07/05/2024

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Literatura: Ella Tendrá Música

06/01/1977
(Viene del Nº anterior)

El número concluyó y olas de aplausos se sucedieron, como el trueno antes de una lluvia de primavera. El éxito era completo. Después de concluir y saludar al público por última vez, Hsia Ting se dirigió al auditorio: "Muchas gracias, señoras y señores, muchas gracias. Me apena tener que despedirme y no sé cómo expresar mi gratitud por su recepción. Quiero tocar una selección no incluida en el programa. Tengo una pieza que deseo ofrecerles esta noche."

La sala quedó en silencio total. Todos esperaban Mozart o tal vez Chopin. Hsia Ting sacó una pequeña armónica de su bolsillo. Estaba algo abollada y en varias partes le faltaba el cromo.

Hsia Ting dijo: "Ordinariamente no se considera a la armónica como a un instrumento de conciertos. Pero esta es especial. Despertó mi interés por la música y me inició en mi carrera. Es la base de todo lo que he hecho musicalmente. Cuando comencé a estudiar en la escuela para ciegos, otro nino -no se si varón o mujer- me la puso en la mano. No sé el nombre de mi benefactor pero ella o él siempre tendrá un lugar en mi corazón. Siempre tendré esta armónica conmigo y tengo la esperanza de algún día poder encontrarme con el amigo o amiga que me la dió. Tomaré esa mano amiga y le hablaré de mi gratitud y de mis esperanzas. Todo lo que he logrado hacer es un regalo de esa persona amiga."

Hsia Tin levantó la armónica a sus labios.

Qué pieza tan movida y tan conmovedora! Era como contemplar el océano iluminado por la luna desde un monte muy elevado. La melodía traía memorias de la juventud. Era como si el pasado nuevamente adquiriera vida.

Ching oyó con su mirada perdida en el vacío y las lágrimas brillaron en sus mejillas.

El concierto concluyó y el público salió de la sala. Ching permaneció allí, temblorosa.

Su padre la tomó del brazo. "Qué te pasa, Ching? Vamos, van a cerrar las puertas". Sosteniéndola del brazo añadió: "Ven. Ya volveremos a oirla".

Ching caminó junta a su padre hacia la calle. Estaba a miles de kilómetros de distancia. Sus pasos parecían llevarla hacia el pasado, hacia un tiempo más de diez años antes cuando....

Sonó la campana. La señorita Hsia, la maestra, estaba en su escritorio corrigiendo cuadernos. Empujó hacia atrás el pelo de su frente y miró a sus discípulos. "Los que han terminado pueden irse". Inclinó la cabeza sobre los cuadernos.

"Hasta mañana señorita. Adios señorita".

Las voces y el sonido de lápices al ser afilados se desvanecieron al irse los chicos uno a uno.

La señorita Hsia recogió sus libros y se disponía a salir cuando vió que una niña pequeña estaba todavía en la sala. "Ching! No terminaste? Tienes alguna dificultad? "

Ching bajó sus ojos ruborizada, como si la hubieran pescado en alguna travesura. Sonrió y dijo "Oh, terminé hace rato, señorita".

"Y por qué no te has ido? Tu familia estará preocupada".

Ching tomó su cartera y salió de la clase con su mano en la de la maestra. Siempre salía algo después de los otros y esperaba que la maestra no lo notara.

Al llegar a casa, Ching vió que su padre estaba durmiendo. Fuera de su respiración, la casa estaba en silencio. Pasó por el cuarto de su padre hacia el suyo. Su padre era periodista y con frecuencia trabajaba hasta muy tarde. Ella estaba habituada a no hacer ruido. Hablaba en voz baja y caminaba con cuidado, ya antes de que su madre se enfermara.

Colgó su cartera escolar y se sentó en la cama. Miraba alegremente a su mano y de cuando en cuando la acariciaba. Era la mano que la maestra había tomado unos minutos antes. Ching no deseaba volver a lavarse esa mano.

Siempre pensó que la señorita Hsia era como su madre, aún antes de que fuera su maestra. Ching la miraba todo el día. Y cuanto más la miraba más pensaba que era como su madre. Y lo era! La señorita Hsia tenía un lunar justamente encima del labio -un poco más chico que el de su madre, pero casi exactamente en el mismo lugar.

El lunar era suficiente para acercarla a su maestra. Por eso le gustaba quedarse en la clase cuando todos se iban.

Antes de tener a la señorita Hsia como maestra, Ching ya había oído que era tan buena maestra, tan dedicada a sus estudiantes, y también tan bonita. No como las otras maestras, decían todos. Ching siempre había sabido que ella era la mejor maestra del mundo. Y ahora que la tenía por maestra, estaba más segura que nunca. Los ojos de Ching habían adquirido un nuevo brillo.

Ching corrió a la cómoda y contempló la foto de su madre. Llamó suavemente:

"Mamá".

Para muchos, la mamá de Ching no era bonita. La mandíbula demasiado aguda y los labios demasiado delgados. Pero para Ching era la mujer más bella del mundo.

Fuera de la señorita Hsia, quién se podía comparar con su Mamá? Una vez había oído decir que su Mamá parecía bondadosa pero que su cara no era una de vida larga. Eso había sido verdad. Tenía apenas treinta años cuando dejó a Ching y se fue al Cielo.

Ching recordaba que el doctor había dicho que su Mamá tenía alguna enfermedad del hígado, y que no había cura para eso. Ella y Papá habían estado a su lado cuando Mamá expiró. Papá había puesto una mano sobre la cabeza de Ching y había murmurado "Mamá está durmiendo". Ching no lloró en ese momento. Pero lloró después al ver llorar a su padre.

Ching tenía entonces sólo seis años y no había entendido. Con frecuencia se admiró de que su mamá durmiera tanto. Ching no tenía hermanos ni hermanas y su vida se hizo muy solitaria. Su papá era muy bueno con ella, pero estaba demasiado ocupado para acompañarla. Al volver a casa solía estar muy cansado y hablaba poco. Tal vez pensaba que ella era demasiado jóven. Ching deseaba que Mamá estuviera en casa para abrazarla y acariciarla. Acariciar a su padre no era lo mismo. Sus bigotes le pinchaban la cara y no era tan blando ni tan consolador como Mamá.

Su papá a veces la llevaba a caminar junto al río. Mientras contemplaban el río, oyó a su papá repetir varias veces "Mamá está muy lejos". Se lo oyó muchas veces.

Ching conservó la esperanza por mucho tiempo. Mamá volvería a casa. Vendría a ver a su hija, ahora tan alta y que ya podía leer y escribir. Si Mamá supiera qué feliz sería ella! Aunque había visto expirar a su madre, y la había vista en el funeral y había estado en el entierro, Ching se aferraba a su esperanza y a sus sueños. Esos sueños la ayudaron a mirar de frente al mundo.

A veces Ching miraba por la ventana las nubes que pasaban flotando. Pensaba quizás que su madre estaba allá, arriba. Por la noche, cuando salían las estrellas, solía levantarse de la cama y acercarse a la ventana. En esos momentos se sentía muy cerca de su madre. Pero qué camino llevaba al Cielo? Tal vez la señorita Hsia lo sabría. Tal vez la Maestra se lo podría decir.

Con la llegada del invierno, se encogía en su acolchado apretando su muñeca. Era la muñeca que su madre le había dado mucho tiempo antes. Acostada así le solía decir a su muñeca "Acércate más". Fingía que ella y su madre se calentaban una a otra. Y así se sentía mejor.

Cuando su papá volvía de su trabajo, a la mañana, la llamaba "Ching, Ching, despiertate! Es hora de ir a la escuela. Vas a llegar tarde de nuevo! "

"Papá, volví a soñar con Mamá. Era tan linda. Y me besó... y también a la muñeca".

Su papá rezongaba. Se sentía triste al oirla hablar de su mamá. "Date prisa. El sol ya está alto".  (Continuará)

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