02/05/2024

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Así nos ven: Desarrollo y defensa de las tradiciones (II) - Por Carlos Morales

06/08/1982
Indiscutiblemente, estamos en otro mundo. La mentalidad del chino es sacarle máximo provecho a la adversidad, convertir en propicio lo negativo, partir del principio de que no hay imposibles. Si la historia ha sido sangrienta, hay que organizarse para la paz, si la guerra les enseñó el hambre, hay que desarmarla con producción, si el territorio es reducido, habrá que robarle al mar, o a los ríos, o a los aires. Y todo eso solo se puede conseguir con una fórmula: más trabajo, más trabajo.

Tal axioma es una ley en Taiwán.Podrá ir en detrimento de algunos placeres o de algunas libertades vanas, pero sus consecuencias están a la vista en cualquier pueblito.

Que un millón de trabajadores se niegue a tomar vacaciones para fortalecer al Estado; que un profesional inicie la jornada a las 5 de la madrugada, o que la termine a las 12 medianoche, no es cosa para sorprenderse en Taiwán. Solo así puede explicarse uno que no haya terrenos baldíos, que el país entero esté en producción las 24 horas del día y que los alimentos, por ejemplo, broten en todos los sobrantes de tierra, en todo lo que aquí llamamos charrales, o en las propias macetas que adornan el interior de las habitaciones.

AGRICULTURA

No obstante que ya Taiwán está dejando de ser un país agrícola, todavía buena parte de su vocación es hacia la tierra. El archipiélago produce todo lo que sus habitantes consumen y cuenta con excedentes para la exportación en productos agropecuarios, ya provenientes de la tierra o del mar. El arroz, las maderas, el pescado en diferentes formas, el azúcar, los espárragos y los hongos, constituyen una importante fuente de divisas en su balanza de pagos. Los Estados Unidos, Japón, Alemania y Hong Kong (en ese orden) son sus mejores clientes.

Aun sin entrar todavía al terreno de la industria, que manifiesta avances impresionantes, todo parece indicar que entre las razones poderosas que han conducido a Taiwán por ese rumbo de progreso, debe figurar la presencia de un sistema de gobierno fuerte. Aunque el sistema político se semeja al de una democracia representativa, en el fondo hay una organización política muy comunitaria y con el fuerte aporte de la familia Soong, que se remonta incluso al líder Sun Yat-sen, considerado padre de la República y llega hasta nuestros días con Chiang Kai Shek y su hijo, el actual presidente, Chiang Ching Kuo.

Un gobierno tan concentrado y cuyos designios son altamente respetados por la población, le permitió al país en 1949 emprender una trascendental reforma agraria que puso el 90 por ciento de la tierra cultivable en manos de los propios campesinos. El método utilizado fue bastante singular, pues no se dejó de indemnizar a los terratenientes, pero tampoco se les pagó de contado. El gobierno les recompensó la expropiación con acciones de las grandes industrias nacionales, de modo que fue privatizando otro sector y los obligó también a mantener su riqueza dentro del territorio.

El armonioso experimento de tenencia de tierras, culminó en la organización campesina para administrar, comprar y mercadear; el tiempo que incrementó notablemente la estabilidad de ese sector y los índices de producción. El campesino chino ha escalado muchas ventajas en dos decenios: ya prácticamente no existen las covachas de palma, sus insumos son adquiridos por la empresa local de autogestión y el Estado descartó el peligro de los intermediarios, estableciendo un sistema nacionalizado de compra. De los 20 millones de habitantes, una tercera parte está dedicada a la agricultura y posee organizaciones comunitarias que el Gobierno estimula. Aunque la creciente industrialización del país atrae cada vez más a los campesinos, el proceso de conversión es muy lento: se estima que en la presente década permanecerá una cuarta parte de la población dedicada al agro.

Si uno tuviera que decirlo por lo que observa, pareciera como si todas las familias taiwanesas fueran agricultoras; pues no hay terreno libre, por minúsculo que sea, que no esté produciendo arroz, frutas u hortalizas.

RELIGION y TRADICIONES

El pueblo chino enseña al foráneo ciudades modernas y un aspecto muy occidentalizado, pero no es preciso indagar mucho para notar que sus comportamientos son notoriamente distintos de los nuestros.

En el propio centro de Taipei, ciudad modernista, cuyo único distintivo oriental son los letreros en chino, el visitante puede cambiar violentamente de atmósfera si penetra en el templo budista.

En una construcción típica, de pronunciadas cumbreras y abigarrados decoros, centenares de personas cumplían ritos diversos de sumisión a Buda. En un primer plano estaban las grandes mesas llenas de frutas: canastas grandes cargadas de bananos, melones, naranjas, etc., eran ofrecidas en testimonio de fe al monje Siddharta Gotama que les enseñó a pensar que "vivir es sufrir". Había un ruido extraño en el templo que se imponía a los olores del sándalo ardiente. Eran las mismas gentes, que llegaron con las frutas para la ofrenda, y que ahora probaban su destino con dos lenguetas de plástico que estrellaban en el piso y esperaban su acomodo final. Si ambas terminaban en igual posición, era señal de buena suerte; si resultaban divergentes. Buda no estaba muy propicio. Entre la multitud superticiosa que lanzaba las extrañas lágrimas de plástico, el ruido se volvía impetinente y había que tener cuidado de no pisarle la fortuna a aquellos feligreses empecinados en destrozar la ley de probabilidades.

Entre el ruido, el humo de sándalo y los aromas de las frutas, alguna señora entonaba sus rezos en ese mandarín exquisito que dentro de aquel templo sonaba a lenguaje celestial.

De vuelta a casa, todos los chinos suplicantes se llevarían las frutas benditas ahora por el acto y se las comerían con una mayor tranquilidad de conciencia.

Parecerá ridículo, pero entre las tradiciones más notorias de los chinos, habrá que señalar una muy occidental: las motocicletas. Nunca en mi vida había visto tantas motocicletas juntas y en simultáneo movimiento. Exactamente como si fueran un enjambre de avispas,presurosamente dirigidas a su colmena, las "vespas" italianas o de manufactura china, cruzan apretujadas las calles de Taipei en una hora pico o inundan las autopistas del puerto industrial de Kaohsiung, a la salida de las fábricas.

La tendencia occidentalizar sus comportamientos es cada día mayor. Las viviendas son apartamentos como en Madrid o en Nueva York. Los servicios sanitarios, de lavatorio y de cocina, son los mismos que en nuestras tierras; y la verdad es que la gran cultura china, la gran tradición milenaria de las dinastías que se anticiparon a la ciencia, está cada día más restringida a los templos budistas y a los grandes museos. En ellos, el occidental puede perder la compostura de sus quijadas, apreciando las miniaturas de marfil, los bajorrelieves de laca o las maravillosas porcelanas pintadas que hicieron a nuestros coterráneos acuñar la célebre frase de "eso es un lujo asiático" , para referirse a alguna exquisitez no disfrutada ni en las cortes francesas del Rey Sol.

SORPRESAS INDUSTRIALES

Taiwán es un territorio más pequeño que Costa Rica. Como archipiélago independiente tiene apenas 30 años de existencia. Sus recursos naturales son más limitados que los nuestros y su población supera 10 veces la nuestra. ¿Cómo entonces no abunda el hambre y la miseria? Las respuestas tienen origen político, religioso, étnico, cultural y económico que no es posible abarcar plenamente en estas cuartillas. Pasemos solo por algunos hechos concretos. El mar es una fuente de riqueza que se aprovecha al máximo. No solo como almacén alimentario, sino como base de muchas actividades industriales. En Kachsiung -la ciudad más industrializada del sudeste asiático- el gobierno ha instalado una empresa siderúrgica verdaderamente mágica. Con agresividad oriental, le han robado al mar toda la tierra que quisieron. Continuará.
(La Nación, Costa Rica)

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