01/05/2024

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Un banquete chino hecho de piedras

26/09/2006

Las piedras forman parte natural de nuestro mundo, tanto que pueden pasar desapercibidas. Se puede pensar que requieren de mucho esfuerzo para convertirse en obras de arte, pero en realidad, con un poco de imaginación y paciencia, se puede descubrir su belleza. Recientemente, un intrépido aficionado taiwanés, Xu Yunji, decidió reunir la más perfecta colección de piedras semejantes a alimentos. Diez años después, revela el fruto de su esfuerzo en una muestra, motivado por el deseo de compartir el profundo sentimiento de asombro de hallar una maravilla ignota en una piedra antes ignorada. Sin duda alguna, su objetivo ha sido claramente alcanzado. La exposición, inaugurada el 13 del mes pasado en el Museo Nacional de Historia, tuvo que extenderse hasta el 18 de octubre a petición del público. Mientras tanto, hordas de asombrados visitantes desfilan por el cuarto piso del Museo, y sacuden la cabeza asombrados, repitiéndose a sí mismos: no puedo creer que sea de piedra.

Parecería ser una tarea muy sencilla dedicarse al inofensivo pasatiempo de coleccionar piedras semejantes a alimentos. Para Xu, la idea nació cuando, en una de sus tantas visitas al Museo Nacional del Palacio, le llegó una revelación. Xu fijó su vista en los llamados "tres tesoros del Museo Nacional del Palacio"; a saber, tres obras que asemejan objetos de la vida real: el jade en forma de lechuga, con un coqueto saltamontes encima; el nabo de la suerte; y una piedra traslúcida que puede fácilmente confundirse con un trozo de tocino cocido. A pesar de su fama, estas obras no lograron cautivar el corazón de Xu, quien se sintió un poco, se podría decir, decepcionado al pensar que éstas habían sido talladas por la mano humana. "Ya había visto anteriormente piedras que asemejaban alimentos, así que me quedó la inquietud de si se podrían hallar más de ellas, en forma natural", nos cuenta. Al final, Xu logró coleccionar más de 200 ejemplares, los cuales muestra respetando su brillo y forma natural.

En sus inicios, Xu era un neófito en asuntos relacionados con las piedras. Su relación con ellas había sido hasta ese momento nada más utilitaria. Ingeniero de profesión, trabajó por muchos años para el Departamento de Construcción de la ciudad de Taipei. "En esos años, era un trabajo muy duro, sin tiempo para distracciones. No contábamos con suficiente personal calificado. Muchas veces, para diseños más complicados, en edificios de 20 pisos o más, se tenía que contratar a ingenieros de Hong Kong", indica Xu.

Tras pensionarse en 1997, invirtió completamente su tiempo, esfuerzo y dinero en esta colección de piedras. Al principio, no contó con mucho apoyo para su costoso pasatiempo. Su creciente afición coincidió con la compra de una casa nueva, hecho que reveló el tamaño de su compromiso con este nuevo arte. "Mudarse de casa resultó ser una odisea", relata. "Mover las piedras en forma apropiada no fue cosa sencilla", confiesa. Su hijo se quejó diciendo que cómo se suponía que se pasaran a la nueva casa si debían transportar todas esas cajas. Su esposa se molestó mucho por el polvo causado, y refunfuñaba constantemente acerca del efecto en su casa de su "desastrosa" colección.

No obstante, al ver la dedicación y el cariño que sentía por las piedras, empezó a generar una cadena de colaboradores. "Si diez amigos salían de viaje, a cada uno le encargaba una piedra diferente. Así, ya podía conseguir diez piedras más", declara Xu. De esta forma, fue adquiriendo sus piezas claves.

Poco a poco, fue ganando prestigio entre los coleccionistas con mayor experiencia. "Los dueños de las piedras llegaban a ofrecérmelas. De esta manera, me daban mejores precios que si yo hubiera ido a buscarlos". Con confianza en sí mismo y en su objetivo, se acercaba a los vendedores más estrictos. Muchas veces, éstos no querían venderle sus piezas a nadie, pero al ver su tenacidad y sinceridad, asentían en darle lo que él pedía. Una vez, un famoso profesor de geología de la Universidad Nacional de Taiwan se mudó de casa, y vendió algunas piezas de su colección a un vendedor profesional, quien inmediatamente llamó a Xu. Sabiendo lo mucho que Xu apreciaba las piedras, se las vendió a un precio casi ridículo.

Xu no es muy amigo de buscar sus piedras entre los ríos o en las montañas. "Hay que ser muy cuidadoso con el entorno natural. Además, uno está expuesto a cualquier derrumbe, y la verdad, me dan miedo las serpientes", confiesa. Xu prefiere comprar sus piezas de coleccionistas o vendedores de reconocida reputación, preocupado por respetar las restricciones para preservar el medio ambiente natural de Taiwan, especialmente en zonas apetecidas por los amantes de las piedras, tales como Hualien y Taitung. De hecho, muchas de sus piedras provienen más bien de Nantou, en el centro de Taiwan; así como de Hunan y Hangzhow en China continental; Vietnam e India, entre otros. Su experiencia se basa en el principio de que la apreciación y recolección de piedras no deben dañar el medio ambiente. Por lo tanto, requiere de usar más la imaginación. Xu dedicaba día y noche a pensar formas para lograr alcanzar su objetivo y completar su colección de piedras. "Muchas veces me quedaba despierto por las noches, pensando cómo conseguir más piedras", confiesa.

El Museo Nacional de Historia, donde Xu fue muchas veces a hacer consultas relativas a sus piedras, le brindó todo su apoyo para montar la exhibición. Su Xi-ming, experto en el diseño de exposiciones con más de 10 años de experiencia, se vio ante el reto de resaltar la belleza natural de las piedras en un entorno que pareciera lo más realista posible. Combinó la idea del banquete chino con los diferentes tipos de piedras según su origen geológico. Para él, la parte más difícil fue acomodar armoniosamente estos elementos, en orden desde el más sencillo al más complejo de los platos representados. El resultado final permite al visitante maravillarse ante los crecientes descubrimientos a su paso, que cautivan a todos los sentidos.

La exposición se divide en varias partes según la representación hecha: frutas, plantas, postres, comidas preparadas, carnes, desayunos y dulces. Accesorios como platos, tazones, hojitas, y cajas decoradas completan la ilusión. Una rodaja de limón acompaña una gelatina de cristal; unos ojitos plásticos dan vida a un pescado al vapor. Un homenaje al dim sum cantonés descansa en sus respectivas canastitas de bambú. Pasteles del Festival de Medio Otoño comparten el plato con pasteles de piña. Una caja de bodas presenta una galleta de novia, mientras que una caja de bombones de piedra oscura nos hace dudar si es o no chocolate de verdad. Unas bolitas de pescado descansan en un mar de sopa de cristales. Al lado, la sopa de entrañas de cerdo se acompaña de rábanos con "arroz". Las almejas en su concha engañan a la vista.

Entre ellos, destaca una piedra llamada "jade dorado fragante". Esta piedra no solamente luce como un gran trozo de chocolate, sino también que despide un aroma que fácilmente confunde al más incrédulo de los visitantes. "Ciertamente, existen muchas de estas piedras que son falsas. Es fácil reconocerlas porque no pueden mantener su aroma por largo tiempo", indica Xu. No obstante, él mismo nos cuenta una graciosa anécdota relacionada con esta piedra en particular. Atraído por el delicado olor, decidió ponerla en su ropero para que aromatizara su casa nueva. Eso fue un tremendo error: pronto su cuarto, cama y sábanas se vieron invadidas por multitudes de hormigas en busca del delicioso manjar. Ni modo, a las tres de la mañana se vio forzado a levantarse a cambiar las sábanas y ocultar la piedra de chocolate en un contenedor hermético.

El título de la exposición, Vasos de vino flotando en un arroyo que fluye, se refiere a un tipo de actividad cultural practicada por los antiguos literatos, allá en la época de Primavera y Otoño (siglos II a Vi a.C.), descrita como una ceremonia en que se ponen las copas de vino en el agua de un arroyo y se dejan flotar río abajo, acompañando su viaje con música y danza. Después de beber el vino de estas copas, se componen poemas en un ambiente cordial, abierto a todos los participantes. El Museo pretende que esta exhibición sea como un banquete a los sentidos, y siente una gran satisfacción en compartirlo con todos los visitantes, sin más distingos que el interés por el arte. El valor artístico de este banquete de piedras yace en la genialidad de la idea de que las piedras comunes pueden convertirse en algo tan bello y especial; que estos objetos pueden ser poseídos por cualquiera; y que estos tesoros dejan la puerta abierta a la imaginación.

Texto de Silvia Villalobos

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