06/05/2024

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¿Menos de quince años de vida para Hong Kong?

06/03/1985
Por Juan Carlos Pedemonte
EL PAIS, Montevideo Uruguay, 16 de noviembre de 1983

A un mundo convulsionado por todo tipo de conflictos internacionales como es el de nuestro tiempo, le aguarda a muy corto plazo, la solución de un espinoso problema, como lo constituye el del destino de Hong Kong.

Además del carácter de excepcionalidad del tema, la complejidad de los intereses políticos y económicos que el mismo involucra y las implicaciones de naturaleza humana que contiene, el caso indudablemente habrá de plantear una situación por demás difícil.

Si nos atenemos al texto del Tratado fírmado en 1899 -entre los plenipotenciarios de la reina Victoria, quien llevaba ya 62 años en el trono y entre quien sería el último gobernante de la dinastía Ching en el Celeste Imperio, destinado a desaparecer una docena de años más tarde, a la medianoche del 30 de junio de 1998- Hong Kong británico volverá a ser parte de China Continental.

Cuando en los lejanos años finiseculares se negoció y se firmó el Tratado, Hong Kong no era más que una aldea de pescadores habitada por unos cuantos miles de nativos.

Al llegar la hora de la transferencia, sus pobladores serán para entonces, no menos de seis millones de personas en un pequeño territorio que tiene una superficie diez veces menor que nuestro departamento de Flores, pero que encierra riquezas comerciales e industriales superiores a las de muchos países importantes, ocupando uno de los primeros puestos como lugar de atracción turística en el mundo y que dispone de uno de los mejores complejos hoteleros universales.

Y si bien aquellos nativos se multiplicaron con el crecimiento vegetativo, más de tres millones de sus actuales moradores son chinos prófugos de su madre patria. Huyeron del maoísmo y ahora habrán de ser devueltos como tropa de ganado a los sucesores de Mao ...

Podremos tener una visión de la magnitud del problema, si pensamos que en una sola noche, seis millones de personas cambiarán un estilo de vida con mucho de occidental, con sus sociedades, su prensa -importantísima y en donde la expresión bilingüe de la misma abre una gran ventana a todas las ideas religiosas, filosóficas y políticas- para encuadrarse en la rigidez de una única ideología. No sólo será otro el gobierno, sino que se transformarán los sistemas; cambiará su moneda y su concepción de la vida, tan cercana a las ideas de Confucio, será también diferente.

Nosotros lo presenciamos, porque nos encontrábamos viviendo allí cuando estalló en China la llamada "revolución cultural". Los chinos de Hong Kong polemizaban y recordamos las peleas, con palos o a pedradas, entre las facciones. Era una manifestación de pluralidad política. Si el Tratado se cumpliera, esa gente perdería la propiedad de una vivienda, fuera ésta un apartamento o una choza, vestirían uniformemente y no leerían los diarios,contentándose con enterarse de ideas sacrosantas estampadas en "dazibaos" aplicados en las paredes, al estilo pequinés.

A las doce de la noche del 30 de junio del ya bastante cercano 1998, sin cañonazos ni vuelos rasantes, como cuando se va una familia al ser desalojada, se tendrán que ir, -si nos atenemos al Tratado- los ingleses de su última gran Colonia y los millones de chinos que habitan Hong Kong se convertirán en ciudadanos comunistas.

Todos esperan -los de China Comunista incluso, por lo que veremos- que en tan corto tiempo, para resolver un problema tan enorme, se negocie alguna fórmula para que este cambio tan sensacional, por llamar al asunto de alguna manera, no se verifique con una crudeza semejante.

El pequeño territorio de Hong Kong llegó a manos de los británicos, llegando a convertirse actualmente en la Colonia principal de la Corona, por el sistema usual de la época.

En realidad, Hong Kong fue descubierto por los audaces navegantes portugueses quienes anteriormente habían fundado una base en el primer enclave que los europeos establecen en la inmensa China. Eso ocurrió en 1557 y la comarca se llamó Makau. Por aquellas remotas tierras que recorrió como primer avanzado el veneciano Marco Polo, llegan en forma sucesiva aventureros españoles, holandeses, ingleses, franceses y bastante más tarde, los norteamericanos.

En 1934 Lord Napier inicia relaciones diplomáticas con Pekín. Surgen así problemas inimaginables y Lord Palmerston, Canciller de la Corona, envía una fuerza naval que río arriba llega a Cantón, bombardeando la ciudad mientras que Lord Pottinger, con 3.000 bombres, destaca una parte al mando del capitán Elliot, quien ocupa Puerto Fragante (así se llama Hong Kong) el 26 de enero de 1841, firmando un Tratado el 29 de agosto del año siguiente. La península que queda frente a la isla Victoria -ahora capital administrativa de la Colonia- es anexada hacia 1860.

Pero la población ya demasiado grande de la Colonia no podía alimentarse ni aprovisionar al crecido número de barcos mercantes que allí recalaban sin disponer de tierras para producción agrícola. La solución fue el arrendamiento de lo que se conoce como Nuevos Territorios.

El contrato se firmó en el lejano lo. de julio de 1899.

La devolución de esa posesión, a lo que se agrega la exigencia, que ya anuncia China Roja como indeclinable de quedarse con toda la Colonia de Hong Kong, es el incendiario problema que se avecina.

Caso único en el mundo hasta ahora, el cambio sería como una hecatombe, pero sin guerra, sin invasión, sin ocupación militar. Desaparecerá de la geografía universal un punto muy pequeño, pero que es un centro comercial de características únicas: el segundo mercado mundial de la perla y el cuarto o quinto del oro.

El comercio y la actividad fabril no es sólo para los lugareños. Es también un puerto libre: una vastísima red de distribución de mercaderías locales; todo lo que viene de China sale de Hong Kong para todo el mundo. Desaparecerán media docena de auténticos hoteles "five-stars" y veinte o más de lujo asiático.

El fin de la Colonia es la muerte de una prosperidad comercial y económica sin parangón en el mundo. Los chinos de Hong Kong puede ser que en buena parte no amen a los ingleses, pero todos saben que si éstos se van, Hong Kong dejará de ser lo que actualmente es y ello sería el fin de una situación humana, personal y familiar, infinitamente mejor que la que sobrevendrá.

Las estadísticas indican que un 40 por ciento del ingreso turístico alimenta el agro de China. Hasta el agua potable se la compran al gigante vecino. Inexorablemente, si se extingue el estilo capitalista de Hong Kong, terminará el fabuloso negocio de los comunistas chinos.

Y cuando tanto se habla de la autodeterminación de los pueblos, seis millones de personas se quedarán no sólo sin opciones, sino también sin libertad.

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