06/05/2024

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Dichos Populares: SAN JEN CHENG HU – Tres Hombres Hacen Un Tigre

26/11/1977
Las luchas incesantes entre los siete reinos que quedaban cuando la dinastía Chow se aproximaba a su ocaso dieron al período de unos 180 años hasta el establecimiento de la dinástía Ch'in el nombre de Período de los Estados Guerreros. Cuando dos de esos reinos concertaban la paz, se cambiaban rehenes para que ninguna de las partes renovara súbitamente las hostilidades. Con el fin de dar mayor fuerza a la práctica, se solía concertar que los príncipes herederos se contaran entre los rehenes. Los reinos de Wei y Chao habían hecho la paz. El príncipe heredero de Wei debía partir al reino de Chao, para residir allí como rehén. El rey de Wei eligió a P'ang Ts'ung, uno de sus consejeros más íntimos, para acompañar a su hijo y servirle de mentor durante su estadía en Chao. P'ang Ts'ung era un hombre fiel, de gran capacidad e ingenio. Por muchos años se había distinguido en servicio de su país y su soberano, desempeñando con gran éxito oficios y misiones muy difíciles. El pueblo lo respetaba y amaba, reconociendo su desinterés personal y su atención a los problemas de los más necesitados. Pero entre los cortesanos era objeto de celos y envidias. Su rectitud en todos los asuntos lo hacía objeto de temor para algunos que no procedían con honestidad Por eso él sabía que tan pronto como partiera acompañando al príncipe, calumnias contra él llegarían a oídos del rey. Por fin llegó el día de iniciar el viaje. Toda la corte se había reunido para despedir al heredero; entretanto, el rey tenía una conversación privada con P'ang Ts'ung. "Me alegro de haberlo elegido para acompañar a mi hijo a Chao", comenzó el rey, añadiendo: "Usted es quien lo podrá instruir mejor y aconsejarlo en todo". "Su Majestad me ha hecho un gran honor al asignarme para una misión de tanta confianza", respondió P'ang Ts'ung. "Pero Chao está muy lejos y estaremos ausentes por varios años. "Es verdad", dijo el rey, mirando a P'ang con afecto. "Sin embargo, el tiempo se hará breve, y espero tener a mi hijo y a usted de regreso pronto. Mientras estén en Chao les enviaré mensajeros con frecuencia y asi tendré noticias de ustedes. Dígame ahora P'ang Ts'ung, antes de partir, desea decirme algo?" "Si, Majestad" replicó él con tono grave que reflejaba alguna ansiedad. "Los mensajeros volverán con noticias, algunas verdaleras y otras no. Su Majestad deberá discernir la verdad". "Oh, yo se distinguir lo verdadero de lo falso", respondió el rey como divertido con las palabras y el tono del otro. "Si alguien dijera ahora a Su Majestad que un tigre anda por las calles, aquí, en la capital de Wei, lo creería? " "Es claro que no", contestó el rey sin vacilar. "Es imposible". "Y si poco después viniera otro diciendo lo mismo?" "Tampoco lo creería, porque no es probable que un tigre pueda andar por las calles de nuestra ciudad". "Y si un tercero llegara confirmando lo que han dicho los otros dos", insitió P'ang Ts'ung, mirando fijamente al rey mientras esperaba su respuesta. "Bueno ... mire ..." El rey vaciló un momento, y continuó: "En ese caso creo que pensaría que, por alguna razón enteramente imprevista, un tigre anda realmente dando vueltas por la ciudad. Porque qué razón podrían tener tres hombres para inventar la misma cosa? " "Ay, Majestad", dijo P'ang Ts'ung con un gran suspiro. "Todos sabemos que nunca se ha dado el caso de un tigre andando por las calles de la capital, y que es practicamente imposible que tal cosa ocurra. Y sin embargo, bastaría que tres personas dijeran esa mentira para que hasta Su Majestad la creyera. La capital de Chao está mucho más lejos que las calles de nuestra capital, y mucho me temo que serán más de tres las personas que hablarán mal a Su Majestad de su humilde servidor. Ojalá que Su Majestad recuerde que tres hombres hicieron un tigre, que repitiendo la mentira llegaron a hacer creer como algo real un tigre en las calles, que no existía". "Vaya tranquilo, P'ang Ts'ung", le dijo el rey sonriendo. "Quién se atrevería a hablarme mal de usted? Todos saben cuánto lo estimo y qué confianza le tengo. Precisamente por eso lo mando a acompañar a mi hijo". P'ang Ts'ung sintió que no había conseguido excitar suficientemente el recelo del rey contra los detractores, y presintió lo que ocurriría. Pero ya era hora de partir. Las trompetas sonaban y la guardia de honor se disponía a rendir honores al heredero del trono. Con el corazón apesadumbrado, P'ang Ts'ung se despidió del rey y se unió al jóven príncipe. Poco después comenzaron el viaje. El rey no tuvo mucho que esperar. A la mañana siguiente, pasando por una sala del palacio, oyó a un grupo de cortesanos que hablaban entre si como si no hubieran percibido su presencia: "P'ang Ts'ung se ha hecho vano y arrogante con los favores del rey. Se le ha ido el humo a la cabeza", decía uno. Otra voz añadió: "Dicen que es muy buen amigo del rey de Chao. Lo sabría Su Majestad cuando lo nombró para acompañar al príncipe?" El rey pasó sin decir nada, con el entrecejo algo fruncido. Era común en ese tiempo que los reyes intentaran atraerse a su servicio a los hombres más distinguidos de los otros reinos. Todos consideraban que el que contara con mayor número de hombres de gran valía a su servicio tendría más posibilidades de ser el nuevo emperador. Los cortesanos envidiosos pronto descubrieron que ese era el punto flaco del rey; su recelo de que P'ang Ts'ung se dejara tentar, pasandose al servicio de Chao. Y allí dirigieron todas sus saetas envenenadas. Pasó por fin el tiempo convenido. El príncipe heredero regresó a su país, acompañado por P'ang Ts'ung. Hubo grandes festejos. Pero pasó un día y otro día sin que el rey llamara a P'ang Ts'ung a su presencia. Los cortesanos con sus rumores habían minado y finalmente destruido la confianza del rey en su fiel servidor. Mientras era verdad que el rey de Chao había intentado persuadirlo de permanecer a su servicio, P'ang Ts'ung se había negado absolutamente. Era un patriota sincero y quería servir sólo a Wei y a su rey. Sin embargo, comprendió que poco podría hacer ahora. En la primera oportunidad, pidió permiso del rey para retirarse a su villa nativa, dando como pretexto cuestiones de salud. El pedido tomó al rey por sorpresa. Miró largamente al que había sido su más fiel consejero y más aún, su más fiel amigo. Precisamente eso había ofendido más al rey al oir la repetición de las calumnias. Varios pensamiento se atropellaron en la mente del rey; quizás había sido injusto; debiera haberle dado oportunidad de justificarse. Tal vez todo lo que había oído eran puras calumnias. Pero ya era demasiado tarde. Suspiró apenado y con la mayor gracia posible concedió el pedido de retirarse de la corte. SAN JEN CH'ENG HU: TRES HOMBRES HACEN UN TIGRE se usa en doble sentido. Uno surge directamente del cuento y se aplica para denunciar y fustigar a los rumores mentirosos esparcidos por algunos. El otro utiliza el dicho indicando la táctica a seguir para confundir y desconcertar al enemigo.

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