07/05/2024

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CUENTOS FANTASTICOS - La oscura doncella del noveno cielo

16/05/1986
Había una vez un hombre muy pobre que vivía solitariamente en un horno abandonado. Trabajaba cuando encontraba a alguien que le quisiera emplear y cuando no, recogía madera para el fuego en los campos o bien estiércol en los caminos. A veces no ganaba suficiente dinero y pasaba hambre; otras veces, las menos, podía llegar a ahorrar unas cuantas monedas de cobre. En la fiesta de Año Nuevo, todo el mundo compra las cosas que necesita para la celebración: pescado, carne, vino, vegetales, incienso, fuegos artificiales, inscripciones y muchas otras cosas. En la noche de Año Nuevo, el hombre pobre cogió 200 monedas de cobre de las que había ahorrado y fue al mercado. Dio un vistazo pero no pudo encontrar nada que le gustara. Finalmente vio colgando de una pared una pintura de una hermosa muchacha y se sintió tan arrebatado que no podía separar sus ojos de ella. "¿Quiere comprarla?" le preguntó el vendedor y cuando el hombre asintió con la cabeza, el vendedor le dijo que el precio eran 600 monedas de cobre. El hombre pobre no vaciló, corrió a su casa y cogió todos sus ahorros que sumaban 500 monedas de cobre. "Si utilizo también las 200 monedas que tengo en el bolsillo -pensó- tendré 700 y podré comprar también dos fanegas de arroz". Volvió corriendo al mercado, compró el cuadro y después gastó el resto en una fanega de arroz y tres cabezas de col blanca que se llevó al horno. A la mañana siguiente, cuando todos se deseaban un feliz Año Nuevo, apareció colgado en el viejo horno, un hermoso cuadro, con un gran plato de col delante de él. El hombre pobre se arrodilló modestamente y se inclinó ante la hermosa mujer. A partir de ese día, antes de cada comida y al regresar de cualquier lugar a donde fuera, solía inclinarse ante el cuadro. Nada fuera de lo normal ocurrió durante seis meses. El cuadro le hacia sentirse muy contento y le apaciguaba cuando se encontraba cansado. Un día llegó a casa muy agotado y hambriento y con gran sorpresa suya, mientras abría la puerta aspiró un delicioso aroma a comida. Hizo su reverencia y fue hasta la olla, la cual estaba llena de arroz caliente recien cocido. Al principio se hallaba demasiado asustado como para comer, pero luego puso una ofrenda ante el cuadro, como de costumbre y comió hasta sentirse satisfecho. Por la tarde salió a recoger madera para el fuego y a su vuelta la comida se hallaba otra vez preparada. Se preguntaba quién podía haberla cocinado. A la mañana siguiente simuló ir a recoger estiércol, pero, en vez de ello, se escondió detrás del horno y observó atentamente por si alguien entraba. Esperó un rato, pero nadie entró. De repente, oyó a alguien moverse dentro de la casa. Deslizándose sin ser visto, llegó hasta la puerta y atisbó dentro de la habitación. Vio entonces a una bella muchacha haciendo fuego junto a la estufa. En la pared no había nada excepto un trozo de papel blanco y liso. El hombre empezó a temblar de excitación y no sabía qué hacer. Finalmente, volvió sobre sus pasos, tosió y empezó a andar ruidosamente hacia la puerta. Cuando entró en la habitación, el cuadro de la bella muchacha se hallaba de nuevo colgado en la pared y la olla estaba llena de comida a medio cocinar, con el fuego todavía crepitando debajo. Por la tarde, salió otra vez y esperó hasta que escuchó unos pasos ligeros moviéndose por la habitación, seguidos del suave traqueteo de la tapadera de la olla, el sonido del agua al ser vaciada en un recipiente, el chasquido del pedernal y las tenazas para encender el fuego y el soplido del fuelle. Conteniendo el aliento, se dirigió hasta la puerta y entró bruscamente; fue hasta el cuadro, lo enrolló rápidamente y lo escondió. Cuando miró a su alrededor, vio a la bella muchacha junto al fuego. Inmediatamente se acercó a ella, arrojándose a sus pies. Permaneció así arrodillado, hasta que ella lo levantó y le dijo "Puesto que lo has descubierto todo, debemos vivir juntos y así ya no estarás tan solo". La muchacha cuidó tan bien de la casa que el dinero fue aumentando casi al ritmo que crecen los árboles. Al cabo de seis meses tenían tanto oro y plata, que decidieron construir una casa con salones, pabellones y terrazas y llenarla de tesoros y tejidos preciosos. En ella vivieron felices juntos y cada persona que pasaba por allí exclamaba: "i Qué extraño! Hace seis meses aquí sólo había un viejo horno desierto. ¿Quién habrá construido este maravilloso palacio?" El hombre no dejaba de preguntar a su esposa quién era, pero ella solamente sonreía, sin darle ninguna explicación. Pero una vez, insistió tanto que le dijo, medio en broma, medio en serio: "Soy la oscura doncella del noveno cielo. Como castigo por algún pecado que cometí, fui condenada a descender a la tierra y permanecer en ella durante unos cuantos años". Pero al preguntarle por cuántos, no respondió. Pasaron tres años y nació una niña que les hizo aún más felices de lo que eran antes. De todas formas, un día la mujer se empezó a preocupar, como si hubiera pasado algo extraño y desde entonces dejó de comer. Temiendo que estuviera enferma, su marido mandó buscar un médico, pero ella se negó a ver a nadie, preguntándole simplemente: "¿Conservas todavía el rollo de papel blanco? Me gustaría verlo otra vez". El marido pensó que después de vivir con él durante tres años y criar a su hija, no querría ya abandonarles; así que no se opuso y fue a buscar el rollo. Tan pronto como lo hubo desenrollado, su esposa desapareció y la hermosa muchacha apareció de nuevo en el papel. El se arrojó al suelo y lloró y su hijita lloró también, pero la imagen no se movió. Entonces colgó el cuadro en la pared y lo adoró como lo había hecho antes y más tarde su hija también hizo lo mismo; pero la doncella del cuadro nunca volvió a recobrar vida. Cuando los habitantes de la aldea se enteraron de lo ocurrido dijeron: "El tiempo que la oscura doncella del noveno cielo tenía destinado a pasar sobre la tierra, había tocado a su fin y así pudo regresar al cielo". (c) Miraguano Ediciones Hermosilla 104, 28009 Madrid

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