05/05/2024

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El jade de China

16/10/1992
Mucha gente suele llevar una pata o un rabo de conejo u otra cosa que le sirva de amuleto para "atraer la buena suerte". Esta costumbre popular en cualquier parte del mundo, también se puede observar en Taiwan. El objeto que acá se suele elegir de amuleto es una pieza de jade, pues el decir popular le atribuye la virtud de proteger de las grandes desgracias a quien la lleva. En realidad, no sólo es un amuleto sino que es muy cotizada como una piedra semipreciosa o una obra de arte y, más aún, trae engastados en sí recuerdos y tradiciones que le dan un valor especial. Aunque no procede directamente de estas tierras, el mundo entero ve en ella un signo del arte de China, debido a que las piezas más bellas producidas en este material fueron talladas por sus artesanos desde tiempos pretéritos. Raíces guerreras Los jades vienen desde las raíces mismas de la historia de China. Pasan de ser arma en los tiempos primitivos, debido a la dureza que poseen, a instrumento del culto a las deidades a causa de su ya reconocida belleza y valor. Se han encontrado piezas circulares y rectangulares que datan de más de 200 años antes de Cristo. Ellas representaban a los dioses del cielo y la tierra respectivamente. De ahí, se transformaron en objetos artísticos y llegaron paulatinamente a ser considerados infaltables para un caballero de la nobleza como signo de su rango en la sociedad, de su alcurnia. Generalmente sólo la gente de la alta sociedad, nobles y adinerados, podían llevar los jades. Ya en un principio fueron adorno preferido. Había aros, pendientes y horquillas para las damas, brazaletes y petos para los hombres. Y unos y otros usaban colgantes para que las túnicas de seda no se levantaran con el viento. Entre otros utensilios de la vida diaria había vasos, apoyabrazos, peines y cajitas de todos portes y para todos los usos. Fue característico medir la elegancia de alguien por el rítmico tintineo que estas piedras -colgadas a ambos lados de la cintura sobre sus ropas- hacían cuando caminaba. Si éstas producían un ruido desordenado, quería decir que la persona había perdido la compostura o roto la etiqueta requerida a su rango. Además, estaba estrictamente determinado qué tipo de jade podría llevar cada uno. El blanco era el color del jade de uso exclusivo del emperador. Los demás usaban tonos verdes, mates y rojos. En las antiguas dinastías chinas se comparó a estas obras del cincel con las virtudes de las personas, dando origen al dicho:"La moral de un caballero debe ser como el jade". Dado que la jadeíta (o nefrita), sustancia que forma esta piedra semipreciosa, es de dureza cercana al diamante, requiere de mucha habilidad de parte del artesano para esculpir en ella la figura deseada. A pesar de lo rudimentario de las herramientas usadas antaño, se pudo crear piezas de delicada belleza, ya fuera para el uso ritual en el comienzo, como para adorno después. En la actualidad, las máquinas y la técnica han facilitado enormemente la obtención de obras de arte sin parangón. Inmediatamente brota la pregunta: ¿Cómo se distingue un buen jade? Aparte del trabajo artístico, se debe reconocer la calidad de la piedra. Para unos, el jade de color verde cristalino es el más preciado. Para otros, debe ser el jade lechoso, cuyo color se debe a las múltiples sustancias que, en distintas proporciones, se han juntado a la jadeíta original. En realidad, si hablamos del color, se le puede encontrar en diversos tonos que incluyen al rojizo, ambarino y variaciones desde el blanco hasta el verde oscuro. Siempre es traslúcido y con un brillo mate. El jade auténtico es muy frío al tacto y nunca es transparente. Si el compuesto principal es jadeíta, su superficie es destellante cuando se la pule y brilla como el cristal. Y si es nefrita, adquiere un brillo aceitoso. El emperador Chien-long (1736-1795), de la Dinastía Ching, era un entusiasta coleccionador de jade. De todos los rincones de China le llegaban los más hermosos trabajos cincelados para agradarlo. Incluso en su época se importaban piezas de arte desde la India. Los jades indios se caracterizaban por ser delgados y tener intrincados diseños. Los artistas combinaban lo tradicional con lo exótico para realizar piezas de asombrosa belleza. Algunas de estas creaciones estaban mezcladas con loza de colores rojo y verde para dar forma a hojas y flores engastadas en hilo de oro. También se importó este mineral, en bruto o tallado, de Birmania y de Turkestán. Según los registros que se guardan desde la Dinastía Ching, algunas obras de arte tomaron casi medio mes de trabajo y otras piezas portentosas necesitaron de más de diez años dedicados a su tallado. Los artesanos pocas veces repetían el modelo. El proceso del cortado se consideraba tan importante como la calidad de la piedra en su estado natural. El primer paso consistía en estudiar la pieza en bruto para determinar qué labrado debía hacerse. Hoy, para el ciudadano de Taipei, es un recorrido casi obligatorio en su paseo dominical visitar el "Mercado del Jade". Todos los fines de semana, gran número de comerciantes extiende sus mesitas con las más variadas tallas de esta joya ante los ojos ávidos de la muchedumbre. Entre los chinos de Taiwan se aprecia mucho el poder adquirir un destello de historia y belleza para juntarlo a la tradición familiar. Arte en cada día Las obras de talladores famosos son mostradas no sólo en el Museo Nacional del Palacio, sino también en exposiciones de colecciones privadas, que incluso han salido del país para ser exhibidas en Europa y América. En la vida cotidiana el jade se encuentra en las joyerías junto al oro, que le realza sus características. Amuletos, réplicas de las piezas más famosas, anillos de una sola pieza de jade o trocitos engastados en una argolla de oro puro son los que reciben la mayor aceptación en el mercado. La gente suele atar las sortijas o los amuletos con un cordón de seda de color rojo para llevarlos colgados del cuello. Se compran barritas de jade para tallar en ellas los sellos personales y usarlos para poner el cuño a cualquier tipo de documento o trámite a realizar en la sociedad. La fría y profunda belleza del jade, no importando el color o la forma que tenga, representa todo aquello que es eterno para quienes ya han empezado a conocerlo.

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