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Casa de Historias de Taipei: un lugar de fantasía y recuerdos

06/02/2004
La Casa de Historias de Taipei acoge al visitante como calurosa anfitriona. Los visitantes vuelven una y otra vez a revivir las historias que ella guarda. (Fotos de Chen Mei-ling)

Entre las joyas arquitectónicas que hallamos a lo largo de la histórica calle Jhongshan, en Taipei, una pequeña casa destaca por su toque acogedor. Es la Casa de Historias de Taipei.

En medio del tráfico y los masivos edificios comerciales y de oficinas, nos sorprende el hallazgo de una casa de muñecas, construida con ladrillos y maderas finas, justo antes de cruzar el puente Jhongshan. Con el río Keelung de trasfondo, parece una casita de galleta de jengibre o de pastel, por el color amarillo fuerte como la mantequilla de su segunda planta, en el que se entrecruzan vetas de chocolate que imitan ramas de árboles. Construida entre 1913 y 1914, esta casa recoge las historias de la vida de Taiwan y de sus antiguos habitantes, aparte de compartir con los visitantes su propia e interesante historia; particularmente, la de su singular renacimiento que culminó con su reapertura el 19 de abril del año pasado. Lo cierto es que la Casa de Historias de Taipei es un lugar mágico que aguarda al visitante para compartir con éste su pasado, exhibir el presente, y renovar constantemente su contenido de cara al futuro.

El relato de la Casa y de su particular estilo se inicia durante la época colonial de la isla. A principios del siglo XX, los japoneses habían comenzado a recoger la cosecha de las inversiones que habían hecho en Taiwan, logrando convertir a la isla en su colonia más próspera. La infraestructura de la época, de la que todavía se conservan algunos ejemplos, tales como el Palacio Presidencial, el estadio Yuanshan, el Yuan de Control, entre otros, muestra un estilo ecléctico, que combina la arquitectura de varios períodos y países europeos.

La posición estratégica de la isla, y el intenso comercio del té abrió las puertas a muchas novedades, tales como el acceso a nuevas ideas, y el ascenso social de ciertos taiwaneses, entre ellos Chen Chao-chun, un acaudalado mercader de té. Chen, fundador y dirigente de la Asociación de Comerciantes de Té de Dadaocheng, estaba fascinado por la cultura occidental. Tomaba su té con azúcar y crema, y se paseaba impecablemente vestido de traje entero al estilo occidental. Pocos taiwaneses habían conseguido consolidar una posición social y económica tan ventajosa, pero Chen había logrado ascender hasta alcanzar el nivel que le permitiría realizar su sueño: una casa al verdadero estilo occidental, no una interpretación del mismo, tal como lo hacían los japoneses.

En sus viajes de negocios por el Sudeste Asiático, Chen había podido contemplar por sí mismo las edificaciones occidentales en colonias inglesas tales como Singapur y Malasia. Por ello, contrató a un ingeniero inglés en Singapur, quien diseñó para él una villa de descanso estilo Tudor, auténtica excepto en sus reducidas dimensiones, que se comenzó a construir en 1913 con aromática madera de teca proveniente del centro de Taiwan.

Chen estaba motivado a construir esta casa, primero que todo, porque pensaba que su posición social le exigía una casa de descanso, donde poder disfrutar con su familia. El lujo de tener una casa destinada solamente a la recreación, no como residencia permanente, era un concepto desconocido para las personas de ese entonces, quienes llevaban una vida dura de tenaz esfuerzo destinado al trabajo, no al placer. La Casa simbolizaba así un cambio en las costumbres, fruto de las nuevas ideas que apenas alcanzaban a echar raíces a inicios de siglo pasado.

Además, afianzar su posición con el régimen gobernante demandaba la presencia de Chen en constantes eventos sociales. La Casa fue entonces construida con el propósito de agasajar a los visitantes extranjeros, ya fueran dignatarios o funcionarios japoneses que venían a Taipei. A ellos se debe la estratégica ubicación escogida para la Casa. Los visitantes japoneses, al llegar a Taipei para sus frecuentes viajes de inspección, debían atravesar toda la calle Jhongshan, con el propósito de dirigirse al templo sintoísta que estaba localizado donde hoy se yergue el Grand Hotel, al otro lado del puente Jhongshan, para dar gracias por un viaje seguro y un feliz arribo sanos y salvos. La casa de ensueño de Chen, justo sobre la calle Jhongshan, ofrecía a los visitantes un opulento lugar de descanso y muy a la mano tras su largo viaje.

Finalmente, para Chen, desplazarse desde su establecimiento comercial en la calle Dihua, en Dadaocheng, a la Villa Yuanshan, como se conocía a la Casa al principio, significaba un breve y placentero viaje en bote, por lo que construyó un pequeño muelle privado. A la casa principal agregó un establo y su propio circuito para carreras de caballos, justo donde actualmente hallamos el Museo de Bellas Artes, ya que Chen también sentía fascinación por los corceles.

La estratégica posición de la casa le permitió seguir con fuerza el pulso de la historia. Cuentan los descendientes de Chen que de niños les resultaba difícil dormirse en la Casa, ya que el rugido de los tigres y leones del zoológico vecino, inaugurado en 1913, los despertaba aterrorizados. También fueron testigos de los primeros autobuses que recorrieran las calles de Taipei, que empezaron a circular el mismo año en que naciera la casa. A la fragancia de las maderas que componen su estructura se debía agregar el olor del té inglés que no podía faltar en la casa, más el humo de la chimenea adornada con azulejos de tulipanes art nouveau en invierno, en medio de las tertulias de importantes personalidades. Se dice que hasta el propio Sun Yat-sen, en un viaje para recaudar fondos para la causa de China, fue huésped en la villa.

La Casa fue centro de atracción por muchos años, hasta que su suerte cambió tras la muerte de su constructor. La villa pasó por varias manos, y su destino fue muy variado; desde una cárcel al final de la ocupación japonesa, hasta una galería de arte y mercado de artesanías durante la Guerra de Corea cuando los militares estadounidenses estaban estacionados en Taiwan. La Casa finalmente pasó a ser administrada primero por su vecino, el Museo de Bellas Artes; y después por el Gobierno de la Ciudad de Taipei, quien otorgó una concesión para el mantenimiento y apertura de la casa a K.C. Chen.

K.C. Chen formaba parte del comité a cargo de salvaguardar los lugares históricos de la ciudad. Todos los días, al dirigirse a su trabajo, debía pasar frente a la villa, por lo quedó encantada con la pequeña casa. K.C. Chen vislumbró el gran potencial que tenía el lugar a pesar del espacio tan reducido y gracias a su esfuerzo al reunir un equipo capaz e innovador, su acción permitió que la Casa reviviera como un espacio para el arte y pudiera compartir su historia tras una completa renovación.

La ventana ovalada superior, en la que destacan los cristales multicolores, volvió a brillar gracias al entusiasmo de la señora Chen. Ella vio el potencial de la casa, y tras una cuidadosa planificación, abrió de nuevo las puertas a los visitantes, esta vez como lugar para exhibiciones.

Las exhibiciones se rotan cada cuatro meses. Hasta el momento, éstas han sido alusivas a Taiwan y el mundo en 1913 --fecha de fundación de la Casa-- , el té --tema que revolotea como mariposa dados sus vínculos con la historia de la Casa-- y recientemente la historia de las caricaturas taiwanesas.

Las delicadas escaleras en forma de caracol nos conducen al salón de audiovisuales. Las puertas de doble hoja, con dinteles amplios de madera oscura, dividen los salones de exhibición, donde estantes de cristal preservan los recuerdos para la posteridad.

Desde su reapertura en abril de 2003, 45 mil visitantes se han llevado un pedacito de la Casa de Historias de Taipei en el corazón. Para más información puede visitar www.storyhouse.com.tw

Texto de Silvia Villalobos
Fotos de Chen Mei-ling

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