En China, los sacrificios humanos fueron inicialmente en honor a las deidades de los ríos, a quienes se les ofrecían varones y mujeres jovenes en un afán por aplacar su ira, y para rogar que no produjeran inundaciones. Con el avance tecnológico de la irrigación y el uso de canales de desagüe, estas prácticas perdieron auge y finalmente fueron prácticamente abandonadas a inicios de la dinastía Hsia (Xia, 2100–1600 a.C.).
Sin embargo, siguió existiendo otro tipo de sacrificios humanos, incluso más macabros, al menos en términos modernos. Consistía en enterrar vivos a los esclavos junto con sus amos, como parte del servicio fúnebre al fallecer estos últimos.
Con el tiempo, esta tradición se fue extendiendo a los reyes y emperadores, que al momento de morir, se exigía que fuesen acompañados por sus concubinas, pajes, y servidumbre. Obviamente, éstos últimos eran obligados a entrar vivos en la enorme cripta funeraria y quedar encerrados allí para siempre.
Esta práctica fue una norma de Estado durante las dinastías Shang (1600–1046 a.C.) y Chou Occidental (1045–771 a.C.). El último entierro de gran número de acompañantes vivos junto con el monarca ocurrió tras la muerte del rey Hsuan (Xuanwang, antes de 841–781 a.C.). Su hijo, que ascendió al trono con el nombre de rey You, no tuvo entierro formal, ya que murió cuando su palacio fue invadido por bárbaros de la tribu nómada de los Chienjung (Quanrong).
La subsecuente dinastía Chou Oriental (770–249 a.C.) fue una era tumultosa e inestable, razón por la cual los monarcas ya no tuvieron mucho tiempo para preparar los elaborados funerales de Estado del pasado.
El sacrificio de esclavos de alta jerarquía, pajes, concubinas y sirvientas era denominado hsun tsang (xun zang), o sacrificio de entierro. El propósito de esta bárbara costumbre era dotar de acompañantes al monarca fallecido para que le sirviesen en la otra vida.
Vista de una de las fosas desenterradas con centenares de animales domésticos, destinados a satisfacer las demandas del emperador y su corte en la otra vida.
Al inicio, las víctimas eran decapitadas o enterradas vivas junto al monarca o noble fallecido. Posteriormente, las víctimas eran forzadas a cometer suicidio, que era considerado una forma noble de morir, ya que se conservaría intacto el cadáver. El sacrificio humano para funerales fue abolido en el año 384 a.C., durante la dinastía Chin (Qin, 221–206 a.C.)
Si bien la dinastía Chin fue de corta duración, tuvo notables contribuciones en la formación de la nacionalidad china. Al igual que la mayoría de los regímenes de mano dura en tiempos de desorden, Chin Shih-huang (Qin Shi Huang, 259–210 a.C.) ha sido denominado déspota o tirano por muchos historiadores. Empero, durante su corto reinado llevó a cabo importantes reformas económicas y políticas.
Entre sus obras más impresionantes tenemos la Gran Muralla de China, un masivo sistema de carreteras que opera hasta el día de hoy, así como el mundialmente famoso mausoleo de los guerreros de terracota al tamaño natural. Todo ésto tuvo un gran costo, la pérdida de innumerables vidas humanas.
Si bien su gobierno autocrático fue severo, no podemos negar que jugó un papel trascendental en la unificación de China y el sistema administrativo que creó ha mantenido vigencia hasta el día de hoy, en China y en el mundo entero, bajo la forma del concepto de un gobierno unitario e indisoluble.
La repentina muerte de Chin Shih-huang significó el colapso final de la corta dinastía. Creyendo que lograría obtener el elíxir de la inmortalidad, Chin no designó a su heredero, motivo por el cual se produjo una lucha por el poder entre sus dos hijos. Al final, Liu Pang (Liu Bang, 256 ó 247–195 a.C.), un líder campesino, dirigió una revuelta tres años después de la muerte del Emperador y destronó la dinastía, dando origen a una nueva, la dinastía Han, que se extendería por cuatro siglos.
Los primeros años de la nueva dinastía fueron terribles y el pueblo sufrió de la carestía heredada del anterior período imperial. Sin embargo, los primeros emperadores Han restauraron el orden muy pronto, y ya para el tercer y cuarto emperador, la nación china disfrutaba de un auge nunca ante visto.
En términos generales, la dinastía Han fue una era de prosperidad económica, floreciendo el comercio a través de la institucionalización de la moneda, un sistema que siguió en uso hasta dos siglos después del colapso de dicha dinastía. Por otro lado, la Corte nacionalizó las industrias de la sal y el hierro, que hasta ese entonces estaban en manos privadas. Con estas dos industrias esenciales, la dinastía pudo pagar los gastos de su aparato militar. También se fortalecieron las arcas del imperio con la imposición de impuestos a la empresa privada.
En esa dinastía, también se adoptó el confucianismo como pensamiento socio-político, sistema que prevaleció casi intacto hasta 1911, al ser derrocada la dinastía Ching.
Los reinados de los emperadores Wen (202–157 a.C.) y Ching (Jing, 188–141 a.C.) constituyeron un período de benevolencia y austeridad de los gobernantes, quienes sacrificaron la mayor parte de la opulencia de la vida palaciega a favor de reducciones de los impuestos y alivio a las cargas financieras del pueblo.
El período, conocido como “Reinado de Wen y Ching”, se caracterizó por la estabilidad política y una paz general por todo el imperio. Las teorías políticas de la época comenzaron a ser fuertemente influenciadas por el taoísmo. El “Reinado de Wen y Ching” ha sido considerado como una de las edades de oro de la historia china.
Estatuilla femenina con las manos extendidas. Probablemente llevaba algún objeto hecho de madera u otro material que fue destruido con el pasar del tiempo. (Fotos cortesía del Museo Nacional de Historia)