Orquídea se sentía nerviosa. Miró nuevamente al reloj: las cuatro y media. Demasiado temprano; faltaba todavía una hora entera. No se habría parado el reloj? No, el minutero se movía.
Volvió la vista al libro con un suspiro, pero sin ver nada. Le parecía sentir nuevamente la mano de su cuñado en su hombro. La brisa que había entrado por la ventana había agitado el cabello del cuñado y ella había notado que se estaba poniendo gris. No, ya no se podía decir que fuera jóven.
Orquídea cerró el libro y se levantó. Dudó si debería quedarse en el estudio o volver a su cuarto. "Una hora más de espera" pensó. Si se quedaba allí no le sería posible leer. Se impacientó, molesta con si misma.
Mejor salir del estudio, decidió. Pero caminó con pasos ligeros, cautelosamente. Había formado el hábito de esperarlo junto a la ventana de su cuarto, pero ese día lo deseaba más que nunca.
(Continuará)