20/05/2024

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Así nos ven: Desarrollo y defensa de las tradiciones (I) - Por Carlos Morales

26/07/1982
-Tsao an. Ni hao ma? Ni jen piaoriá. Shih buen kuin sing?- Le dije con atrevimiento a una linda recepcionista de mi hotel en Taiwán.
Y aquella presuntuosa frase, de mi recién aprendido vocabulorio chino, habría de desatar toda una cadena de risitas y movimientos que vibraban entre sus compañeras con genuflexiones incomprensibles que me recordaron que estaba en otro mundo.

Yo simplemente le había improvisado un saludo. De paso le había formulado un piropo y también le preguntaba su nombre, pero aquellas cuatro frases sueltas, aprendidas a fuerza de repetición por las calles, no tuvieron respuesta lógica, solamente risitas y genuflexiones que se mantuvieron a mi paso durante toda la semana de hotel.

Confieso que me turbó un poco la encadenada reacción de las jóvenes. Pensé que mi aprendizaje del chino andaba bastante mal, que talvez mi entonación convirtió la frase en un exabrupto y, en todo caso, que las muchachas se burlaban jubilosamente de mi occidental aspecto.

Algo había de eso. Estaba en otro mundo y a ratos me resistía a reconocerlo. Pero, ¿cómo iba a reconocerlo?, si la campiña era igual que la nuestra, si el cielo nublado parecía Cartago, si los atuendos eran los mismos, si la lluvia caía con igual fuerza, y si en el cuarto me habían decorado una canasta repleta de mangos, naranjas, bananos, melones, manzanas de agua, nísperos y otras frutas de las que uno come en Aserrí o en Guápiles.

Sin embargo, claro que era otro mundo, y las chinitas tenían razón. Después llegué a comprenderlas. Sobre todo cuando supe que la barba es considerada en oriente como un rasgo de suciedad, de desaliño y no precisamente de bondad. Así y todo, no me rasuré. Con esta alambrera en el rostro me dispuse a recibir otras sorpresas y aquí se las voy a contar.

La disciplina como virtud

Taiwán es una isla principal (35.773 km2), con 12 islas menores. Su población supera ya los 20 millones y las ciudades más grandes constituyen una conflagración de automóviles y motocicletas, que en nada se diferencian de los grandes centros nerviosos del Occidente.

El visitante que arriba a Taipei (3 millones), con la esperanza de satisfacer sus imágenes exóticas de los chinos cargando dos baldes en una vara, o prestando servicio de taxi en un carromato manual de madera, verá frustrada su visita.

La presencia occidental en esta isla del extremo oriente es un influjo enorme de costumbres y de progreso que, no obstante su beneficio, ha ido aplastando valores culturales sedimentados desde hace 40 siglos.

Los vehículos modernos, los grandes rascacielos, las autopistas enmarañadas, las gigantescas tiendas de departamentos, la industria hiperdesarrollada y los trajes occidentales, convierten a Taiwán en una nación avanzada y rica, cuyo ingreso per cápita solo es superado en el oriente por el archipiélago japonés.

La vieja suposición de que los pueblos sufridos crecen y se superan ante la adversidad, encuentra en esta tierra una prueba incontrovertible. Después de las guerras, de las invasiones y de las luchas intestinas, el pueblo chino ha consolidado su ya de por sí célebre disciplina. La presencia muy sensible, del elemento religioso, con variedades que van del sintoísmo (culto de la naturaleza) hasta el cristianismo practicante, pasando por el budismo, al taoísmo y el confucionismo, le han dado a este pueblo un increíble sentido de la contención y la disciplina.

La dedicación al trabajo, verbigracia, está muy por encima de todas las demás actividades, incluso del entretenimiento y del culto, pues el trabajo es afrontado casi como una religión.

De ese espíritu constructivo, que gira en torno a Confucio y básicamente alrededor de la integridad familiar, por él predicada; los chinos han logrado cambiar el modelo de una sociedad agrícola y pobre,por el de una industrialización autosuficiente. Prácticamente todos los rincones de Taiwán están aprovechados. No hay terreno inculto ni subutilizado, ni siquiera los desfiladeros más pronunciados, que, como en Taroco, han sido atravesados por túneles y carreteras para ponerlos al servicio de una próspera industria turística.
(La Nación, Costa Rica)

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