente por muchos siglos. En 1716, un sinólogo francés, J.M. de Guignes, tras haber estudiado en forma crítica los Anales, hizo una traducción de los antiguos documentos que narraban el viaje de Hui Shen y formuló por primera vez la tesis de que los “chinos fueron los primeros en descubrir lo que hoy es América”. Sus interesantes hallazgos fueron publicados por la Academia francesa en una obra titulada: Recherches sur les navigations des Chinois du côte de l'Amérique.

Las revelaciones del sinólogo francés asombraron a la Europa culta. El mundo científico estaba estupefacto. “América fue descubierta novecientos años antes de Cristobal Colón, y por un chino”, llegó a exclamar un académico incrédulo.

Pocos creyeron en esos entonces que eso fuera posible. Pocos podían concebir en su mente que los chinos tuviesen suficientes conocimientos sobre navegación y los mares como para poder ir tan lejos. Pero hubieron algunos eruditos que si creyeron, y muchos fueron criticados como románticos.

Uno de ellos, el famoso sinólogo alemán Karl Frederick Neumann no sólo llegó a la conclusión que el viaje de Hui Shen era verídico, sino que afirmó que Fusang era precisamente México, en algún lugar próximo a la actual ciudad de Acapulco.

Otro autor, el intelectual iconoclástico inglés Edward Payson Vining, en su obra The Inglorious Columbus, asegura que Hui Shen navegó o flotó a la deriva en las corrientes de los mares del Pacífico norte. Pasó por las Kuriles y las Aleutianas para llegar a las frias costas de Alaska y seguir bajando hasta llegar finalmente a las cálidas costas de México. Vining indica que por milenios han viajado de esta manera muchas frágiles barcazas y dicho viaje no era sino otro más.

Los debates en torno a este relato tuvieron mucho auge con autores en pro o en contra. Se llegó hasta poner en ridículo al pobre monje, diciendo que no había sino llegado a alguna isla japonesa remota.

El historiador norteamericano con­ temporáneo Charles Chapman, en su libro A History of California, dedicó un capítulo completo para describir la presencia de los chinos en las costas californianas en la antigüedad. Al respecto, Chapman dice: “Los primeros exploradores de China no sólo cruzaron el océano, como lo hizo Hui Shen, sino que dejaron huellas indelebles en las culturas americanas nativas. Por eso, las similitudes entre las viejas religiones mexicanas y el budismo antiguo son muchas y sorprendentes”.

Y las similitudes son realmente demasiadas para ser consideradas como meras coincidencias. No sólo en el campo religioso, sino también en hábitos, simbolismos y otros aspectos.

En el campo de la religión encontramos asombrosas similitudes y paralelismos, especialmente entre los pueblos de origen azteca-mayas. Veamos a continuación algunos ejemplos:

-La diosa maya de la luna, Ixchel es representada en estatuillas con su compañero, un conejo. La figurilla, aparte de tener facciones orientales, es sorprendente debido a que en la mitología china, la diosa que habita la luna es Chang-O y su compañero es: “precisamente un conejo”. ¿Coincidencia?

-Si bien casi todos los pueblos antiguos llegaron a adorar dioses relacionados con los fenómenos naturales, es interesante mencionar el caso del dios del trueno y la lluvia de los mayas -Tlaloc. ¿Dónde se origina su nombre? En chino antiguo, el trueno era denominado Ta lueh y la lluvia era Loc shui. ¿Sería la combinación de la abreviatura de ambos fenómenos lo que daría este peculiar nombre a la temida deidad?

-Incluso en nuestros días podemos ver a los indígenas maya-quichés de Guatemala haciendo complicados ritos en honor a sus antepasados en el Día de los difuntos. Entre sus ritos sobresalen las ofrendas de licor y comida a los antepasados, lo cual aun prevalece dentro del pueblo chino hasta nuestros días.

-Los ritos de purificación por el fuego, que aun se pueden ver en fiestas religiosas con puro acento pagano­-cristiano, son similares en una y otra parte. El caminar sobre el fuego entre los indígenas descendientes de los mayas es también característico en las fiestas religiosas chinas. El fuego como elemento de comunicación entre el mundo material y el otro mundo es común entre las culturas indígenas de América y la cultura china. Tal es así que los indios suelen quemar pedazos de papel y madera a sus antepasados, tal vez en lejana reminiscencia de la tradición china de quema de papel moneda votivo para los difuntos.

En el campo de las costumbres, resalta el valor y uso que tiene el jade entre las dos culturas. El jade, nombre con que se conoce una variedad de piedras semipreciosas, incluyendo la jadeíta, nefrita, crisolita, diopsida y aventurina; ha sido extensamente utilizada desde tiempos inmemoriales por los chinos y los pueblos americanos. No resulta sorprendente el uso del jade, sino la similitud de valores y simbolismos que ambas culturas han dado a esta singular piedra.

Los chinos consideraban que el jade era un amuleto que contrarrestaba cualquier mal y por eso procuraban tener siempre un pedazo de jade consigo, inclusive después de muerto. Los chinos creían que piezas de jade incrustadas en los orificios del cadáver evitaban que éste se pudriera. Los indígenas de Centroamérica enterraban a sus muertos con piezas de jade, precisamente con ese mismo propósito. ¿Moda de la época?

Para cumplir con los exigentes ritos funerarios, los chinos confeccionaban elaboradas máscaras de jade que eran colocadas sobre la cabeza del occiso. En excavaciones de tumbas mayas se han encontrado también tales máscaras, con una ¡asombrosa similitud expresiva!

Los chinos y los mesoamericanos llegaron a la conclusión, tras haber llevado consigo piezas de jade, que era indestructible y representante de la eternidad. Piezas desenterradas en diversos sitios de América Central muestran una sorprendente similitud con piezas de jade de la dinastía Han (206 a.C.-220 d.C.) en China.

El jade, o más específicamente la jadeíta, también tenía propiedades medicinales en ambas culturas. Los chinos, al igual que los mayas, mezclaban jade en polvo con agua como una panacea para todos los males. Ambos pueblos consideraban que el jade fortalecía el cuerpo humano y prevenía contra la fatiga. Creían además que si se tomaba jade en polvo momentos antes de morir, el cadáver se tardaría más en descomponerse.

Estos y muchos otros ejemplos pueden servirnos tal vez para demostrar que los chinos tuvieron alguna relación con los pueblos que habitaron el Hemisferio Occidental mucho antes que llegará Colón. Si hubieran sido más persistentes, tal vez hubieran sido los chinos quienes dieran la bienvenida a los conquistadores españoles. Y ciertas anécdotas parecen indicar que algo hubo de eso.

El historiador naval norteamericano Maurice Holmes descubrió en la Colección Navarrete del Museo Naval de Madrid, una crónica histórica y de viajes en California. La crónica narra de “barcos exóticos con proa en forma de pelícano” en la desembocadura del río Colorado en 1540, durante la expedición de Coronado. ¿Navíos chinos?

En archivos españoles también consta que en 1573, el fraile franciscano Juan de Luco “avistó ocho naves de velas extrañas” en la costa occidental mexicana de Tepic. ¿Juncos y sampanes? No debe descartarse la posibilidad de familiaridad con las aguas americanas entre los exploradores chinos.

Las reliquias arqueológicas en muchos países latinoamericanos deberían ser re-estudiadas con una fuerte base cultural china para encontrar más pruebas de esas pérdidas raíces chinas en las culturas indoamericanas.

En Mesoamérica abundan las muestras de toponimias con raíces chinas. En este sentido, es preciso hacer algunas observaciones en torno al estudio del lenguaje chino en todos sus aspectos y su correlación con el significado toponímico. Los siguientes aspectos deben ser tomados en cuenta:

1) El lenguaje chino propiamente dicho está compuesto por varias decenas de dialectos principales y una interminable cantidad de derivaciones secundarias con sus respectivos regionalismos. El factor unificador lo constituye la lengua escrita que es válida para todos los dialectos de origen Han.

2) El lenguaje antiguo que se hablaba en China difiere enormemente del lenguaje hablado moderno, por lo que su pronunciación podría ser bastante diferente en sus versiones antigua y moderna. El Hakka ha sido considerado como un dialecto de origen primitivo que eventualmente evolucionó a varios dialectos contemporáneos.

3) La traducción de la pronunciación original del nombre del lugar varía según la procedencia del traductor. Es decir, no lo escribiría de la misma manera un traductor hispanoparlante que uno germanoparlante o angloparlante.

4) La versión hablada original en las lenguas indígenas puede haber variado con el paso del tiempo, como ocurre con todas las lenguas, en donde el uso y la costumbre readaptan vocablos originales por versiones más actualizadas.

A pesar de todas esas limitantes, aun podemos encontrar muchas correlaciones linguísticas con el lenguaje chino en la toponimia centroamericana. Veamos algunos ejemplos:

-CULHUACAN, la primera ciudad de los toltecas, fundada por el Rey Mix­ cóalt en el siglo nueve. Su significado en nahuatl es “colina tortuosa ”. En chino: Ku Hua Kang quiere decir “colina o cerro truculento”, en otras palabras, nada recto y lleno de recodos que hacen difícil transitar por allí. ¿Eran los toltecas personas que habían emigrado desde China y aun se recordaban de dar tales nombres? Veamos más, para convencernos más de la existencia de raíces comunes entre estos pueblos tan distanciados geográficamente.

-TEOTIHUACAN, el conocido sitio ceremonial, denominado “Lugar de los dioses” que se encuentra cerca de la actual ciudad de México. En chino, la traducción sería Tien Ti Hua Kang, que literalmente significa “Colina de los reyes del cielo y la tierra”. No hay que olvidar que en la mitología china, los dioses eran seres de origen mortal que eventualmente alcanzaban la inmortalidad. Y los reyes eran considerados descendientes del cielo.

-TLAXCALA, “lugar del pan”, situada en la región central de México y famosa porque sus habitantes lucharon junto a Hernán Cortés en contra de los aztecas. En el lenguaje coloquial chino antiguo, Kolok o Kalak significaba "esquina", y comer en chino tiene una tal variedad de pronunciación que varía de lugar a lugar, en mandarín se pronuncia Chih, en fukinés Tchiak, en ciertos dialectos cantoneses Hiat o Hiax, etc. Es muy probable que el nombre de Tlaxcala tuviese inicialmente un significado similar a "esquina de la comida".

-CHICHEN ITZA, el lugar donde se realizaban los sacrificios y rendían culto a los dioses, situado en la Península de Yucatán. Chi-sheng en chino significa “hacer ofrendas a los dioses, propiciar un sacrificio a los dioses”. ¿Otra coincidencia? Además, Tzi quiere decir templo en Hakka y en chino antiguo.

Otros ejemplos sobresalientes los encontramos en la propia lengua Nahuatl, así tlán, terminación muy común en las toponimias toltecas y aztecas, posiblemente se originó de tán, término chino que quiere decir “lago, laguna o cuerpo de agua lacustre”.

Y la misma denominación de su lengua, Nahuatl, podría provenir del chino Na Hua, que quiere decir “esa lengua” o “la lengua”. Es interesante notar que los toltecas y aztecas denominasen su propia lengua con tal nombre. ¿Reminiscencias de su pasado patrimonio oriental? Por otra parte, las isletas que usaban los aztecas para sus siembras en forma de canales, se les denominaban chinampas. En China y otros países del Asia se acostumbra a sembrar en una forma similar a través de los ya conocidos campos enterrazados.

En más de una ocasión, los arqueólogos han quedado maravillados al encontrar reliquias que pertenecen a la antigüedad china entre vestigios indígenas en Mesoamérica. En México, por ejemplo, se descubrió una buena cantidad de estelas y tallas con enorme similitud con piezas similares en China. Incluso se han encontrado monedas antiguas, hechas de cobre y conocidas como “sapecas”. En cierta ocasión se encontró un cofre de piedra que contenía una antigua estatuilla de arcilla. La imagen y el traje de la estatuilla corresponden precisamente al estilo característico de la Edad Media en China. Un recorrido por los museos de la Ciudad de México nos puede ilustrar más al respecto.

Todo esto también hace llegar a la memoria una gran estela monolítica de los mayas que data del Siglo VI, donde están inscritos los anales de ese pueblo, y donde se destaca el diseño de algunos ¡dragones! Este objeto patentiza la influencia de la cultura china antigua en dicha región.

Las similitudes entre las culturas indoamericanas y la cultura china no sólo se limita a Mesoamérica. En Sudamérica también encontramos abundantes ejemplos de asombrosas similaridades entre estos pueblos tan distanciados geográficamente.

Para comenzar, la misma mitología incaica y el origen del Inca en sí tiene una innegable correlación con la cultura china. El mito del Lago Titicaca, virtualmente considerado cuna de la civilización incaica nos revela una sorprendente similitud entre la expresión toponímica y el significado que encierra la leyenda. Dice la leyenda que Inti, el dios del sol de los Incas, sitiendo pena por la barbarie en que vivían los hombres primitivos, decidió enviar a sus dos hijos a la tierra. Allí los envió a una isla en medio del lago y les repartió ambas mitades para que allí buscasen un sitio en que radicarse y crear un imperio civilizado. Así, se denominó al lago con el vocablo Titicaca, que ha sido interpretado como una onomatopeya de algún sonido. Sin embargo, el origen toponímico tal vez tenga que ver más con la leyenda descrita y posiblemente derivó del chino. En lenguaje chino, Titi significa hermano menor y coco, hermano mayor. La leyenda del lago de los dos hermanos, Titicaca, puede tener ahora una explicación más lógica.

El vasto imperio que crearon estos dos hijos del sol, el imperio inca que tanta admiración ha causado en todo el mundo, era denominado por los incas como el Tahuantisuyu. Para seguir asombrándonos, hay una impresionante similitud homofónica con el término chino Ta Huang-ti so yiou, que en el dialecto de Chekiang es precisamente Ta Huang-ti so yiou, y que significa “Las propiedades del gran emperador”.

El Tahuantisuyu estaba dividido en cuatro regiones correspondientes a los cuatro puntos cardinales. Una de esas regiones, el Chinchaysuyu, consideraba como la principal, corresponde también homofónicamente al término chino Chin-chia so yiou o en el dialecto de Chekiang: Chin-chia su-yu, que quiere decir “propiedades de la familia de los suegros”. Los otros tres suyus debieron corresponder a otros miembros de la familia real.

Las normas de conducta de los incas que eran sencillas: ama súa (no robes), ama llulla (no seas holgazán) y ama quella (no engañes); tienen mucha semejanza con las tres virtudes chinas que han regido en el pueblo chino desde la antigüedad. Ser honesto, ser diligente y ser sincero. Además, ama, vocablo quechua que denota negación, tiene parecido con a-mo, que en chino coloquial antiguo significaba precisamente ¡no!

Como los incas carecían de un alfabeto o forma de escritura, mantenían un registro de sus sucesos más importantes en un complicado sistema de nudos que hacían en una cuerda especial denominada quipu. En la antigüedad china existió también un semejante sistema de registro antes del invento de otros medios de registro. Y el término quipu posiblemente se originó del chino antiguo ki-pu o qui-pu, que quiere decir “libro o cuaderno de registros”. En China, el término “libro” ha sido usado para cualquier instrumento que sirva para documentar algo, indistintamente del material o forma en que esté confeccionado.

Por otra parte, se descubrió en Perú una antigua estela con los caracteres chinos Tai Sui esculpidos. Tai Sui es un dios de la mitología china que corresponde al Zeus de los griegos. La estela es conocida ahora como la “estela Tai Sui” y se exhibe en el Parque Arqueológico Nacional del Perú.

En el Ecuador, se desenterraron monedas pertenecientes a la dinastía Han acuñadas durante el reinado de Wang Mang (años 9 a 25 d.C.) y se hallan en exhibición en el Museo Nacional de dicho país. También en Bolivia se han hallado objetos tallados con inscripciones en chino.

Algunas costumbres y relatos mitológicos sudamericanos tienen también mucha similitud con aquellos de China. La creencia del jaguar que intenta comerse al sol durante una eclipse persiste también en la antigüedad china. Lo mismo que la práctica común para tratar de ahuyentar el jaguar. Tanto los indígenas sudamericanos como los chinos de la antigüedad gritaban y hacían sonar objetos durante los eclipses solares, en un esfuerzo para ahuyentar la bestia que, según ellos, trataba de tragarse el sol.

También en la región centro-andina encontramos de nuevo los complicados ritos funerarios que persisten hasta nuestros días en China. Las elaboradas ceremonias y el culto a los antepasados son comunes entre los pueblos andinos y el pueblo chino. También los indígenas de la región centro-andina acostumbraban a enterrar sus muertos con diversos objetos para la otra vida. Y les colocaba un pedazo de oro, así como piedras de color blanco para evitar la descomposición.

Incluso entre otras etnias indígenas más alejadas, como sería en el caso de los guaraníes, podemos hallar ciertas si­ militudes en su lenguaje hablado. En guaraní, kuñataí quiere decir serñorita, y en chino antiguo kuñiang significaba precisamente lo mismo. Pora-ite significa en guaraní “muy hermoso”, que en chino se diría piao-liang de. Una de las tres formas radicales en guaraní para el vocablo carne es ro'o y precisamente en chino se dice ruo.

Sería interminable la lista de similitudes tanto expresivas como tradicionales entre la cultura china y las culturas precolombinas de América. Todo esto demuestra una cosa, seguramente ya se habían establecido contactos culturales entre China y los pueblos americanos mucho antes que Cristobal Colón descubriera el nuevo continente. Y no olvidar que Colón llegó al nuevo mundo obsesionado por encontrar una nueva ruta a Catay, la China legendaria. Por eso aseguraba que había llegado a Cipangu, nombre como se conocía al Japón en aquel entonces, al tocar suelo en la isla de Guanahaní. Y denominó con soberbia autoridad a la primera raíz que vió con usos medicinales entre los indios como “ruibarbo de China”.

Resulto obvio que todo esto no es un “cuento chino” sino una crítica reevaluación de las raíces chinas en civilizaciones que se han perdido en el misterio, junto con el misterio de su relación con una de las más antiguas civilizaciones del mundo. □

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