Sus obras, exhibidas varias veces en Madrid, Viena, Berlín, Hamburgo y Nueva York -entre otros sitios- son de un tema común, pero pocas -muy pocas- veces expresado como ella lo hace. Un loto que sale de su pincel, por ejemplo, es un dibujo con estructura básica, con ideas; el color viene a ser luego algo así como un sentimiento o una emoción.
"A veces pinto lo que veo, y a veces lo que quiero ver", dice la artista, para explicar que muchas veces lo que ocurre es que la pintura es similar a las gentes: a veces son y a veces aparentan lo que quisieran ser.
Así, en busca de la autenticidad, sin pretender en ningún momento ser original, inspirándose en un origen como para alcanzar un desarrollo debido, Liang Tung-feng modela y vende sus obras.
Cada cuadro suyo es una estrecha identidad consigo misma y con sus espectadores. Básicamente, parecen guardar una estrecha identidad con la autora, y hasta el título de cada trabajo es como una ampliación literaria, simple, de la situación plástica.
Más que hacer una crítica, lo mejor es decir sencilla y honestamente: Liang, un encontrarse y perderse en la pintura.
Hay algo más, sin embargo, en la pintura de esta mujer: ilustraciones numerosas en blanco y negro (como la que reproducimos hoy con el nombre de "Lotos ") y en color, que bien pueden estar destinadas a ilustrar magníficos trozos literarios o a servir de fondo para una importante exposición.
Son ilustraciones que se bastan a sí mismas como testimonio de vivencias personales, como si la autora quisiera hacer a través de la pintura su propia biografía.
En una palabra, y haciendo algo de crítica, la artista revela su ser a través de cada uno de sus cuadros, y eso es mejor que cualquier entrevista. Por eso no le falta razón cuando repite, una y otra vez, que la pintura es el resultado de lo que la gente es.