29/04/2024

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Divina metamorfosis

06/11/1993
Cuando los fuertes vientos de la costa oeste de Taiwan han alejado todas las nubes, llega el momento para que el Rey Inspector -el dios de las pestes- haga su gira de revisión anual. Bajo el cielo limpio, los aldeanos acarrean ofrendas y legajos de dinero para los dioses. Los re­galos son alineados a la orilla de las salineras situadas en la boca del río. Al oírse el estruendo de petardos en la villa, varias mujeres exclaman: "¡Ya viene! ¡ Vengan a saludar al Rey Inspector!" El dios Wen Wangyeh ha venido especialmente desde su residencia, el Templo Yunglung de Tainan, para en­cabezar la bienvenida al Rey Inspector cuando éste desembarque acompañado de un séquito de almas. Cada uno de los ocho palanquines en los que están las imágenes de las deidades invitadas se mueve en forma continua, como de­mostración de su presencia. Cuando los médiums anuncian que el Rey Inspector ha llegado, todo el mundo se pone de rodillas y ofrece sus regalos. El dios de las pestes es, junto con Matsu -la diosa del mar- una de las deidades más ampliamente veneradas en Taiwan. Para los no entendidos, esta adoración puede parecer paradójica. ¿Por qué hacer culto a las enfermedades?, se preguntarán. Ocurre que el Rey Inspector ha pasado por un in­teresante proceso de metamorfosis, acomodándose su figura a las necesidades y los cambios de los creyentes mismos. Coexistencia pacífica En los primeros tiempos de la colo­nización continental en Taiwan, el clima caluroso y húmedo hacía de la isla un caldo de cultivo para el cólera, la tifoidea, la malaria y otras epidemias. Escaseaba la medicina efectiva y la gente moría como moscas. Sin ayuda por ninguna parte, la población optó por retomar la antigua práctica continental de "adorar al dios de las pestes para defenderse de las enfer­medades". Al tratar de conseguir el favor de los demonios que traían las epidemias, el pueblo buscaba mantener una "coexis­tencia pacífica" con ellos. Pero, temiendo que los ritos y la adoración no fueran suficientes para aplacar a esos espíritus, se pro­cedió a elevarlos de rango nombrándolos "Inspectores en nom­bre del Cielo". Su mi­sión sería la de altos funcionarios encargados de inspeccionar y prevenir las enfer­medades contagiosas. El proceso de trans­formación de malo a bueno todavía no ha ter­minado, según Liu Chih-wan, ex investi­gador del Instituto de Etnología de la Aca­demia Sínica, actual­mente jubilado. Liu dis­tingue seis fases para el Rey Inspector: "Empezó como el fantasma enfurecido de una víctima epidémica; luego ascendió a Rey de las Fiebres, destructor de los demonios de las pestes; después, se convirtió en Dios del Mar, protector de los navegantes; más tarde pasó a ser Dios de la Medicina, maestro de las artes curativas; y finalmente se ha transformado en un espíritu bueno, guardián del país y su pueblo. Sólo le queda ser una deidad omnipotente". "Esta transformación de demonio malvado en objeto de adoración auspiciosa ilustra la adaptabilidad y la naturaleza tolerante de la religión popular", dice Huang Wen-po, un estudioso de las cos­tumbres folclóricas. El pueblo honra al dios de las pestes con muchos nombres, tales como Dios de las Fiebres, Enviado del Desastre, Inspec­tor en nombre del Cielo, e incluso Señor del Socorro, Señor Rey y Rey o Príncipe Viajero. Pero el apelativo más amplia­mente usado es Wangyeh (Abuelo Rey). En realidad, el nombre Wangyeh es dado a cualquier espíritu o ídolo masculino, bueno o malo. Fa­mosos son los cinco Wangyehs del Tem­plo Tai Tien Fu de Nankuanshen y también muy conocidos son el Señor de las Rocas y el Rey de los Arboles. No obs­tante, éstos por lo general tienen ape­llido, pero carecen de nombre de pila. Quizás se deba al poder del mito, o a la simpleza de la lógica que prevalece en la gente sencilla, pero la verdad es que a pesar de haber mejorado notablemente las condiciones de vida, ahora se sigue venerando al Wangyeh de las epidemias. La práctica conocida como "Quema del Barco Real", que acompaña su culto, también ha evolucionado. De una ceremonia para en­viar al dios de las pestes a seguir su camino, ha pasado a ser un rito para pedir protección y atraer buena suerte. En la actualidad, la incineración es realizada con gran pompa y entusiasmo. Al parecer, esta costumbre surgió en la costa sudeste de China, donde la población imaginaba que los demonios de las plagas habitaban en el océano. Si no era así, ¿por qué entonces atacaban siem­pre a los pueblos costeros? Por eso, tras recibir y presentar ofrendas al Rey de las Fiebres, la gente lo instalaba en un her­moso barco con la esperanza de que volviera para siempre a su casa. Lo cierto es que esas naves no se perdían en el océano sino que la mayoría de las ve­ces encallaban en las Islas Pescadores (Penghu) y en otros puntos de la costa su­doeste de Taiwan. Al principio, las per­sonas ni siquiera osaban acercarse. Pero cuando ya no podían hacer caso omiso de él, no les quedaba más remedio que invitar a la figura de Wangyeh a bajar. De otro modo, se corría el riesgo de enfurecerlo. A mediados y fines de la Dinastía Ching (1644-1911), la costumbre de hacer zarpar barcos reales empezó a acompañarse de su cremación, costumbre bauti­zada como "Navegar por la Vía Láctea". Actualmente, ésta es la gran final del Fes­tival Wangyeh, celebrado a mediados del sexto mes del calendario lunar. El barco real La nave es una construcción ver­dadera, hecha con madera de calidad e in­cluso con más detalles que las de uso habitual. El primer paso consiste en pedir a los espíritus que indiquen qué árbol de­berá cortarse para hacer la quilla. Luego se invita al "Rey Capitán", un muñeco de bambú y papel, a supervisar la tarea. Los carpinteros no pueden comer carne du­rante los dos o tres meses de trabajo. Al terminarse la faena, en la noche antes de lanzarlo al mar, la gente del pueblo carga las "trece bodegas y cabinas" mediante una ceremonia. Un sacerdote taoísta pregunta: "Tres mástiles, ¿están aquí?" A lo que los aldeanos responden al unísono: "¡Sí, están aquí!" Todo se nombra: desde la leña y el arroz hasta el impermeable taiwanés de paja y el sombrero de bambú, pasando por naipes de cuatro colores y un juego de ma-jong. En fin, todo lo que un viajero pueda necesitar. Ahora, también se incluyen televisores y neveras. Cuando los aprovisionamientos han sido entregados, es hora de que los tripulantes (de papel) tomen sus puestos. El capitán, el timonel, el marinero de cubierta y el capellán son ubicados en sus sitios. Luego sube el rey y todo está listo. Suenan los ba­tintines y los tambores. El sacerdote taoísta tira de una cuerda para "levar el ancla" y derrama agua frente a la proa de la nave, proclamando que "la ola está en alto". Luego con un azadón marca un surco en la tierra para "abrir un canal" hacia el mar. Al amanecer, los fieles empujan la nave hasta un punto de la playa donde se ha diseminado dinero de ofrenda. Se enciende ese mar dorado y las llamas empiezan a envolver el barco. Ahí van las epidemias de antes y las creencias que, aunque cam­biadas, aún prevalecen hoy.

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