En Chu Ming hay muy poco de la excentricidad tradicional del artista. "No me confio en la inspiración ni pienso en lo que los artistas deben hacer, -dice- agregantio: si tuviera que esperar por estas fugaces nociones, tendría que permanecer sentado ocioso durante una semana o incluso durante un mes."
A cambio de eso, el escultor taiwanés de 51 años ha partido y cortado a su manera, decenas de miles de troncos de madera, para alcanzar la aclamación internacional. Eso es mas bien lo que suele hacer.
"Cada manana me levanto muy temprano y hago lo mismo día tras día -dice en la colina en donde tiene su estudio y residencia en las afueras de Taipei- agregando: vivo como lo hace el promedio de cualquier persona".
"Es realmente como la rutina de una oficina, excepto que para mí ésto es mi trabajo; disfruto al hacerlo y tengo que realizarlo contínuamente."
Chu, quien desde los 15 años de edad recibió adiestramiento como aprendiz en la tradición folklórica de la: escultura en madera, ha creado una serie sucesiva de figuras animadas apegadas a la tierra, conocidas sencillamente como El mundo viviente. "No puedo pensar en ninguna razón. Para una gran cantidad de cosas no existe razón alguna. Considero que el tema que conozco mejor es la humanidad, puesto que he vivido y formado parte de ella desde hace más de 50 años."