05/05/2024

Taiwan Today

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Collares

16/08/1993
En Taiwan, los collares y brazaletes de oración, propios de la religión budista, son cada vez más comunes. Muchas personas los usan, sean o no creyentes. En el último tiempo, incluso al­gunos funcionarios civiles, mili­tares y policiales han empezado a llevar la pulseras, preocu­pando a sus superiores respecto a la estrictez de los uniformes. El Sutra de Sapindus Muko­rossi relata que, para liberar sus almas del descontento, los dis­cípulos budistas podían llevar collares de oración hechos con 108 semillas del "árbol de la Iluminación" (ficus religiosa) y, ya sea al caminar o al descansar, debían entonar los nombres de Buda mientras movían cada semilla por el cordón. Así, dice el texto, la mente quedaría en paz y podría practicarse mejor la fe. El hecho es que, el año pasado, Taiwan consumió cerca de 11,5 millones de dólares esta­dounidenses en ámbar, la mayor parte del cual sirvió para hacer artículos budistas como éstos. Pero, en realidad, el alcance de la moda actual por usar este tipo de accesorios no es nada en comparación con la afición de las antiguas generaciones. Basta con echar una mirada a los trajes cortesanos de la Dinastía Ching (1644-1911) para darse cuenta de ello. Regalo de los lamas Así como las inevitables mangas gigantes, las túnicas con dragones de cuatro garras, las hombreras y los sombreros con plumas de pavo real, los largos collares de la corte eran de rigor entre los príncipes y ministros de alto rango. Estos tenían sus orígenes en los de oración. Los primeros en usar collares con propósitos reli­giosos fueron los miembros de las sectas lamas esotéricas de Mongolia y el Tíbet. Sólo más tarde la costumbre se expandió a otros budistas. Chi Juo-hsin, es­critor que trabaja para el Departamento de Antigüedades del Museo Nacional del Palacio, destaca que los manchúes de la Dinastía Ching eran devotos seguidores del lamaísmo. Acon­tecimientos como la muerte de un Dalai Lama, Panchen Lama u otro líder religioso de las re­giones tibetanas y mongoles, o los cumpleaños de los monarcas Ching, eran rememorados obsequiando collares con cuentas de ámbar o coral. La familia imperial y los no­bles tenían un gran aprecio por los artículos bendecidos por lamas de alto rango. Por eso, los lleva­ban como amuletos para prote­gerse de cualquier eventualidad. Más tarde esto se convirtió en una moda y la forma simple de las cuentas empezó a complicarse... hasta que llegó el momento en que los collares quedaron definidos oficialmente como ac­cesorios del vestuario de la corte. Así nacieron los collares de la corte, objetos peculiares de la nobleza Chingo Su uso obligado durante las audiencias con el Emperador, al discutir asuntos de estado o entretener visitas oficiales, obviamente era muy distinto del que le daban los sa­cerdotes y monjas budistas. En su forma externa son bas­tante similares, ya que ambos contienen 108 cuentas. "Pero los collares de la corte eran más ela­borados e integraban 'cabezas de Buda' y pendientes", explica Cheng Hsia-sheng, otro escritor empleado por el Museo Nacional del Palacio. Una de cada 27 cuen­tas debía ser de material distinto al resto y era conocida como 'cabeza de Buda'. Los pendientes eran grupos de abalorios o borlas de seda que salían como rama del cordón principal. Cada collar tenían tres pendientes en el frente y uno en la parte de atrás (ver ilustración). Los collares de la corte eran símbolo de posición social o de promoción y favor im­perial. Bajo el código de vestuario Ching, las únicas personas autorizadas para llevar­los eran los nobles de la casa im­perial, los funcionarios civiles de quinto grado para arriba y sus esposas. En otras palabras, si no era lo suficientemente afortu­nada para nacer dentro de la fa­milia imperial, "la gente común que lograba pasar los exámenes imperiales y era promovida en la forma ordinaria debía esperar al menos veinte años -si su carre­ra avanzaba bien- antes de al­canzar el quinto rango y ganar el derecho de llevar este tipo de adornos", explica Chi Juo-hsin. Además de las categorías mencionadas, algunos funciona­rios a cargo de las ceremonias protocolares o la redacción de documentos para el Emperador, junto con los guardaespaldas im­periales más cercanos y algunos otros oficiales de rango inferior que debían estar a menudo frente al Emperador, eran autori­zados excepcionalmente para llevar esos adornos como mues­tra del favor del soberano. Los materiales también dife­rían según la ocasión y la categoría del usuario. Por ejemplo, el monarca llevaba perlas del Río Sunghua en ceremonias de Estado importantes, lapis­lázuli al presentar ofrendas al Cielo y ámbar rojizo u ama­rillo al hacer home­najes a la Tierra. Los materiales para nobles y altos funcionarios no estaban tan bien definidos y, como en otros aspectos, estos grupos competían por tener los más her­mosos y de mejores colores, tex­turas y tallados. A fines de la Dinastía Ching, ya en tiempos de guerra y desorden, las reglas se fueron perdiendo. La gente común que poseía algo de dinero compra­ba cuentas en secreto y las ensartaba en collares. Duran­te el reinado del emperador Kuanghsu (1875-1909), un hom­bre de apellido Li que vivía cerca del Palacio de Verano en Pekín logró evitar ser ejecuta­do y que se le confiscara toda su propiedad cuando se le encontró un carísimo collar de turmalina. Había sido denunciado por el en­vidioso eunuco Li Lien­-ying, hombre fuerte en aquel tiempo. Después de la procla­mación de la República, los collares de la corte cayeron en desuso y se fueron olvidando. Muchos fueron partidos para hacer otras piezas de joyería o lle­garon hasta tiendas de cu­riosidades y antigüedades. Todo lo que quedó fue el mito de que "habían visto al Emperador, el Hijo del Cielo" y podían alejar los males y brindar protección. Hasta las rodillas Muy distinta ha sido la suerte de los collares de oración, como indicábamos al comienzo de este artí­culo. Aparte de las 108 cuen­tas frecuentes en una sarta común, "también vienen en gru­pos de 54, 42, 21 e incluso 1.080 unidades", explica Liao Kuei­-ying, directora ejecutiva de la Fundación Chango. Los braza­letes de 18 cuentas, tan comunes hoy en día, también son un mo­delo de tipo religioso. "Quizás el número de bolitas debería ser decidido según su tamaño. Si se usan cuentas gran­des, un collar de 108 le llegaría a uno a las rodillas y no sería muy conveniente de usar", declara la señora Liao. En este tipo, el material no se encuentra limitado a ágata y ám­bar. Jade, coral y piedras semi­preciosas como cuarzo, lapis­lázuli y turquesa, junto con hue­sos animales y humanos, made­ras y semillas de diversos ár­boles, también son usados. En una reciente exhibición de la Fundación Chang se mostró una pieza hecha con cuentas ta­lladas en cáscaras de nueces y semillas de frutas. Entre los di­seños estaban los 18 santos y es­critores budistas. Sin embargo, de todos los materiales disponibles en la actualidad, la gente prefiere el ám­bar y la cera de abeja. Ello probablemente se debe a que las sectas budistas asignan a esos materiales el poder de atraer la riqueza y la buena fortuna. Dado que al coral se le atribuye la buena salud y la longevidad, algunos comerciantes esperan que se popularice este año. En el fondo, la verdadera prueba parece estar en el corazón de la gente. Porque, después de todo, los collares de la corte no salvaron a la Dinastía Ching de su derrocamiento.

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