05/05/2024

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Las leyendas de Pan Ku y Nü Wa

26/05/1993
La creación y la evolución del universo han sido relatadas de miles de formas. De grandes culturas, pueblos e incluso pe­queñas tribus, han surgido las más diversas historias o teorías para explicar cuál fue la fuerza motriz que dio existencia al mundo en que vivimos. La mitología china cuenta las siguientes historias. Miles de años atrás, mucho antes de que el cielo y la tierra estuvieran separados, el universo no era más que un oscuro caos con la forma de un huevo y un enorme gigante llamado Pan Ku dormía profundamente en su interior. Un día, Pan Ku despertó y, al estirarse, rompió el huevo en miles de pedazos. Así, los elementos puros y li­vianos se elevaron para for­mar el cielo, mientras que las pesadas impurezas se fueron hundiendo lentamente para constituir la tierra. Una vez separados el cielo y la tierra, a Pan Ku le entró la preocupación de que pudieran volver a unirse, de modo que se puso a sí mismo como división. Con su cabeza sostuvo el cielo y con sus pies afirmó la tierra. De esta forma, creció nueve veces al día durante 18 mil años, logrando establecer una gran distancia entre el firma­mento y el suelo. La voz del trueno Eventualmente, Pan Ku murió de cansancio. Entonces, su aliento se transformó en vien­tos y nubes; su voz formó los truenos; su ojo izquierdo pasó a ser el sol, y su ojo derecho, la luna; sus cuatro extremidades se convirtieron en los puntos cardi­nales; su pecho constituyó las montañas; su sangre alimentó los ríos y de sus venas nacieron los caminos y los senderos; su carne pasó a ser el campo y el abono; el cabello de su cabeza se transformó en estrellas; su piel y los vellos de su cuerpo se convirtieron en hierbas, árboles y flores; sus dientes y huesos formaron los metales y las ro­cas; su médula se transformó en perlas y jade; su sudor alimentó el rocío y la lluvia; y los distintos insectos que recorrían su cuerpo... se convirtieron en la gente que puebla el mundo. Estudiosos de la mitología atribuyen este fantástico relato al magistrado taoísta Ko Hung (siglo IV d.C.). Las anteriores explicaciones del origen del uni­verso eran mucho más abstractas y filosóficas y, por lo tanto, mu­cho más difíciles de comprender por la mente común. El antiquísimo I Ching o Libro de los cambios, sin entrar directamente en el tema, habla de un sistema dualista de fuerzas generadoras (el ying y el yang) y de cinco elementos dentro de la vida humana (metal, tierra, fuego, agua y madera). El padre del taoísmo, Lao Tzu (siglo VI a.C.), dijo que el tao ­ -"camino"- era el origen de to­das las cosas y la norma de todas las acciones. Confucio (551-479 a.C.), en cambio, prefirió centrarse en el mundo palpable y no especular sobre lo desconocido. Nunca más sola El origen del I Ching se atribuye a Fu Hsi, un emperador legendario que habría reinado unos tres mil años antes de la era cristiana. Curiosamente, una leyenda también dice que la her­mana y sucesora de Fu Hsi, lla­mada Nü Wa, fue quien creó a los seres humanos una vez que la Tierra emergió del caos. No hay acuerdo sobre su apariencia. Según algunas versiones, podía cambiar de forma setenta veces al día. A veces tenía el cuerpo de una serpiente y la cabeza de un buey y, en otras ocasiones, su fisonomía era humana. Un día, mientras paseaba en el mundo primitivo, la diosa se sin­tió profundamente sola. Pero al ir a beber en un arroyo, descubrió una duplicación de su imagen. Sonrió y el reflejo sonrió de vuelta. Hizo una mueca de enojo y su doble respondió de igual forma. "Hay tantos tipos de cosas vivas en este mundo, pero ninguna se parece a mí. ¿Por qué no invento algo como yo para el mundo?", reflexionó la diosa. Acto seguido, Nü Wa tomó un poco de barro y modeló una figura humana. Cuando lo puso sobre el suelo, el muñeco cobró vida y empezó a danzar y a cantar. Alegre, la diosa siguió haciendo más criaturas hasta el atardecer. Continuó su trabajo al día siguiente, pero pronto se dio cuenta de que poblar la tierra de esta forma requeriría mucho es­fuerzo. Para acelerar el proceso, tomó una liana que colgaba de un risco, la metió en un pozo y luego la sacó para ha­cerla girar por el aire. Millones de gotas de barro se esparcieron por el suelo y todas se con­virtieron en pequeñas personas. Pero la diosa se dio cuenta de que su tarea no estaba terminada, ya que esos seres algún día morirían. ¿Tendría ella que crear otro grupo cada vez que una ge­neración falleciera? Eso sería demasiado trabajo, pensó. La solución fue dividir a los seres hu­manos en hombres y mujeres, de manera que pudieran reproducirse por sí mismos. Una versión dife­rente dice que Nü y Wa, los primeros seres que existían en el mundo, eran hermana y her­mano y vivían a los pies de la montaña Kunlun. Ellos deseaban casarse para propagar el género humano, pero no se atrevían a tomar la de­cisión por sí mismos. Subieron entonces a la cima, construyeron cada uno una fogata y di­jeron: "Si el Cielo desea que nos convirtamos en marido y mujer, el humo de estos dos fuegos debe unirse". Eso fue precisamente lo que sucedió, de modo que Nü y Wa pudieron casarse. Antes de consumar su unión, la diosa hizo un abanico de paja para ocultar su rostro. Por eso es que, hasta hoy, la tradición manda que las novias lleven un abanico en su mano. También se atribuye a Nü Wa la reparación del universo, tras un gran desastre causado por una pelea entre dioses. La mitad del firmamento se ha­bía caído, dejando horribles agujeros en el cielo. La tierra estaba toda quebrada y el agua brotaba en enormes cantidades de las grietas, convirtiendo vastos terre­nos en océanos. Al mismo tiempo, gran­des incendios devo­raban los bosques, los animales salva­jes huían despavori­dos y los seres huma­nos se estaban que­dando con pocos me­dios para sobrevivir. Muy afectada por el sufrimiento de la gente, Nü Wa se apresuró a reparar el desastre. Tomó ro­cas multicolores de un río, hizo una fogata y las fundió. El resultado fue un líquido pegajoso que usó para llenar los agujeros del cielo. Su trabajo quedó tan bien terminado, que nadie pudo decir dónde se había roto el firmamento. Sin embargo, preocupada de que alguna parte volviera a caerse, la diosa mató una tortuga gigante y le cortó las patas para usarlas como pilares en las cua­tro esquinas del cielo. Vuelta al orden Además, en esa época había un dragón negro que agitaba las aguas, formando enormes olas y causando inundaciones en todas partes. Nü Wa mató al dragón y lo quemó. Acto seguido, apiló las cenizas en las riveras para encauzar nuevamente las aguas. Para prevenir sucesos similares, hizo desaparecer a todas las otras bestias que aterrorizaban a la gente. Así, los seres humanos pu­dieron retornar a su vida pacífica y feliz y el universo reco­bró su orden original. La pri­mavera, el verano, el otoño y el invierno se sucedieron como antes. La mayoría de las bestias salvajes murieron y las pocas que quedaron se fueron do­mesticando. Los alimentos crecieron en forma natural, por lo que la gente no tuvo más de qué preocuparse. Después de esta gran labor, Nü Wa también se sintió cansada y se tendió a esperar su muerte. Su cuerpo, al igual que el de Pan Ku, se transformó en muchas cosas diferentes que en­riquecieron el universo.

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