Cuando vivió en la tierra, el dios de la cocina era un albañil miserable, destinado a ser pobre toda su vida. Cuanto más trabajaba, más empeoraba su condición, hasta que al fin tuvo que separarse de su mujer y casarla Con otro hombre.
Un día prometió hacer un trabajo para el hombre que se había casado con la que fuera su mujer. El albañil no tenía idea de quién era ella, pero su esposa solía pensar todavía en él y puesto que no era posible llamarlo abiertamente, pensó que secretamente podría ayudarlo.
Aunque todavía era bastante pobre, su nueva familia en cambio, era más acomodada. Cocinó entonces algunos pastelillos de ajonjolí, escondiendo dentro de ellos algunas
mon das.
Cuando el albañil hubo terminado su trabajo, ocultando su personalidad, ella le envió los pastelillos como regalo para el viaje, sin mencionar nada acerca del dinero. Sin embargo, él destinado como estaba a no tener dinero nunca, fue incapaz de conservar esta inesperada donación.
De vuelta a casa, el albañil se detuvo a descansar en una casa de té, donde otro cliente vio su cesta llena de pastelillos y le pidió que se los diera a probar. El albañil le alargó uno y el otro hombre encontró una moneda dentro. Inmediatamente halagó al albañil, persuadiéndolo para que se los vendiera por una pequeña cantidad.
El albañil había nacido bajo una estrella desafortunada y pensó que hacía un pequeño negocio vendiéndolos. En esta forma perdió todo lo que su mujer le había dado, como muestra de su amor secreto.
Más tarde descubrió lo que su esquiva y enamorada esposa le había dado en el interior de los pastelillos, de los que con tan mala suerte se había desprendido, por lo que pensó para sí: "Estoy destinado a pasar toda mi vida en la pobreza. ¿De qué me sirve continuar?"
Y se quitó la vida. Pero el gobernador del cielo se apiadó de su miserable existencia, nombrándolo dios de la cocina, en reconocimiento a su bonóad y honestidad.
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