03/05/2024

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Dichos Populares: LIN K'E CHUEH CHING: Cavar Un Pozo Al Sentirse Sediento

06/07/1977
El jóven rey Tsao-kung, del Reino de Lu, no las tenía todas consigo. Sus ministros lo habían amonestado seriamente, más de una vez. El pueblo estaba descontento con el despilfarro en la corte mientras escaseaban muchas cosas necesarias. Los cultivos eran asolados por bandas de maleantes, sin que el rey ofreciera ninguna protección. En los campos militares reinaba el desconcierto. Los gobiernos locales sólo eran recordados por la corte para exigirles más impuestos y contribuciones. Tsao-kung presentía más que sabía que las cosas no iban bien, pero el círculo de cortesanos que lo rodeaba no le daba tiempo para reflexionar con seriedad sobre los asuntos del reino y sus obligaciones como soberano. Por fin ocurrió lo inevitable. La población de todo el reino se levantó contra esa situación insoportable. Los ejércitos, reconociendo la justicia que asistía al pueblo, dejaron que las cosas siguieran su curso. El rey Tsao-kung debió huir. En medio de su aflicción y temor, pensó en su primo, el rey Ching-kung, del Reino de Ch'i. Su primo no sólo le ofrecería refugio sino quizás hasta le proporcionaría fuerzas para reconquistar su trono perdido. La recepción extendida por Ching-kung animó sus esperanzas. El rey de Ch'i le dió la más cordial bienvenida. "Ch'i te acoge con los brazos abiertos, mi querido primo. He oído con gran preocupación sobre los disturbios en Lu. Me complace verte sano y salvo y en buena salud." Después de recibirlo con todo afecto y con la consideración debida a su rango, el rey de Ch'i le preguntó: "Qué ha podido inducir al pueblo de Lu, tan bueno, tan paciente y leal, a levantarse contra tí? " "Ah, majestad", respondió Tsao-kung con una profunda reverencia; "es mi juventud e inexperiencia. A eso debo todos mis pesares. Por mucho que me avergüence el confesarlo, yo tengo la culpa de todo. No me faltaron ni consejos ni admonestaciones de mis ministros. Pero los cortesanos, con su vida disoluta, me envolvieron en sus locas ambiciones. Antes que pudiera comprender lo que ocurría, el pueblo se había levantado contra mí". Le faltó la voz y emitió un largo y doloroso suspiro. El rey Ching-kung se sintió conmovido a la vista de su jóven primo, tan abatido y desconsolado. "Podrás residir aquí por cuanto tiempo quieras, y serás tratado con la reverencia propia de tu título real", le dijo con suavidad, procurando consolarlo. "Por lo demás, quizás las cosas no sean tan desastrosas como parecen". "La amabilidad de Su Majestad me obliga para siempre", respondió el rey desterrado con toda sinceridad. "Mi vergüenza no tiene límites cuando pienso que todo se debe a mi ceguera. Con qué desdén solía tratar a los ministros que noble y lealmente intentaban hacerme conocer la realidad. Si al fin me abandonaron a mis caprichos, no se les puede culpar. Qué otra cosa podían hacer? Yo no tenía ojos ni oídos sino para la banda de aduladores y mercenarios. Me había convertido en un árbol sin raíces -las hojas se mantenían verdes pero cualquier soplo hasta de una brisa otoñal lo podía derrumbar. Y así ocurrió". Por varios días y noches los dos reyes conversaron sobre el penoso suceso. El jóven desterrado no cesaba de recriminarse por todo lo acontecido. Sus acentos sinceros se iban abriendo brecha en el pensamiento y en el corazón del maduro y experimentado rey de Ch'i. Una noche conversaban los dos, sentados en una sala privada de Ching-kung. La agitación de su primo Tsao-kung era evidente. Bruscamente se levantó y comezó a recorrer la sala con paso rápido. Parecía encontrar gran dificultad en lo que quería decir. De pronto se detuvo ante el rey Ching-kung y dijo: "Majestad, si mi pueblo se rebeló contra mi, fue sólo por mi culpa. Pero si pudiera volver a ser su rey, me comportaría en forma muy diferente. Las necesidades del pueblo serían mi preocupación principal. El pueblo volvería a encontrar en mi las virtudes antiguas de mis antecesores y el reino volvería a prosperar y ser feliz! El Cielo me es testigo de que eso es lo que quiero". Ching-kung no dijo nada, pero las palabras y el tono del jóven no dejaron de impresionarle. Otro día, en conferencia con su Primer Ministro Yen-tzu, el rey le refirió lo ocurrido aquella noche. "Ese jóven parece haber aprendido la lección. Creo que es sincero. Si lo ayudaramos a recobrar su trono, me parece que sería un buen rey". "Majestad", respondió Yen-tzu; "vuestra bondad es digna de todo elogio. Pero para el hombre que se está ahogando en el río, lamentarse entonces de no haber caminado con más cuidado es como el soldado que comienza a fabricarse un arma en medio del combate, o como el hombre que al sentir que se muere de sed comienza sólo entonces a cavar un pozo. Las intenciones son buenas, pero llegan ya demasiado tarde". El rey Ching-kung pensó por largo rato. Al fin emitió un suspiro profundoy dijo: "Tiene razón. El rey que ha perdido la estima y el afecto de sus súbditos, difícilmente los volverá a recuperar. El regreso de mi primo a Lu no sería cosa prudente". Yen-tzu hizo una reverencia y se retiró. El rey Ching-kung continuó extendiendo a su primo Tsao-kung la más amable y generosa hospitalidad. Pero nunca dijo palabra de ayudarlo a recobrar su trono. LIN K'E CHUEH CHING: CAVAR UN POZO AL SENTIRSE SEDIENTO se aplica a los imprevisores, a los que no miran al futuro sino cuando la oportunidad ya ha pasado. Asi se dice al estudiante que ha malgastado su tiempo inutilmente y la víspera del exámen anda de aquí para allá buscando libros y haciendo preguntas, o al comerciante que ha descuidado su negocio, malbaratado sus haberes y desatendido sus deudas, y sólo cuando la quiebra es inevitable comienza a buscar la forma de evitarla. En forma más positiva se usa la expresión para excitar a uno a no llegar a ese extremo, adoptando oportunamente las providencias necesarias.

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