05/05/2024

Taiwan Today

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Una vida junto a la olla de huevos al té

26/02/1993
Huevos al té. Sí, tal como lo oye, huevos con cáscara, coci­dos en té. Esa comida tan común en Taiwan es lo que vende Wang Tzu-yun en el camino que va hacia la ciudad de Ilan, en el noreste de la isla. Si usted quiere probarlos, deberá seguir las re­glas del juego. Wang, octogenario veterano de guerra, comienza su jornada a las cinco de la mañana. Primero echa los huevos a hervir, luego les agrieta la cás­cara y los pone nuevamente a cocer en té. El resto de la receta es su secreto, nadie sabe cómo hace para dejarlos tan sabrosos. Antes, viajar por ese camino era muy peligroso. La carretera era de grava y sin protección de ninguna especie. Wang pensó que los choferes necesitaban descansar, tomarse una sopa caliente, estirar las piernas y re­lajarse para mayor seguridad y por eso ha mantenido su tienda abierta todo el año para vender huevos al té, desde hace más de treinta años. Cuando en el camino se huele el agradable aroma de los condi­mentos usados para cocinar, el via­jero se siente obligado a detenerse un momento y, en la primera tienda a la orilla del camino, hartarse con huevos cocidos. Generalmente, el sitio está lleno de personas pe­lando y comiendo estos deliciosos bocadillos. Lo particular sucede cuando un comprador dice: "Deme una docena para llevar" y se dispone a sacar su billetera. La respuesta no se deja esperar: "El camino de la montaña es peligroso, joven, sírvase algo primero y después siga. Comer y conducir a la vez es peligroso", alerta Wang. Algunos no conocen las reglas de la casa y se sorprenden. Incluso no ha faltado alguno que furioso ha dado media vuelta y se ha ido gri­tando: "Le ofrecí buen dinero y el viejo no lo quiso aceptar". Pero, sus habituales compradores ya lo conocen y saben que esa negativa a venderles "para llevar" es por su propio bien. Si el negocio se pone flojo, toma una escoba y barre hasta el parquecito cercano. Es que Wang predica con el ejemplo y ha puesto tres reglamentos a los vendedores del lugar: primero, no pelear ni arrebatarse los clientes; segundo, no entorpecer el tránsito y, tercero, mantener la limpieza. La noche cae rápido en la montaña. Antes, solía tener abierto hasta la medianoche, pero ahora, con 81 años, ya no puede. Y poco después de las seis, Wang y Chang Chia-ching, su ayudante, ya están listos para cerrar el negocio. El corazón del anciano queda al descubierto cuando le recuerda al joven que se lleve un poco de arroz al regresar a casa. Es alimento que le han dado para su propio consumo y el anciano lo entrega a las personas más necesitadas. Desde que el padre de Chang sufrió un derrame cerebral hace un tiempo, Wang envía 200 dólares estadounidenses mensualmente a su familia y le ha dado trabajo al mozo. Como muchos de los habi­tantes de la cercana aldea de Shihtsao y la ciudad de Pinglin, Liang Shu-hua, recuerda cuánta ayuda recibió de él. Cuando ella era muy pequeña, su madre acostumbraba llevarla a unos tres o cuatro kilómetros de la carretera a cortar hojas de mis­canthus para reparar los hoyos de las paredes de su choza. Así fue como Wang la conoció y de­cidió ayudarla como si fuera su hija. Además, pagó para que sus ocho hermanos pudieran completar los estudios. Su padre, Liang Nanshan, está lleno de gratitud: "Este anciano vende huevos para ayudar a los necesi­tados y no a sí mismo. Muchos de los pobres en Shihtsao han recibido su ayuda alguna vez". Aparte de hacer ayudas per­sonalmente, cada vez que se avecina el invierno, Wang dona 400 dólares a los centros admi­nistrativos de la ciudadela de Pinglin y de la villa de Toucheng, para las necesidades que pudiera haber. El anciano dice: "Cuando la gente ve las donaciones que hago, tal vez piense que estoy lleno de dinero, pero la realidad es que no tengo ahorros". A comienzos de año, el anciano cal­cula la cantidad necesaria para mantener el negocio y para las compras de primera necesidad. La restante la dedica a la caridad. Más de doce veces ha ganado el Premio al Buen Ciudadano por su generosidad. Nunca ha ido a otros lugares de Taiwan aparte de Kaohsiung e Ilan. Su hija adoptiva le ha dicho que tome vacaciones y salga a pasear, pero a él no le gusta. Sólo está contento cuando se dedica con toda el alma a trabajar en su pequeño puesto de ventas. A su edad, la mayoría de la gente sigue la costumbre de regresar a su lugar natal, pero Wang no ha pensado en volver a China continental, de donde es oriundo. Explica: "Casi toda mi vida la pasé en un mar de armas, bajo una lluvia de balas. Si el resto de mi vida ha sido muy pacífico, se ha debido a este bendito pedazo de tierra. Si volviera, no reconocería nada. He vivido aquí durante mucho tiempo y quiero morir y ser en­terrado en este lugar". No importa que pasen camiones o autos rugiendo frente a su tienda, para él nada puede haber más valioso que esta tranquilidad. Ahora que la carretera es mu­cho mejor y la gente viaja de noche en mayor cantidad que antes, Wang ha dejado la respon­sabilidad de atender viajeros noc­turnos a los otros negocios del lugar que abren las 24 horas. Después de ce­rrar, Wang lee el periódico o ve la televisión y antes de las nueve se acuesta. Pero eso no es todo. La gente dice que ocurren muchas cosas misteriosas. Si el viejecito no supiera algo de "brujería", no podría vivir en ese agreste lugar. Los demás vendedores de los alrededores confirman lo que se comenta y cuentan anécdotas de él. El lugar es solitario. Cuando los autos ya han dejado atrás el sector de Pinglin, todavía cerca de Taipei, aún se puede ver al­gunos restaurantes; después, las casas disminuyen hasta quedar alejadas kilómetros unas de otras. La niebla, que surge desde el fondo de las quebradas al amanecer, y la oscuridad hacen que el camino sea traicionero y difícil de transitar. Cerca del condado de Ilan la vía es an­gosta, las cuestas muy empina­das y las curvas llegan a tener hasta 180 grados. La carretera ha sido escenario de muchísimos accidentes auto­movilísticos, innumerables cere­monias fúnebres e interminables historias de fantasmas. En los relatos se mezclan las épocas de la historia para hablar de la aparición de los espíritus de los muertos en accidentes, los fan­tasmas de miles de bandidos y luchadores ajusticiados durante la resistencia contra los empera­dores y la ocupación japonesa. También, cuentan que una noche un grupo de maleantes intentó apoderarse del terreno del anciano y éste, haciendo uso de sus mágicas habilidades, logró que ellos se rindieran y se arro­dillaran pidiéndole perdón. Cuando alguien le pregun­ta sobre las extrañas histo­rias de fantasmas y aparecidos que se le atribuyen y si no le da miedo vivir solo en la montaña, él se ríe. "¿Fantasmas?, ¡Seguro que hay! Si usted ve un billete de mil en el suelo y mira a su alrededor para ver que nadie le está mirando y lo desliza disi­muladamente a su bolsillo, eso es un fantasma. Los fantasmas están aquí mismo", dice apuntándose el pecho.

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