19/05/2024

Taiwan Today

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La arcilla de cada día

26/03/1993
Antes de que Taiwan se con­virtiera en la sociedad industriali­zada de hoy, en la cual reinan el plástico y el acero, un material mu­cho más simple formaba parte de la vida diaria. Desde imágenes reli­giosas hasta ladrillos y tejas, pasando por infinidad de utensilios de uso doméstico, la tierra, húmeda, moldeada y cocida, satisfacía las más diversas necesidades. Ahora el pasado se ha puesto de moda. En algunos restaurantes y casas de té, la decoración consiste en antiguas cisternas, sellos para paste­les o "portapalillos" de comer, todo hecho de barro. Y en no pocos depar­tamentos de los barrios altos de Taipei, los dueños exhiben con orgullo pequeños incensarios, pisapa­peles o jarrones, cuál de todos más agrietado y dañado por el tiempo. Cuando uno pregunta a los colec­cionistas y decoradores qué encuen­tran de atractivo en esos objetos ro­jos, opacos y ásperos, todos concuer­dan en una cosa: nostalgia. Tierra a la mano Abundante y barata, hubo un tiempo en que se usó la arcilla para hacer prácticamente de todo. "Antes de 1950, en la isla faltaban los recur­sos y la gente tenía que aprovechar las materias primas que estaban a la mano. Economía y conveniencia fueron las reglas, además de que los artesanos incrementaron las aplicaciones del material", dice Huang Che-nung, director del Tso Yang Arts Studio, entidad dedicada a coleccionar y exhibir piezas de terracota. Existen evidencias de que, ya en el Neolítico, las tribus que habitaban Taiwan practicaban el arte de la alfarería. Sin embargo, el estilo chino de hacer cerámica y ladrillos fue traído a la isla por los inmigrantes que acompañaron al general Chen Chen-kung (Koxinga), cuando éste llegó a Taiwan en 1661 para formar un bastión de resistencia contra los manchúes. Así, los ladrillos rojos pasaron a ser el material más usado en la arquitectura local. La fabricación comercial de mate­riales de construcción comenzó en 1796 en Nantou, centro de Taiwan. Hacia 1821 ya había tres hornos en el área, lo cual la convertía en el núcleo de esa industria. La ocupación japonesa de Taiwan también ejerció influencia sobre esta actividad. Con la introducción de la cerámica brillante y la expansión de los canales de distribución, aumentó la fama de los hornos de Nantou. Otras áreas de la isla empezaron a trabajar en lo mismo y así la producción creció para incluir aljibes, vasijas y recipientes para guardar arroz o cocer yerbas medici­nales. Los artículos barnizados fueron producidos principalmente para los mercados externos, mientras que los objetos de arcilla roja y opaca mantuvieron su popularidad local. Las cosas de terracota hechas en Yingko, una ciudad situada al sur de Taipei, tenían un tono amarillento debido al hierro que contenía la materia prima local. En un principio, allí se fabricaron estufas, vaporizadores y ca­lentadores de pies y manos. Luego, la producción se expandió a los ladrillos y las tejas. Durante el dominio colonial, las autoridades niponas aplicaron una política de industrialización que trajo cambios considerables a este sector. Nantou empezó a producir teteras y vasijas de porcelana pintadas de vivos colo­res y barnizadas. Peitou, al norte de Taipei, se especializó en jarro­nes y juegos de té de cerámica fina, debido a la disponibilidad de arcilla blanca que había en el área. Yingko siguió produciendo artículos de uso doméstico de mucha demanda local, tales como ladrillos, cañerías, floreros, urnas y jarrones. Pero a fines de la Segunda Guerra Mundial, también optó por fabricar piezas más rentables. La situación varió cuando Taiwan empezó a avanzar por el camino de la manufacturación en gran escala. El clima económico cambió a causa de que el Gobierno empezó a estimular a industrias claves para el desarrollo. Esto modificó sustancialmente el rostro de la isla. En pocos años, las veredas de concreto y los rascacielos ocuparon el sitio de los edificios de ladrillos y tejas de barro. Y vino una invasión de artículos de uso doméstico hechos de plástico, aluminio y acero inoxidable. Ahora que las construcciones de barro son vestigios de la historia y curiosi­dades turísticas, los mejores sitios para verlas son los templos antiguos. Por ejemplo, el Templo de Confucio de Tainan es una gran vitrina de la apli­cación arquitectónica y decorativa de este material. Ahí hay ventanas con mo­tivos de hojas de sauce y flores de ci­ruelo, así como tejas, baldosas y bloques ornamentales para cercas. En algunos templos y casas también quedan elementos que mezclan la decoración con el deseo de proteger­se frente a los males. En aleros, ven­tanas y puertas hay imágenes de diver­sos animales míticos como el chilin o reales en su versión china como el león. Por toda la isla todavía se pueden en­contrar estatuillas de cerámica que re­presentan a diversos dioses, muchas de ellas fabricadas en las provincias costeras de China continental y traídas a la isla. "Esas imágenes ocupaban una parte muy importante en la vida diaria de los residentes locales. No importaba cuán pobres fueran, los fieles siempre estaban dispuestos a pagar un alto precio por estatuillas hechas por artesanos famosos", dice el coleccionista Wen Wen-ching. De hecho, hasta ahora la gente considera que los dioses están encarnados en las figuras de barro y evita desprenderse de ellas aunque estén muy viejas. Cuando un templo reemplaza una imagen antigua, los sacer­dotes ejecutan un ritual para sacar el espíritu del dios y trasladarlo a la nueva figura. "Nuestros antepasados tenían virtudes que hoy en día se han per­dido. Pero muchas de ellas todavía están presentes en ciertos objetos de arcilla. Por ejemplo, el trabajo en equipo está simbolizado en los sellos para pasteles", añade Wen. Explica el experto que, durante las festividades religiosas ha sido una tradición ofrendar tortas con un diseño estampado a los dioses. Antiguamente, la gente rica pedía a un buen artesano que hiciera el molde. Los ciudadanos de clase media compraban moldes hechos y los pobres adquirían uno común para todo el vecindario. Variados usos Eran otras épocas y aún no existía el agua potable. Como los pozos pri­vados eran lujos que sólo unos pocos podían darse, la mayoría guardaba el agua en gigantescas cisternas. En invierno se usaban calen­tadores de pies y manos. Los más comunes tenían forma de campa­na, pero también había otros co­mo platos extendidos y con apo­yos especiales hechos de bambú. Además de abrigar el cuerpo, eran ocupados para calentar agua o té. Tampoco faltaban los abuelos que los usaban para tostar maíz o calamares como golosinas para sus nietos. Los jarritos para preparar yerbas medicinales eran indispensables en cada hogar. Muchos tenían inscrip­ciones con el nombre del remedio que en ellos se debía hacer hervir. En reali­dad, en las cocinas reinaba el barro. De este material estaban fabricados las chimeneas, los ceniceros e incluso las pequeñas estufas. Por más que pase el tiempo, la arcilla no pierde su calidez y por eso es que hoy ha vuelto a ser apreciada. Los "portapalillos", diseñados para colgar en las paredes, ahora son populares como portalápices. Y los más diversos usos se les da a los antiguos envases para guardar arroz, sal, salsa de soja, jengibre y otros condimentos. Es como si las nuevas generaciones quisieran atrapar un poco de la simpleza de los días ya idos.

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