08/05/2024

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Dichos Populares: PAI-YA TZE-CHI - Amigos Intimos

06/11/1977
(Continúa) En la cubierta de la barca real bañada por la luna, el gran señor y el simple leñador se hicieron ocho reverencias profundas y pronunciaron después las palabras solemnes del voto de fraternidad. Pai-ya era mayor. Tze-chi se inclinó ante él en reverencia debida al hermano mayor. Se sirvió vino y bebieron conversando alegremente. Ante el insistente pedido de Pai-ya, Tze-chi prometió finalmente ayudarlo en las negociaciones para preservar la paz entre los estados guerreros. La noche pasó rápidamente. Demasiado pronto el cielo se enrojeció al oriente con los primeros resplandores del sol. Era tiempo de separarse. "Tze-chi, mi hermano, prometeme que vendrás a verme, con permiso de tus honorables padres". "Hermano mayor, aunque deseo tanto estar contigo, no me atrevo a dar mi promesa hasta haber obtenido el permiso de mis padres. Me apenaría que me esperaras en vano". "Ay, si pudiera disponer de mi tiempo iría ahora mismo a presentar mis respetos a tus padres. Pero el rey de Tsin espera mi retorno y no me puedo detener más. Si no hubieras ido a buscarme antes de la quinta luna del año próximo, yo volveré aquí". "Hermano mayor, si fuera así te esperaré. Mi humilde morada está en la Villa de los Ermitaños. Búscame allí, si vinieras antes de la luna de otoño". Pai-ya sacó una bolsa de oro y la entregó a Tze-chi. "Mi hermano, perdoname si digo que no debieras seguir cortando leña. Usa este oro para mantener a tus padres, pues los considero como mis padres. Y cuida tu salud". Pai-ya miró con ansiedad a la cara de Tze-chi, curtida por la intemperie. Sin hacer caso al barquero que le pedía permiso para partir, quedó por largo rato estrechando la mano de su amigo. Finalmente se separaron, con lágrimas en los ojos. La barca comenzó a deslizarse aguas abajo del Yangtze. Conmovido y apenado, Pai-ya contemplaba la figura de su amigo que se perdía en la distancia. Pasó un mes y otro mes sin noticias de Tze-chi. Con la llegada del verano se acrecentó la impaciencia de Pai-ya. A principios de la luna octaba obtuvo permiso del rey de Tsin y partió en la misma barca hacia la montaña Ma-an. Corriente arriba y contra fuertes vientos, el progreso era muy lento. Pai-ya urgía a los remeros a remar con más ardor. Era la noche del Festival de la Luna de Otoño, como un año antes, cuando echaron anclas frente a la montaña Ma-an. Pero el cielo estaba nublado y la luna no brillaba. Y con gran desilusión de Pai-ya, no vió allí a su amigo. Reprimió su impaciencia esperando la llegada de aquel, pero pasó una hora y Tze-chi no vino. "Ciertamente no se puede haber olvidado. Le habrá ocurrido algo?" De pronto se lo ocurrió. "Ah, cómo no le pensé antes? El año pasado Tze-chi vino al oirme tocar la lira". Sacó apresuradamente el instrumento y comenzó a tocar. Sus dedos se movían sobre las cuerdas como si no fueran suyos. Y la melodía era sumamente melancólica. Oprimido por el temor, dejó de tocar. "Tze-chi ha sido víctima de algún desastre. Tzechi, oh Tze-chi, parecía que eras tú el que tocaba. Qué te ha ocurrido? " Pai-ya decidió ir inmediatamente a la Villa de los Ermitaños, pero estaba lloviendo y la obscuridad era total. Sus hombres lo persuadieron que sería peligroso ir en esas condiciones y sin saber el camino. Pasó la noche en vela, abrumado por los presentimientos y partió con la primera luz del alba. Afortunadamente ya no llovía y el día amaneció claro. Con uno de sus servidores siguió un camino hasta llegar a un cruce, y vacilando sin saber qué dirección seguir, estaba allí cuando vió a un hombre anciano caminando hacia él. "Viejo Abuelo, cuál es el camino a la Villa de los Ermitaños? ", preguntó al aproximarse el anciano. El viejo lo miró fijamente y le preguntó: "A quién busca en la villa? "Voy a buscar a mi hermano, Tsung Tze-chi. Lo conoce? Podría decirme cuál de estos dos caminos lleva a la villa? "Ay, Tze-chi era mi hijo único", respondió el viejo mientras las lágrimas rodaban por sus arrugadas mejillas. "Tze-chi murió hace tres meses. Yo iba ahora a su tumba. Es usted el eminente señor Yü Pai-ya? " Pai-ya sintió que le flaqueaban las piernas y buscó apoyo en un árbol. "Tze-chi ha muerto? Mi querido hermano ha muerto?", balbuceó con voz entrecortada por la angustia. "Anoche me vino a encontrar. Era su espíritu. Oh, Tze-chi, dónde estás ahora?" Recobrandose por fin, hizo una reverencia al anciano y le dijo: "Honorable señor, disculpeme si no voy ahora a presentar mis respetos a su casa. Por favor, guíeme a la tumba. Mi corazón agoniza. Tze-chi, oh mi hermano! " Pai-ya había traído muchos obsequios para Tze-chi y sus padres. Mandó ahora a sus sirvientes que los llevaran a casa del anciano, mientras ellos iban a la tumba. El anciano no intentó impedir que se llevaran los regalos a su casa, porque los que se habían jurado hermandad eran entonces como hermanos verdaderos. El padre de Tze-chi veía ahora a Pai-ya como a su hijo propio. "Tze-chi nunca tuvo buena salud. Después de su encuentro con usted, el año pasado, estudiaba día y noche, pues yo le había dado permiso para trabajar con usted por el bien y la paz de los hombres. Trabajando todo el día y estudiando toda la noche, se debilitó, y yo no me dí cuenta hasta que ya era demasiado tarde", explicó el viejo a Pai-ya en camino a la tumba. Por fin llegaron. La tumba estaba al costado de la senda, muy cerca de donde estaba anclada la barca. En su prisa por llegar a la villa, Pai-ya no la había notado. "Tze-chi me pidió que lo enterrara aquí para que por lo menos su espíritu pudiera acudir a la cita con usted", explicó el anciano. Sacó entonces de la cesta que llevaba dos granadas y dos peras y las puso en la piedra de la tumba. Encendió unas varillas de incienso y las fijó en la urna, ante la tumba. Abrumado por el dolor, Pai-ya esperó a que el anciano completara sus ritos. Encendió entonces otras varillas de incienso, hizo sus reverencias y las puso con las otras. Ambos permanecieron un momento en reverente actitud de oración. Pai-ya descubrió entonces su lira y cantó, acompañando el canto con su instrumento: "En el otoño pasado nos encontramos junto al río. Aquí estoy, otra vez, pero dónde está mi amigo? Montículo de tierra que oprimes mi corazón. Mis lágrimas caen como gotas de lluvia. Tze-chi, oh Tze-chi! Quién me entendió como tú? No volveré a tocar mi lira; ha muerto contigo! " Una brisa se levantó, como de la tumba, acariciando suavemente a Pai-ya. Este permaneció inmóvil, procurando percibir el mensaje de su amigo muerto. Las hojas de los árboles susurraron por un momento, y la brisa cesó. Con un profundo suspiro, Pai-ya se irguió, extendió la mano con la lira y de un golpe destrozó el instrumento. "Perece, mi lira; ya no tienes objeto. Tze-chi ha muerto, para quién podrías tocar? " Volviendose al padre de Tze-chi, le dijo: "Oh, padre; recíbame como su hijo, como si fuera Tze-chi. Permítame primero volver a la corte, a renunciar mi posición. Con Tze-chi a mi lado, quizás hubieramos podido cambiar el destino del país, evitar la guerra y los sufrimientos. Pero ahora ... Me voy por el momento, padre, pero volveré muy pronto y me quedaré siempre con usted". Como el año anterior, Pai-ya partió. Como el año an terior miró apenado a la figura que se perdía en la lejanía. PAI-YA TZE-CHI, los nombres de los dos amigos, se usan para denotar una amistad y entendimiento perfecto entre dos personas. Así se dice, son intimos como Pai-ya y Tze-chi.

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