07/05/2024

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III. CUENTOS FANTASTICOS - La hija de la bruja (III)

16/06/1986
Esta, al ver que le había traído la cama, le dijo: "Al oeste, en las montañas del rey de los monos, hay un gran tambor. Tráelo y lo haremos sonar en la boda". Cuando el joven iniciaba el viaje, apareció la hija y le preguntó: "¿Qué tarea te ha encargado mi madre ahora?" A lo que él replicó: "Debo ir a robar el gran tambor del rey de los monos". Ella le dijo: "He escuchado que el rey de los monos se ha ido al cielo del Este y todavía no ha vuelto. Al pie de las montañas hay un lago de barro. Si te revuelcas en el fango como hace el rey de los monos, todos pensarán que eres un antepasado de ellos y te acogerán en sus casas. Te daré una aguja, un poco de cal y un poco de aceite de habas. Lle­varás todo esto contigo y cuando te amenace algún pe­ligro, arrojarás primero la aguja, después la cal y final­mente el aceite". El joven tomó las tres cosas, se dirigió al lago de barro que había al pie de las montañas, re­volcándose en él hasta que todo su cuerpo, excepto los ojos, es­tuvieron rebozados de barro. Subió entonces a la colina y todos los monos bajaron de los árboles gritando: "i Abuelo, al fin has llegado!" Todos se con­gregaron alrededor de él y lo transportaron en una gran arca. El joven dio una palmada y dijo:"Vuestro abuelo ha venido desde muy lejos y está muy hambriento. Rápido, id hasta el huerto de los melocotoneros y traedme algunos melocotones". Los monos se apresuraron, tan rápido como pudieron, con cestas de todos tamaños. Tan pronto como desapare­cieron los monos, el joven saltó del arca, cogió el gran tambor que vio colgando en una guarida y echó a correr. No se había ale­jado mucho de la colina, cuando escuchó que los monos lo perseguían, gritándole:i Ladrón condenado! Hacías pasarte por nuestro abuelo para robarnos el tambor. ¡Espera que te capturemos!" El joven sacó rápidamente la aguja de su bolsillo y la arrojó a sus es­paldas, donde se convirtió en una montaña de agujas. Los monos se rasgaron la piel y se rasguñaron los ojos, pero conti­nuaron persiguiéndolo. En­tonces sacó la cal y la tiró tras él, donde quedó convertida en una enorme montaña caliza. Los monos, con la piel desga­rrada y los ojos sangrando, se estrellaron contra la cal y sufrie­ron tan terrible tortura, que al­gunos murieron, pero el resto todavía pudo continuar su per­secución. Entonces, el mu­chacho arrojó la botella de aceite de habas, que al derra­marse se convirtió en una montaña resbaladiza. Cuando los monos intentaban subir, resba­laban y pronto el joven escapó y volvió ante la vieja, antes de la puesta del sol. Cuando la viuda vio que le había traído el gran tambor, le dijo: "Todavía es de día. Ve al jardín y corta dos varas de bambú, para hacer una mosqui­tera para tí". Pero él se quedó pensando: "¿Qué brujería me esperará en el jardín?" Reunió todo su valor y fue a preguntarle a la hija. "El jardinero es un ho­rrible mounstruo peludo -le ex­plicó ella- Le gusta desollar a los hombres y comerse sus dedos. Si tratas de cortar los bambúes, correrás ciertamente grave peligro". Cogió entonces una chaqueta hecha de coco, poniéndosela sobre los hombros; después colocó diez cañitas de bambú sobre sus dedos y le dio un hacha de doble filo. "Sé rápido -le dijo- y nada te sucederá" . El joven se apresuró a ir al jardín, encontró el bambú y lo cortó. Un hombre oscuro y peludo salió de entre los mato­rrales, agarró la chaqueta hecha de cocos con una mano y arrancó las pequeñas cañitas con la otra. Pensando que la chaqueta era la piel y el bambú los dedos, empezó a comér­selos. Mientras tanto, el joven se alejó corriendo.

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