02/05/2024

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Así nos ven: Diplomacia e ideología - Por Mario Jaramillo Contreras

06/07/1983
"El abierto rechazo a la 'doble estrategia' de Pekín, es el rechazo de Taiwan a una diplomacia falaz, inspirada en la filosofía marxista del materialismo histórico ".

Desafortunadamente la comunidad internacional ha pretendido, influenciada por el régimen comunista chino, hacer de China libre un problema. Una vasta red propagandística desplaza con cierta periodicidad y hacia receptores precisos una imagen de la República de China distorsionada, con sutiles vaguedades, cuyo objetivo no es otro que el de confundir interesadamente la visión clara de la realidad en el Asia Central y Oriental. El problema nace, a contrario sensu, del régimen instaurado en China comunista y proyectado por ellos mismos en sus hermanos de ultramar.

Los instrumentos empleados no difieren sustancialmente de los utilizados por la Unión Soviética para alcanzar sus fines. Es decir, el ejercicio concienzudo de la dialéctica marxista. El Partido Comunista Chino clama a sus hermanos del Kuomintang un acercamiento, un diálogo tendiente a buscar la reunificación de su pueblo. En apariencia, el deseo es noble, pero más allá, en el fondo, se halla el "doble juego estratégico de la paz y de la guerra", simulado bajo el atractivo nombre de "conversaciones de paz". El mundo conoce ya tres tentativas semejantes: una primera cubre el período entre 1921 y 1936, posteriormente de 1936 a 1948, y finalmente de 1949 hasta hoy. Por tratarse, en este caso, de la cuestión directa Pekín-Taipei, analizaremos tan sólo esta última etapa, aunque sobra aclarar que las anteriores tentativas están temporalmente ubicadas en épocas cuando aún no se había producido la usurpación continental por parte del ejército popular de Mao Tse Tung, y en las cuales, los comunistas chinos, por instrucciones de la Tercera Internacional Comunista se infiltraron dentro del Partido Nacionalista y más tarde, con posterioridad a la guerra de resistencia contra el Japón, emprendieron su escalada revolucionaria.

A partir de 1949, cuando se trasladó el gobierno de la República de China en Taiwán, bajo la dirección de Chiang Kai-Chek, la política propugnada por el Partido Comunista de Pekín ha sido generalmente la de la paz como otro medio de guerra: la idea de tomar a Formosa no ha dormido a pesar de su derrota en Kinmem. Aunque, como consecuencia de ella, se optó por la práctica de la diplomacia, ésta posee fines similares. Ya en el año 1954, Chou En-Lai, decía al congreso nacional popular que "liberarían" a Taiwán por medios pacíficos. Así, continúa la "doble estrategia" que va desde la "diplomacia del pingpong", empleada por los comunistas chinos, en 1971, al invitar al equipo de ping-pong de los Estados Unidos dentro de una campaña de conquista a Occidente dispuesta, en forma de aislar y presionar a Taiwán en torno a una reunificación a su manera, hasta 1981, cuando el Kuomintang aprobó una disposición en la que se proponía la reunificación basada en principios democráticos. No obstante, los dirigentes comunistas variaron fundamentalmente su contenido mostrando al mundo puntos disímiles a los originales dentro de un común estilo de juego de palabras. En últimas, de acuerdo con la propuesta tergiversada, Taiwán ingresaría con el tiempo al régimen comunista. Vanos objetivos. El abierto rechazo a la "doble estrategia" de Pekín, es el rechazo de Taiwán a una diplomacia falaz inspirada en la filosofía marxista del materialismo histórico.

Ahora bien, dentro del ejercicio diplomático de China comunista, puertas afuera, puede distinguirse una diáfana dicotomía: han sembrado para ellos una estampa de bondad pacífica mientras que sobre sus hermanos de la isla distribuyen la efigie de Caín. A su vez, dentro del asunto Pekín-Taipei y hacia el resto del mundo, apoyados en su temporal animosidad frente a Moscú, ventilan intenciones de "convivencia pacífica" o de coexistencia amistosa. Sin embargo, su propio sistema ideológico de lucha de clases y revolución, y por ende, en un momento dado expansionista, les impide filosóficamente proyectarlo hacia la eternidad. Esto significa, más que nada, una mezcla un tanto peligrosa y contundente de diplomacia e ideología.

El mundo libre tiene en Taiwán un subestimado bastión contra el avance, cada vez más significativo y precipitado, del marxismo-leninismo. Pese a que "la ideología comunista no tolera ninguna isleta de libertad", como lo anotara Solzhenitsyn, al clamar al pueblo de Taiwán que no aceptara adormecimientos en su juventud, China Libre es hoy, junto con Corea del Sur, el más decidido aliado de Occidente, aunque parezca contradictorio. Es uno de los más cimentados muros de contención del Mundo Libre. Un oasis que ha sorteado con valentía los disparos de la diplomacia dicroísta de su contraparte ideológica en el Pacífico. Un oasis que defiende con fuerzas inextinguibles un modo de libre convivencia, un estilo exitoso de desarrollo económico y social, plenamente logrado con el tenaz esfuerzo de sus gentes quienes desde la isla no esconden la esperanza de transferir su modelo, de extirpar, pacíficamente, un régimen cada vez más impopular y contradictorio en un subcontinente ansioso de libertad.

No hay tal "problema de Taiwán". El problema está al otro lado del estrecho de Formosa diseminado entre los mil millones de chinos sub-yugados, como lo están otros tantos en la Unión Soviética, en el Tercer Mundo, y como quizá lo estarán muchos más, en nombre de una ideología históricamente diluida en sangre de inocentes.

(El Siglo. Bogotá. 15 de mayo de 1983).

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