02/05/2024

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V. CUENTOS DE ESPIRITUS - El espíritu del agua (I)

26/11/1986
Había una vez, en tiempos remotos, un hombre pobre y de buen corazón, pescador de oficio, que vivía con su familia compuesta de tres miembros, en una choza de paja, a orillas de un río y en medio de un espeso bosque. Desgraciadamente, el pescado escaseaba, pues casi había sido exterminado por los cormoranes, así que durante varios días volvió a casa con la cesta vacía. No había nada qué echar en la olla de cocinar. Los niños lloraban; su mujer protestaba y al él no le quedaba más que fruncir el entrecejo. Una noche, cuando la luna acababa de aparecer por sobre las montañas, no hacía sino dar vueltas inquietas en la cama. Su mujer e hijos dormían profundamente. De pronto le pareció escuchar un golpe en la puerta. Pensando que nadie podía andar por allí a esas horas de la noche, no prestó mucha atención, hasta que finalmente, el golpear se hizo muy insistente. Como no le tenía miedo a los fantasmas, se cubrió con alguna ropa y dio una mirada por medio de la ventana que había junto a su cama. El disco plateado de la luna brillaba a través de los pinos sobre las colinas del oeste y un viento helado soplaba a través de la ventana. Yendo hacia ella preguntó: "¿Quién anda ahí?" A lo que una voz respondió:"Soy yo. Te traigo pescado. Abre la puerta en seguida". A lo que el pescador respondió: "¡Oh!, ¿eres tú acaso el Espíritu del Agua?", puesto que cierta vez había escuchado que este Espíritu, solía pescar a veces para otras personas. Al responder la voz afirmativamente, el pescador abrió la puerta. Un enano, vestido con un impermeable y un enorme sombrero de paja, entró sonriendo en la habitación, con una cesta llena de pescado sobre la espalda. Entonces le dijo al pescador que sacara la mitad y que cocinara y se comiera el resto; pero bajo ningún pretexto debía decirle a nadie quién lo había traído. El Espíritu del Agua cocinó el mismo pescado de la forma más simple; no utilizó especias -sólo aceite y sal- pero la cena supo deliciosa. Cuando terminaron, concertó una cita con el pescador en cierto lugar, para ir a pescar a la noche siguiente. Por la mañana del otro día, el pescador vendió el pescado; compró arroz y le dijo a su esposa que un amigo le había prestado algún dinero. Todo el día permaneció sentado, reflexionando sobre su experiencia. Cuando su esposa lo apremió para que saliera, él simplemente respondió que no había pescado y que era una pérdida de tiempo bajar hasta el río.

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