29/04/2024

Taiwan Today

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Literatura: Muro

06/02/1977
(Viene del Nº anterior)

Se detuvo, se inclinó para sacarse las zapatillas y con estas en la mano, siguió descalza. No quería que su hermana la oyera. Tenía miedo de ella, de sus ojos, pero no pudo dejar de mirar hacia su cuarto al deslizarse frente al mismo. Su hermana se pintaba los labios frente al tocador. Y se había puesto un vestido blanco con diseños azules. Su hermana estaba prestando más atención a su atavío estos días. Era porque sospechaba lo que estaba ocurriendo? El corazón de Orquídea volvió a agitarse.

Entró a su cuarto en puntas de pie y cerró la puerta sigilosamente. Después se detuvo, sabiendo que sus mejillas se ruborizarían involuntariamente al llegar el momento. Se acercó a la ventana, por la cual podía ver lo que ocurría en la calle, fuera del muro bajo, y los que pasaban podían ver la parte superior de su cuerpo si levantaban ligeramente la cabeza. Orquídea podía decir la hora por los ruidos de la calle. En ese momento podía oir el repiqueteo de dos palillos de bambú del vendedor de pasteles. Serían las cuatro y media. Muy pronto los chicos y chicas que salían de la escuela pasarían en grupos bajo su ventana -entonces serían las cinco. Al pasar los dos ómnibus del ministerio de defensa serían las cinco y veinte. Después, llegaría el momento. Ella fijaba sus ojos en la esquina y cuando él aparecía con su portafolios negro, ella sentía acelerarse los latidos de su corazón. El aminoraba su paso y levantaba la cabeza. Cuando él se detenía frente a la ventana, ella veía una sonrisa y sus miradas se encontraban. Entonces Orquídea inclinaba la cabeza, avergonzada, y se ocultaba entre las cortinas. Pero todavía podía verlo hacer una mueca y seguir su camino. Entonces Orquídea se arrojaba sobre la cama con la respiración agitada mientras el timbre de la puerta sonaba nerviosamente. Orquídea oía entonces los pasos conocidos.

Desde el puesto del vendedor de pasteles seguía oyendo el repiqueteo. "Otra hora de espera. Ay, todavía una hora", se decía.

Su cuñado siempre adoptaba la actitud de un espectador, con una levísima sonrisa en sus labios. Sabía muy bien que Orquídea lo detestaba, pero parecía no importarle. Orquídea casi nunca le hablaba. Si en alguna rara ocasión lo incluía en la conversación, su hermana le daba una mirada de gratitud. Orquídea aborrecía eso. Que su hermana lo compadeciera mientras él se portaba como un espectador aburrido! Era una injusticia! La hostilidad de Orquídea a su cuñado aumentaba.

Un mes después del casamiento, Orquídea se mudó al dormitorio escolar, dando como pretexto que le resultaba más conveniente. Cuando se lo dijo a su hermana, esta palideció y sus ojos se llenaron de lágrimas, pero Orquídea no le hizo caso. Su hermana no la contradijo, y se quedó hasta tarde ayudándola a arreglar sus cosas. Su cuñado sólo le dijo: "Te vas a vivir a la escuela, verdad? " Nada más. Orquídea sintió deseos de pegarle, viendo la sonrisita perpétua.

Al principio Orquídea volvía cada fin de semana. Después comenzó a buscar pretextos para no volver. Su hermana la visitaba con frecuencia, llevándole siempre una caja de masas que eran la envidia de sus condiscípulas. A veces iban juntas al cine. Su hermana nunca la urgió a volver a casa ni mencionó al cuñado. Pero sabía que Orquídea pensaba en él. Cuando Orquídea, por cortesía, le preguntaba cómo estaba su esposo, la hermana le dirigía una mirada interrogante, contestando: "Oh, está bien". Despué cambiaba el tema.

El día del cumpleaños de Orquídea su hermana fue a la escuela y le dió un paquete cuadrado. Orquídea encontró en él una radio portátil, precisamente lo que más quería. El tener su radio le causó gran contento. Su hermana, bajando los ojos por lo que aparentemente no notó la gran alegría de Orquídea, le dijo: ''Tu cuñado tiene una invitación esta noche; probablemente no volverá hasta media noche". Se detuvo. Or­ quídea esperó que continuara, pero su hermana volvió a bajar los ojos y no dijo nada más.

Oyeron la radio y charlaron por un momento. La hermana dijo que era hora de irse. Orquídea la acompañó hasta el portón de entrada. La hermana se volvió bruscamente y le dijo: "Orquídea, podrías venir esta noche a comer conmigo?". Orquídea comprendió entonces a qué había venido su hermana. Al mirarla, vió en sus ojos una súplica. "Sí, cómo no", respondió. El rostro de su hermana se iluminó como si hubiera recibido un gran favor.

Esa noche su hermana preparó los platos favoritos de Orquídea. Parecía muy contenta en medio del trabajo. Era como si aquellos días de antes hubieran vuelto. En aquel tiempo su hermana había sido como una madre cariñosa, y Orquídea como una hija mimada. Recordando todo aquello, Orquídea se sintió muy unida a ella y no pudo evitar una mirada llena de afecto y de emoción.

Por varios días Orquídea no podía comprenderse. Soy demasiado egoísta? Se repetía esa pregunta con frecuencia. Tenía como un vago sentimiento de pena, pero no lo podía localizar. No se entendía, lo mismo que no entendía a su hermana ni al su cuñado. Quería a su hermana y siempre la había querido; era como un hábito. Pero ese amor ya no las unía. Tal vez era porque su hermana era mucho mayor; Orquídea tenía diecinueve años y su hermana treinta. Diez años antes habían venido a Taiwan con sus tíos maternos; sus padres permanecieron en el continente. Su hermana se había casado con un hombre muy rico, que algún tiempo después había muerto en un accidente de tráfico, dejando a su hermana una gran fortuna. Después de la muerte de su cuñado, Orquídea había ido a vivir con su hermana. Había sido una vida agradable y cómoda hasta que un hombre se interpuso entre ellas.

Ese hombre había empezado a visitar a su hermana cada día. Orquídea se sentía disgustada y no procuraba ocultar sus sentimientos. Desde el primer momento encontró al hombre desagradable. Su hermana lo había notado y procuraba evitar su mirada. Orquídea no pensó que se casaran tan pronto. Le disgustó que su hermana no se lo hubiera dicho antes. En ese tiempo Orquídea ya tenía diecisiete años y podía ser considerada como una chica madura. Por qué su hermana no la había consultado sobre una cosa tan importante? Hasta los extraños parecían haberlo sabido. Orquídea se sentía como engañada. Pero fingió tomarlo a la ligera, como si hubiera dado por supuesto que se casarían.

Orquídea odiaba a su nuevo cuñado, aunque sin saber explicarse por qué. Pensaba que no podía ser cosa de celos. Ella no era egoísta. Y ahora que su hermana se había enamorado de ese tipo desagradable y había llegado a casarse con él, ya no merecía el afecto de Orquídea.

Y además, por qué sentirse celosa? Después del casamiento, su hermana se mostraba más cariñosa con ella. Pero ese cariño excesivo irritaba a Orquídea. Hubiera preferido que la olvidaran. Algunas veces Orquídea descubría a su hermana mirándola con ojos come suplicantes, y eso la disgustaba más. Su hermana sabía que ella no era feliz, y Orquídea sabía que su hermana lo sabía, Pero nunca hablaban de eso.

En ocasiones cuando Orquídea entraba súbitamente y encontraba a la pareja charlando, su hermana parecía sobresaltarse y procuraba dirigir la conversación a algo que interesara a Orquídea. Precisamente en esas ocasiones se dirigía a Orquídea con un tono excesivamente afectuoso. Era como si quisiera indicarle que la quería más que a su mismo esposo. Orquídea lo comprendía pero no lo aceptaba. Sentía como un impulso a escaparse. (Continuará)

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